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para todos aquellos fanaticos de las historias de ficcion y los vampiros en este blog publicare los libros de la exitosa saga que a arrasado por EEUU cronicas vampiricas (de la serie vampires diarie)...


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jueves, 21 de enero de 2010

CONFLICTO-- CRONICAS VAMPIRICAS-- CAPITULO 8

–¿Sabéis qué hay de extraño en lo que Vickie hizo en el
instituto? Me refiero a algo más que todas las cosas obvias –
dijo Bonnie mientras lamía cobertura de chocolate de sus
dedos.
–¿Qué? –preguntó Elena sin ánimos.
–Bueno, el modo en que terminó, en ropa interior. Tenía el
mismo aspecto que cuando la encontramos en la carretera,
sólo que entonces también estaba toda llena de arañazos.
–Arañazos de gato, pensamos –dijo Meredith mientras daba
el último bocado a su pastel.
La muchacha parecía hallarse en uno de sus estados de ánimo
silenciosos y meditabundos. Justo en aquel momento
contemplaba atentamente a Elena.
–Pero eso no parece muy probable.
Elena le devolvió la mirada directamente.
–A lo mejor cayó entre algunas zarzas –indicó–. Ahora,
chicas, si habéis terminado de comer, ¿queréis ver la primera
nota?
Dejaron los platos en el fregadero y ascendieron la escalera en
dirección al dormitorio de Elena. Elena sintió que se
ruborizaba mientras las otras dos muchachas leían la nota.
Bonnie y Meredith eran sus mejores amigas, quizá las únicas
amigas ahora, y ya con anterioridad les había leído pasajes de
su diario, pero esto era diferente. Era el sentimiento más
humillante que había experimentado nunca.
–¿Bien? –le dijo a Meredith.
–La persona que escribió esto mide metro cincuenta y seis,
anda con una leve cojera y lleva un bigote postizo –salmodió
Meredith–. Lo siento –añadió al ver el rostro de Elena–. No
es divertido. En realidad, no hay mucho por lo que guiarnos,
¿no es cierto? La escritura parece la de un chico, pero el papel
parece femenino.
–Y todo el asunto tiene una especie de toque femenino –
añadió Bonnie, brincando ligeramente sobre la cama de
Elena–. Bueno, pues sí lo tiene –dijo a la defensiva–. Citarte
trozos de tu diario es la clase de cosa en que pensaría una
mujer. A los hombres no les interesan los diarios.
–Tú, simplemente, no quieres que sea Damon –replicó
Meredith–. Yo creo que deberías estar más preocupada
porque haya sido un asesino psicópata que no un ladrón de
diarios.
–No lo sé; los asesinos tienen algo de romántico. Imagina
morir con sus manos alrededor de tu garganta. Te estaría
estrangulando, y lo último que verías sería su rostro.
Llevándose las manos a la propia garganta, Bonnie jadeó y
expiró trágicamente, acabando echada sobre la cama.
–Puede tenerme cuando quiera –declaró, con los ojos aún
cerrados. Los labios de Elena estuvieron a punto de decir:
“¿Es qué no te das cuenta de que esto es serio?”, pero en
cambio inspiró con un siseo.
–Ah, cielos –dijo, y corrió a la ventana.
El día era húmedo y sofocante, y se había abierto la ventana.
Fuera, sobre las ramas esqueléticas del membrillo, había un
cuervo. Elena bajó el bastidor con tanta violencia que el
cristal traqueteó y tintineó. El cuervo la contempló a través de
los temblorosos cristales con ojos que parecían de obsidiana.
Arco iris brillaban trémulamente en su reluciente plumaje
negro.
–¿Porqué dijiste eso? –dijo, volviéndose hacia Bonnie.
–¡Eh!, no hay nadie ahí fuera –indicó Meredith con
suavidad–. A menos que cuentes los pájaros.
Elena les dio la espalda. El árbol estaba vacío ahora.
