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para todos aquellos fanaticos de las historias de ficcion y los vampiros en este blog publicare los libros de la exitosa saga que a arrasado por EEUU cronicas vampiricas (de la serie vampires diarie)...


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lunes, 18 de enero de 2010

CONFLICTO-- CRONICAS VAMPIRICAS-- CAPITULO 1


—¡Damon!
Un viento helado azotó los cabellos de Elena contra su rostro,
tirando de su fino suéter. Hojas de roble se arremolinaban
entre las hileras de lápidas de granito, y los árboles hacían
entrechocar las ramas frenéticamente. Elena tenía las manos
heladas, los labios y las mejillas entumecidos, pero se
mantuvo directamente de cara al aullante viento, gritándole:
—¡Damon!
Aquel tiempo era una exhibición de su Poder, destinada a
ahuyentarla. No funcionaría. La idea de ese mismo Poder
vuelto contra Stefan despertaba en su interior una furia
abrasadora que ardía en oposición al viento. Si Damon le
había hecho algo a Stefan, si Damon le había hecho daño...
—¡Maldito seas, respóndeme! —chilló a los robles que
bordeaban el cementerio.
Una hoja seca de roble que parecía una marchita mano
morena avanzó a saltitos hasta su pie, pero no hubo
respuesta. En lo alto, el cielo era gris como cristal, gris como
las lápidas que la rodeaban. Elena sintió que la ira y la
frustración le escocían en la garganta y hundió los hombros.
Se había equivocado. Damon no estaba allí, después de todo;
estaba sola con el viento que aullaba.
Giró... y lanzó una exclamación ahogada.
Estaba justo detrás de ella, tan cerca que sus ropas le rozaron
cuando se dio la vuelta. A aquella distancia, debería haber
percibido la presencia de otro ser humano allí parado, debería
haber notado el calor de su cuerpo o haberle oído. Pero
Damon, por supuesto, no era humano.
Se echó hacia atrás un par de pasos antes de poder
controlarse. Todos los instintos que habían permanecido en
silencio mientras gritaba a la violencia del viento le
suplicaban ahora que huyera.
Cerró los puños.
—¿Dónde está Stefan?
Una línea apareció entre las oscuras cejas de Damon.
—¿Stefan qué?
Elena se adelantó y le abofeteó.
No había pensado hacerlo antes de hacerlo, y luego apenas
pudo creer que lo había hecho. Pero fue un bofetón potente y
seco, dado con toda la fuerza de su cuerpo tras él, y torció el
rostro de Damon hacia un lado. La mano le ardía. Se quedó
allí quieta, intentando calmar la respiración, y le observó con
atención.
Iba vestido como le había visto la primera vez, de negro.
Botas blandas negras, vaqueros negros, suéter negro y
cazadora de cuero. Y se parecía a Stefan. No comprendía
cómo no se había fijado en ello antes. Tenía los mismos
cabellos oscuros, la misma tez pálida, el mismo inquietante
atractivo. Pero sus cabellos eran lisos, no ondulados, los ojos
eran negros como la medianoche y la boca era cruel.
Volvió la cabeza lentamente para mirarla, y Elena vio
enrojecer la mejilla que había abofeteado.
—No me mientas —dijo con voz agitada—. Sé quién eres. Sé lo
que eres. Mataste al señor Tanner anoche. Y ahora Stefan ha
desaparecido.
—¿De verdad? —¡Sabes que sí! Damon sonrió y a
continuación apagó la sonrisa instantáneamente. —Te lo
advierto: si le has hecho daño... —Entonces, ¿qué? —repuso él
—. ¿Qué harás, Elena? ¿Qué puedes hacer contra
mí? Elena se quedó callada. Por primera vez, reparó en que el
viento se había apagado. El día se había vuelto
sepulcralmente silencioso al-rededor de ambos, como si
estuvieran inmóviles en el centro de algún gran círculo de
poder.
Parecía como si todo, el cielo plomizo, los robles y las hayas
moradas, el mismo suelo, estuviera conectado a él, como si
absorbiera Poder de todo ello. Permanecía parado con la
cabeza ligeramente echada hacia atrás y los ojos insondables
y llenos de extrañas luces.
—No lo sé —musitó la muchacha—, pero encontraré algo.
Créeme.
Él rió de improviso, y el corazón de Elena dio un vuelco y
empezó a palpitar con fuerza. Dios, era hermoso. Apuesto era
una palabra demasiado pobre y gris. Como de costumbre, la
carcajada sólo duró un instante, pero incluso cuando sus
labios se serenaron dejó un vestigio en sus ojos.
—Te creo —respondió, relajándose mientras paseaba la
mirada por el cementerio.
Luego volvió el rostro hacia ella y le tendió una mano.
—Eres demasiado buena para mi hermano —dijo con toda
tranquilidad.
Elena pensó en apartar su mano de un manotazo, pero no
quería volver a tocarle.
—Dime dónde está.
—Más tarde, tal vez..., por un precio.
Retiró la mano, justo mientras Elena advertía que en ella
lucía un anillo como el de Stefan: de plata y lapislázuli.
«Recuerda eso —pensó con ferocidad—. Es importante.»
—Mi hermano —siguió él— es un estúpido. Cree que porque
te pareces a Katherine eres débil y te dejas influenciar
fácilmente. Pero se equivoca. Pude percibir tu ira desde el
otro extremo de la ciudad. La percibo ahora, una luz blanca
como el sol del desierto. Tienes fortaleza, Elena, incluso tal y
como eres. Pero podrías ser mucho más fuerte...
Ella le miró fijamente, sin comprender, sin gustarle el cambio
