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para todos aquellos fanaticos de las historias de ficcion y los vampiros en este blog publicare los libros de la exitosa saga que a arrasado por EEUU cronicas vampiricas (de la serie vampires diarie)...


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lunes, 1 de febrero de 2010

FURIA-- CRONICAS VAMPIRICAS-- CAPITULO 1

Elena penetró en el claro.
Bajo sus pies, jirones de hojas otoñales se congelaban en la nieve
fangosa. Había oscurecido, y aunque la tormenta empezaba a amainar,
el bosque se volvía cada vez más frío. Elena no sentía el frío. Tampoco
le importaba la oscuridad. Sus pupilas se abrieron completamente,
recogiendo diminutas partículas de luz que habrían sido invisibles para
un humano. Distinguió con toda claridad las dos figuras que
forcejeaban bajo el gran roble. Una tenía una oscura cabellera espesa
que el viento había revuelto y convertido en un alborotado mar de
olas. Era ligeramente más alta que la otra, y aunque no podía ver su
rostro, en cierto modo supo que sus ojos eran verdes. La otra tenía una
mata de cabellos oscuros también, pero los suyos eran más finos y
lisos, casi como el pelaje de un animal. Sus labios estaban tensados
hacia atrás, mostrando los dientes con furia, y la gracia perezosa de su
cuerpo estaba reunida en la pose agazapada de una pantera. Sus ojos
eran negros. Elena los observó durante varios minutos sin moverse.
Había olvidado por qué había acudido allí, por qué la habían arrastrado
allí los ecos de la pelea en su mente. A tan poca distancia, el clamor de
su rabia, su odio y su dolor era casi ensordecedor, como gritos
silenciosos surgiendo de los combatientes. Estaban enzarzados en un
combate a muerte.
«Me pregunto cuál de ellos vencerá», pensó. Los dos estaban heridos y
sangraban, y el brazo izquierdo del más alto colgaba en un ángulo
antinatural. Con todo, acababa de empujar al otro contra el tronco
retorcido de un roble, y su furia era tan fuerte que Elena podía sentirla
y paladearla, así como oírla, y sabía que le estaba proporcionando una
fuerza increíble.
Y entonces Elena recordó por qué había ido allí. ¿Cómo podía haberlo
olvidado? Él estaba herido. Su mente la había llamado allí, apaleándola
con ondas expansivas de rabia y dolor. Ella había acudido a ayudarle,
porque ella le pertenecía.
Las dos figuras estaban caídas en el suelo helado ahora, peleando
como lobos, gruñendo. Veloz y silenciosa, Elena fue hacia ellos. El de
los cabellos ondulados y ojos verdes —Stefan, musitó una voz en su
cabeza— estaba encima, con los dedos buscando desesperadamente
la garganta del otro. La cólera inundó a Elena, la cólera y una actitud
protectora. Alargó el brazo entre los dos para asir aquella mano que
intentaba estrangular, para tirar hacia arriba de los dedos. Ni se le
ocurrió que no sería bastante fuerte para hacerlo. Era bastante fuerte,
eso era todo. Arrojó su peso a un lado, arrancando al cautivo de su
oponente. Por si acaso, hizo presión sobre su brazo herido, derribando
al atacante de cara sobre la nieve fangosa cubierta de hojas.
Luego empezó a asfixiarlo por detrás. Su ataque le había cogido por
sorpresa, pero no estaba ni con mucho vencido. Devolvió el golpe, la
mano sana buscando a tientas la garganta de la muchacha. El pulgar
se hundió en su tráquea. Elena se encontró abalanzándose sobre la
mano, yendo a por ella con los dientes. Su mente no lo comprendía,
pero el cuerpo sabía qué hacer. Sus dientes eran un arma y
desgarraron la carne, haciendo correr la sangre.
Pero él era más fuerte que ella. Con una violenta sacudida de los
hombros se liberó y retorció entre sus manos, arrojándola al suelo. Y
entonces fue él quien estuvo encima de ella, con el rostro
contorsionado por una furia animal. Ella le siseó y fue a por sus ojos
con sus uñas, pero él apartó la mano de un golpe.
Iba a matarla. Incluso herido, era con mucho el más fuerte. Sus labios
se habían echado hacia atrás para mostrar dientes manchados ya de
escarlata. Como una cobra, estaba listo para atacar. Entonces se
detuvo, cerniéndose sobre ella, mientras su expresión cambiaba. Elena
vio que los ojos verdes se abrían de par en par. Las pupilas que habían
estado contraídas en forma de fieros puntitos se ampliaron de golpe.
La miraba fijamente, como si realmente la viera por primera vez.
¿Por qué la miraba de aquel modo? ¿Por qué no se limitaba a acabar?
Pero la mano férrea sobre su hombro la estaba soltando ya. El gruñido
animal había desaparecido, reemplazado por una expresión de
perplejidad y asombro. Se sentó hacia atrás, ayudándola a sentarse,
sin dejar de mirar su rostro ni un instante.
—Elena —murmuró, la voz quebrándose—. Elena, eres tú.
« ¿Es ésa quién soy? —pensó ella—. ¿Elena?»En realidad, no
importaba. Dirigió una veloz mirada en dirección al viejo roble. Él
seguía allí, de pie entre las raíces que sobresalían de la tierra,
jadeando, apoyándose en el árbol con una mano. Él la miraba con sus