–Lo siento –dijo Bonnie con humildad, al cabo de un
momento–. Es simplemente que todo esto no parece real a
veces; incluso que el señor Tanner esté muerto no parece real.
Y Damon parecía…, bueno, excitante. Pero peligroso. Puedo
creer que sea peligroso.
–Y, además, no te apretaría el cuello: te lo cortaría –dijo
Meredith–. O al menos eso fue lo que le hizo a Tanner. Pero el
anciano de debajo del puente tenía la garganta desgarrada,
como si lo hubiese hecho algún animal. –Meredith miró a
Elena para que se lo aclarara–. Damon no tiene un animal,
¿verdad?
–No; no lo sé
De improviso, Elena se sintió muy cansada. Estaba
preocupada por Bonnie y por las consecuencias de aquellas
estúpidas palabras. “Puedo hacerte cualquier cosa a ti o a los
que amas”, recordó. ¿Qué podría hacer Damon ahora? No le
comprendía. Era diferente cada vez que se encontraban. En el
gimnasio había sido provocador, riéndose de ella. Pero la vez
siguiente habría jurado que había hablado en serio, citándole
poesía, intentando conseguir que se fuera con él. La semana
anterior, con el viento helado del cementerio soplando
violentamente a su alrededor, se había mostrado amenazador
y cruel. Y bajo sus palabras burlonas de la noche anterior
había percibido la misma amenaza. No podía predecir lo que
habría a continuación. Pero, sucediera lo que sucediera, tenía
que proteger a Bonnie y a Meredith de él. Más aún cuando no
podía advertirles adecuadamente del peligro. ¿Y qué estaba
tramando Stefan? Le necesitaba justo en aquel momento, más
que a nada. ¿Dónde estaba? Empezó aquella mañana.
–Deja que lo entienda bien –dijo Matt, recostándose contra la
carrocería arañada de su viejo Ford sedán cuando Stefan le
abordó antes de la hora de ir al instituto–. Quieres que te
preste mi coche.
–Sí–respondió Stefan
–Y si la razón de que quieras que te lo preste son flores.
Quieres conseguir unas flores para Elena.
–Sí.
–Y esas flores en particular, esas flores que tienes que
conseguir, no crecen por aquí
–Podrían hacerlo. Pero su época de floración ha terminado
tan al norte. Y las heladas habrán acabado con ellas de todos
modos.
–Así que quieres ir al sur…, cuánto al sur no lo sabes…, para
encontrar esas flores que sencillamente tienes que conseguir
para Elena.
–O al menos algunas de las plantas –dijo Stefan–. Aunque
preferiría conseguir flores.
–Y puesto que la policía todavía tiene tu coche, quieres tomar
prestado el mío, por el tiempo que sea que necesites para ir al
sur y encontrar esas flores que tienes que darle a Elena.
–Imagino que el coche es el modo menos llamativo de
abandonar la ciudad–explicó Stefan–. No quiero que la
policía me siga.
–¡Ajá! Y por eso quiere mi coche.
–Sí. ¿Me lo vas a dar?
–¿Voy a darle mi coche al tipo que me robó la novia y que
ahora quiere efectuar una excursión al sur en busca de alguna
clase de flores especiales que es imperioso que ella tenga?
¿Estás loco?
Matt, que había estado mirando con fijeza por encima de los
tejados de las casas de madera del otro lado de la calle, volvió
la cabeza finalmente para mirar a Stefan. Sus ojos azules, por
lo general joviales y directos, estaban llenos de total
incredulidad y coronados por cejas crispadas y fruncidas.
Stefan miró para otro lado. Debería haberlo imaginado.
Después de todo lo que Matt ya había hecho por él, esperar
más era ridículo. En especial en esos días, cuando la gente
retrocedía asustada ante el sonido de sus pisadas y evitaba
sus ojos cuando él se acercaba. Esperar que Matt, que tenía el
mejor de los motivos para estar molesto con él, le hiciera un
favor sin una explicación, únicamente sobre la base de la fe,
era realmente de locos.