de tema.
—No sé de qué hablas. ¿Y qué tiene eso que ver con Stefan?
—Hablo de Poder, Elena.
De improviso se colocó muy cerca de ella, con los ojos fijos en
los de la muchacha y la voz baja y apremiante.
—Lo has probado todo, y nada te ha satisfecho. Eres la chica
que lo tiene todo, pero siempre ha habido algo que ha estado
fuera de tu alcance, algo que necesitas desesperadamente y no
puedes tener. Eso es lo que te estoy ofreciendo. Poder. Vida
eterna. Y sensaciones que no has tenido jamás.
Elena sí lo comprendió entonces, y la cólera ascendió por su
garganta. Sintió una asfixiante sensación de horror y rechazo.
—No.
—¿Por qué no? —susurró él—. ¿Por qué no probarlo, Elena?
Sé sincera. ¿No hay una parte de ti que lo desea?
Los ojos oscuros del joven estaban llenos de un ardor y una
intensidad que la mantenían paralizada, incapaz de desviar la
mirada.
—Puedo despertar cosas en tu interior que han permanecido
dormidas toda tu vida. Eres bastante fuerte para vivir en la
oscuridad y enorgullecerte de ello. Puedes convertirte en una
reina de las sombras. ¿Por qué no tomas ese Poder, Elena?
Deja que te ayude a tomarlo.
—No —dijo ella, apartando violentamente los ojos de los de él.
No le miraría, no le permitiría hacerle eso. No le permitiría
hacerle olvidar... hacerle olvidar...
—Es el secreto supremo, Elena —insistió él, y su voz era tan
acariciadora como las yemas de los dedos que rozaban su
garganta—. Serás como no lo has sido nunca antes.
Había algo terriblemente importante que ella debía recordar.
Damon usaba Poder para hacer que lo olvidara, pero no le
permitiría hacerla olvidar...
—Y estaremos juntos, tú y yo.
Las frías yemas de los dedos acariciaron el costado de su
garganta, deslizándose bajo el cuello del suéter.
—Sólo nosotros dos, para siempre.
Sintió una repentina punzada de dolor cuando los dedos de
Damon rozaron dos heridas diminutas en la carne de su
cuello, y su mente se aclaró.
Hacerla olvidar... a Stefan.
Eso era lo que él quería expulsar de su mente. El recuerdo de
Stefan, de sus ojos verdes y de su sonrisa, que siempre tenía
tristeza acechando tras ella. Pero nada podía arrancar a
Stefan de sus pensamientos ya, no tras lo que habían
compartido. Se apartó de Damon, echando a un lado aquellas
frías yemas, y le miró directamente a la cara.
—Ya he encontrado lo que quiero —dijo con brutalidad—. Y
con quien quiero estar para siempre.
Los ojos de Damon se llenaron de oscuridad en forma de una
fría cólera que barrió el aire entre ambos. Al mirar al interior
de aquellos ojos, a la mente de Elena acudió la imagen de una
cobra a punto de atacar.
—No seas tan estúpida como lo es mi hermano —dijo él—. O
tendré que tratarte del mismo modo.
Ahora sí estaba asustada. No podía evitarlo, no con el frío
vertiéndose en su interior, helándole los huesos. El viento
volvía a alzarse, las ramas se agitaban.
—Dime dónde está, Damon.
—¿En este momento? No lo sé. ¿Es que no puedes parar de
pensar en él por un instante?
—¡No!
Se estremeció, y los cabellos volvieron a azotarle el rostro.
—¿Y ésa es tu respuesta final hoy? Asegúrate de estar
totalmente convencida de querer jugar a esto conmigo, Elena.
Las consecuencias no son ninguna tontería.
—Estoy segura. —Tenía que detenerle antes de que volviera
adueñarse de ella—. Y no puedes intimidarme, Damon, ¿o no
te has dado cuenta? En cuanto Stefan me contó lo que eras, lo
que habías hecho, perdiste cualquier poder que pudieras
haber tenido sobre mí. Te odio. Me repugnas. Y no hay nada
que puedas hacerme, ya no.
El rostro del joven se alteró, la sensualidad retorciéndose y
congelándose, volviéndose cruel y tremendamente dura. Rió,
y su risotada resonó una y otra vez.
—¿Nada? —preguntó—. Puedo haceros cualquier cosa a ti y a
los que amas. No tienes ni idea, Elena, de lo que puedo hacer.
Pero lo averiguarás.
Retrocedió, y el viento se abrió paso a través de Elena como
un cuchillo. Su visión pareció nublarse; era como si motas de
luminosidad inundaran el aire ante sus ojos.
—Se acerca el invierno, Elena —dijo él, y su voz era nítida y
espeluznante, sobreponiéndose al aullido del viento—. Una
estación implacable. Antes de que llegue, habrás averiguado
qué puedo hacer y qué no. Antes de que el invierno esté aquí,
te habrás unido a mí. Serás mía.
La arremolinada blancura la cegaba, y ya no podía ver la masa
negra que era la figura de Damon. En aquellos momentos,
incluso la voz de Damon se desvanecía. Se abrazó a sí misma,
con la cabeza inclinada al frente y todo el cuerpo estremecido.
Musitó:
—Stefan...
—Ah, y una cosa más —la voz de Damon regresó a ella—. Me
preguntaste antes por mi hermano. No te molestes en
buscarle, Elena. Le maté anoche.
La cabeza de la muchacha se alzó violentamente, pero no
había nada que ver, sólo la mareante blancura que quemaba
su nariz y sus mejillas y espesaba sus pestañas. Hasta ese
momento, cuando los finos granos se posaron en su piel, no
comprendió qué eran: copos nieve.
Nevaba el primero de noviembre. En las alturas, el sol había
desaparecido.

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