ojos infinitamente negros y las cejas contraídas en una expresión
ceñuda.
«No te preocupes —pensó ella—. Yo puedo ocuparme de éste. Es
estúpido.» Luego volvió a arrojarse sobre el joven de ojos verdes.
— ¡Elena! —chilló él mientras ella lo derribaba de espaldas.La mano
sana empujó su hombro, sosteniéndola en alto.
— ¡Elena, soy yo, Stefan! ¡Elena, mírame!
Ella miraba, y todo lo que veía era el trozo de piel al descubierto de su
cuello. Volvió a sisear, el labio superior retrocediendo para mostrarle
los dientes.
Él se quedó paralizado. Sintió cómo la conmoción reverberaba por todo
el cuerpo del joven, vio que su mirada se quebraba. El rostro adquirió
la misma palidez que si alguien le hubiera golpeado en el estómago.
Sacudió la cabeza ligeramente sobre el suelo fangoso.
—No —susurró—. Oh, no...
Parecía estárselo diciendo a sí mismo, como si no esperara que ella le
oyese. Alargó una mano hacia su mejilla y ella intentó morderla.
—Ah, Elena... —murmuró él. Los últimos restos de furia, de deseo
animal de matar, habían desaparecido de su rostro. Tenía los ojos
aturdidos, afligidos y entristecidos. Y era vulnerable. Elena aprovechó
el momento para lanzarse sobre la carne desnuda de su cuello. Él alzó
el brazo para detenerla, para apartarla, pero luego volvió a dejarlo
caer. La miró fijamente por un momento, con el dolor de sus ojos
alcanzando un punto álgido, y luego simplemente se abandonó. Dejó
de pelear por completo. Ella sintió cómo sucedía, sintió cómo la
resistencia abandonaba su cuerpo. Se quedó tendido sobre el suelo
helado con restos de hojas de robles en el cabello, mirando más allá de
ella al cielo negro y cubierto de nubes.
«Acabalo», dijo su voz cansada en su mente. Elena vaciló por un
instante. Había algo en aquellos ojos que evocaba recuerdos en su
interior. Estar de pie bajo la luz de la luna, sentada en una habitación
de un desván... Pero los recuerdos eran demasiado vagos. No
conseguía aferrarlos, y el esfuerzo la aturdía y la mareaba. Y éste tenía
que morir, este de los ojos verdes llamado Stefan. Porque le había
lastimado a él, al otro, al que era la razón de su existencia. Nadie podía
hacerle daño a él y seguir vivo. Cerró los dientes sobre su garganta y
mordió profundamente. Advirtió al momento que no lo hacía como era
debido. No había alcanzado una arteria o una vena. Atacó la garganta,
furiosa ante la propia inexperiencia. Resultaba satisfactorio morder
algo, pero no salía demasiada sangre. Contrariada, alzó la cabeza y
volvió a morder, sintiendo que el cuerpo de él daba una sacudida de
dolor.
Mucho mejor. Había encontrado una vena esta vez, pero no la
habíadesgarrado lo suficiente. Un pequeño arañazo como aquél no
serviría de nada. Lo que necesitaba era desgarrarla por completo, para
dejar que la suculenta sangre caliente saliera a borbotones.
Su víctima se estremeció mientras ella trabajaba, los dientes arañando
y royendo. Empezaba a sentir cómo la carne cedía cuando unas manos
tiraron de ella, alzándola desde atrás.
Elena gruñó sin soltar la garganta. Las manos eran insistentes, no
obstante. Un brazo rodeó su cintura, unos dedos se enroscaron a sus
cabellos. Forcejeó, aferrándose con dientes y uñas a su presa.
— ¡Suéltale! ¡Déjale!
La voz era seca y autoritaria, como una ráfaga de viento frío. Elena la
reconoció y dejó de forcejear con las manos que la apartaban. Cuando
la depositaron en el suelo y ella alzó los ojos para verle, un nombre
acudió a su mente. Damon. Su nombre era Damon. Le miró fijamente
con expresión enfurruñada, resentida por haber sido arrancada de su
presa, pero obediente.
Stefan estaba incorporándose en el suelo, con el cuello rojo de sangre
que también corría por su camisa. Elena se lamió los labios, sintiendo
una punzada parecida a un retortijón de hambre pero que parecía
provenir de cada fibra de su ser. Volvía a estar mareada.
—Me pareció —dijo Damon— que dijiste que estaba muerta.Miraba a
Stefan, que estaba aún más pálido que antes, si es queeso era posible.
Aquel rostro blanco estaba lleno de infinita desesperación.
—Mírala —fue todo lo que dijo.Una mano sujetó la barbilla de Elena,
ladeando su rostro hacia arriba. Ella devolvió directamente la mirada
de los oscuros ojos entrecerrados de Damon. Luego, largos y finos
dedos tocaron sus labios,sondeando entre ellos. Instintivamente, Elena
intentó morder,pero no muy fuerte. El dedo de Damon localizó la
afilada curva de un colmillo y Elena sí que mordió entonces, dando un
mordisco parecido al de un gatito.
El rostro de Damon era inexpresivo, la mirada dura.
— ¿Sabes dónde estás? —preguntó.
Elena miró a su alrededor. Árboles.
—En el bosque —dijo con picardía, volviendo a mirarle.
— ¿Y quién es ése?
Ella siguió la dirección que indicaba su dedo.
—Stefan —respondió con indiferencia—. Tu hermano.
— ¿Y quién soy yo? ¿Sabes quién soy yo?
Ella le sonrió, mostrando sus dientes afilados.
—Claro que lo sé. Eres Damon, y te amo.

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