–No, no estoy loco –dijo en voz baja, y se dio la vuelta para
marchar.
–Tampoco yo –había dicho Matt–. Y tendría que estar loco
para entregarte mi coche. Diablos, no. Voy contigo
Para cuando Stefan se hubo dado la vuelta, Matt miraba el
coche en lugar de a él y tenía el labio inferior proyectado
hacia fuera en un cauteloso mohín juicioso.
–Al fin y al cabo –siguió, frotando el vinilo que se despegaba
del techo–,podrías arañar la pintura o algo parecido.
Elena volvió a depositar el teléfono en la horquilla. Desde
luego, había alguien en la casa de huéspedes, porque alguien
descolgaba el teléfono cuando sonaba, pero después no había
más que silencio, y luego el chasquido de la desconexión.
Sospechó que era la señora Flowers, pero eso no le decía nada
sobre dónde estaba Stefan. Instintivamente, quería acudir a
su lado. Pero estaba oscuro afuera, y Stefan le había advertido
específicamente que no saliera cuando oscurecerá y, muy
especialmente, que no fuera a ningún lugar que estuviera
cerca del cementerio o del bosque. La casa de huéspedes
estaba cerca de ambos.
–¿No responde? –inquirió Meredith cuando Elena regresó y
se sentó en la cama
–No hace más que colgarme –respondió la muchacha, y
murmuró algo por lo bajo.
–¿Has dicho que es una bruja?
–No, pero rima con eso –respondió Elena
–Mira –dijo Bonnie, incorporándose en la cama–; si Stefan va
a llamar, llamará aquí. No hay motivo para que vengas y
pases la noche conmigo.
Sí que había un motivo, aunque Elena no podía explicarlo
exactamente ni siquiera a sí misma. Al fin y al cabo, Damon
había besado a Bonnie en la fiesta de Alaric Saltzman, así que
para empezar, era culpa de Elena que Bonnie estuviese en
peligro. De algún modo sentía que si al menos ella estaba en
el lugar, podría proteger a su amiga.
–Mi madre, mi padre y Mary están en casa –insistió Bonnie–.
Y cerramos todas las puertas y ventanas y todo desde que
asesinaron al señor Tanner. Este fin de semana papá incluso
puso cerrojos extra. No veo qué puedas hacer tú.
Elena tampoco, pero iría igualmente.
Dejó a tía Judith un mensaje para Stefan en el que le decía
dónde estaba. Seguía habiendo una actitud embarazosa entre
ella y su tía. Y la habría, se dijo Elena, hasta que tía Judith
cambiara de modo de pensar respecto a Stefan.
En casa de Bonnie le dieron una habitación que había
pertenecido a una de sus hermanas, que estaba ahora en la
facultad. Lo primero que hizo fue comprobar la ventana.
Estaba cerrada y asegurada con un cerrojo, y no había fuera
nada por donde alguien pudiera trepar, como un tubo de
desagüe o un árbol. Del modo más discreto posible, comprobó
también la habitación de Bonnie y todas aquellas en las que
pudo entrar. Bonnie tenía razón: estaban todas bien selladas
desde el interior. Nada del exterior podía entrar.
Permaneció tumbada en la cama mucho rato aquella noche,
con la vista clavada en el techo, incapaz de dormir. No dejaba
de recordar a Vickie, efectuando como en sueños de striptease
en el comedor. ¿Qué le pasaba a aquella chica? Tendrían que
acordarse de preguntárselo a Stefan la próxima vez que le
viera.
Pensar en Stefan resultaba desagradable, incluso en todas las
cosas terribles que habían sucedido recientemente. Elena le
sonrió en la oscuridad, dejando vagar la mente. Algún día,
toda aquella hostilidad terminaría, y ella y Stefan podrían
planear una vida juntos. Desde luego, él no había dicho
realmente nada sobre ello, pero Elena, por su parte, estaba
segura: se casaría con Stefan o con nadie. Y Stefan no se
casaría con nadie que no fuera ella…
La transición al sueño fue tan suave y gradual que apenas la
advirtió. Pero de algún modo supo que estaba soñando. Era
como si una pequeña parte de ella se mantuviera aparte y
observara el sueño como si fuera una representación teatral.
Estaba sentada en un largo pasillo, cubierto de espejos en un
lado y de ventanas en el otro. Ella estaba esperando algo.
Entonces vio un destello de movimiento, y Stefan estaba fuera
ante la ventana. Tenía el rostro pálido y los ojos estaban
doloridos y enojados. Ella se acercó a la ventana, pero no
podía oír lo que él decía debido al cristal. En una mano, él
sostenía un libro con tapas de terciopelo azul, y no hacía más
que señalarlo y preguntarle algo; luego dejó caer el libro y se
dio la vuelta.
–¡Stefan, no te vayas! ¡No me dejes! –chilló
Sus dedos se aplastaron contra el cristal. Entonces advirtió
que había un pestillo en un lado de la ventana y la abrió,
llamándole. Pero él había desaparecido, y en el exterior sólo
vio niebla blanca arremolinada. Desconsolada, se apartó de la
ventana y empezó a recorrer el pasillo. Su propia imagen
brilló tenue en un espejo tras otro a medida que pasaba ante
ellos. Luego, algo en uno de los reflejos captó su mirada. Los
ojos eran sus ojos, pero había una nueva expresión en ellos,
una astuta mirada rapaz. Los ojos de Vickie habían tenido ese
aspecto mientras se desvestía. Y había algo inquietante y
hambriento en su sonrisa. Mientras observaba de pie,
inmóvil, la imagen empezó a girar de improviso sobre sí
misma una y otra vez como si danzara. Elena se sintió
invadida por el horror. Empezó a correr pasillo adelante, pero
ahora todos los reflejos tenían vida propia, danzando,
llamándola y riéndose de ella. Justo cuando pensaba que su
corazón y sus pulmones iban a estallar de terror, alcanzó el
final del corredor y abrió de par en par una puerta. Estaba de
pie en una habitación grande y hermosa. El techo alto estaba
profusamente esculpido e incrustado de oro; las entradas
estaban recubiertas de mármol blanco. Había estatuas
clásicas colocadas en hornacinas a lo largo de las paredes.
Elena no había visto nunca una habitación de tal
magnificencia, pero sabía dónde estaba: en la Italia del
Renacimiento, cuando Stefan permanecía vivo.
Bajó los ojos para mirarse y vío que llevaba un vestido como
el que se había hecho confeccionar para Halloween, el vestido
de baile de estilo renacimiento de color azul hielo. Pero el
vestido que llevaba ahora era de un intenso rojo rubí, y
alrededor de la cintura lucía una fina cadena engarzada con
brillantes piedras rojas. Las mismas gemas adornaban sus
cabellos. Cuando se movía, la seda centelleaba tal que llamas
a la luz de cientos de antorchas.
En el extremo opuesto de la habitación, dos puertas se
abrieron hacia el interior, y una figura apareció entre ellas.
Avanzó hada ella, y vio que era un joven ataviado con prendas
del Renacimiento: jubón y calzas y justillo ribeteado en piel.
¡Stefan! Empezó a ir hacia él con ansiedad, sintiendo cómo el
peso de su vestido se balanceaba desde la cintura. Pero
cuando llegó más cerca se detuvo, aspirando con fuerza. Era
Damon.
Él siguió andando hacia ella, seguro de sí mismo,
despreocupado. Sonreía de modo desafiante. Al llegar ante
ella colocó la mano sobre el corazón e hizo una reverencia;
luego le tendió la mano como retándola a tomarla.
–¿Te gusta bailar? –preguntó.
Sólo que sus labios no se movieron. La voz estaba en la mente
de Elena. Su miedo se esfumó y lanzó una carcajada. ¿Qué le
pasaba para haber sentido miedo de él? Se comprendían
mutuamente muy bien. Pero en lugar de tomar su mano le dio
la espalda, con la seda del vestido girando tras ella, y marchó
con paso ligero hacia una de las estatuas situadas a lo largo de
la pared, sin mirar atrás para ver si la seguía. Sabía que lo
haría. Fingió estar absorta en la estatua, apartándose una y
otra vez cuando él la alcanzaba, a la vez que se mordía el labio
para contener la risa. Se sentía maravillosamente en aquel
momento, tan viva, tan hermosa... ¿Peligroso? Desde luego,
aquel juego era peligroso. Pero siempre había disfrutado con
el peligro. La siguiente vez que él se acercó, ella le dirigió una
veloz mirada insinuante mientras giraba. Él alargó la mano,
pero atrapó únicamente la cadena enjoyada de su cintura. La
soltó rápidamente y, al mirar atrás, ella vio que las púas del
engaste de una de las gemas le habían hecho un corte. La gota
de sangre del dedo era exactamente del color de su vestido.
Los ojos de Damon la miraron veloces de soslayo, y sus labios
se curvaron en una sonrisa provocadora mientras alzaba el
dedo herido. «No te atreverás»-, decían aquellos ojos.
«¿Que no me atreveré?», le dijo Elena con sus propios ojos y,
con descaro, tomó la mano que le tendía y la sostuvo un
instante, provocándole. Luego acercó el dedo a sus labios.
Al cabo de unos pocos instantes, la soltó y levantó los ojos
hacia él.
-Me gusta bailar -dijo, y descubrió que, al igual que él, podía
hablar con la mente. Fue una sensación emocionante. Fue
hacia el centro de la habitación y aguardó.
Él la siguió con la elegancia de una bestia que acecha la presa.
Sus dedos eran cálidos y duros cuando sujetaron los de ella.
Había música, aunque se desvanecía a ratos y sonaba lejana.
Damon posó la otra mano sobre su cintura, y ella sintió la
calidez de sus dedos contra su cuerpo. Levantó un poco el
vestido y empezaron a bailar. Fue delicioso, como volar, y su
cuerpo conocía cada movimiento que efectuaban. Bailaron
dando vueltas y más vueltas por aquella habitación vacía, en
perfecta sincronización, juntos. Él reía mirándola, los oscuros
ojos centelleando divertidos. Ella se sentía hermosa,
preparada y alerta y lista para cualquier cosa. No recordaba
cuándo se había divertido tanto.
Poco a poco, no obstante, la sonrisa de él se desvaneció y su
baile fue deteniéndose. Por fin, ella se quedó inmóvil en el
círculo de sus brazos. Los ojos oscuros de Damon ya no
aparecían divertidos, sino feroces y ardientes.
Ella le miró con sobriedad, sin sentir miedo. Y por vez
primera sintió como si soñara; se sintió ligeramente mareada
y muy lánguida y débil.
La habitación se tornaba borrosa a su alrededor. Sólo veía los
ojos de Damon, y éstos hacían que se sintiera cada vez más
adormilada. Permitió que sus propios ojos se entrecerraran,
que la cabeza cayera hacia atrás. Suspiró.
Ahora podía percibir la mirada de él sobre sus labios, sobre su
garganta. Sonrió para sí y dejó que sus ojos se cerraran
completamente. Él sostenía ya todo su cuerpo, impidiendo
que cayera al suelo. Notó sus labios sobre la piel de su cuello,
ardientes como si tuviera fiebre. Entonces sintió la punzada,
como el pinchazo de dos agujas. Pasó en seguida, no obstante,
y ella se relajó ante el placer de sentir que le extraían la
sangre.Recordaba esa sensación, la sensación de flotar sobre
un lecho de luz dorada. Una languidez deliciosa recorrió
todos sus miembros. Se sentía somnolienta, como si resultara
demasiada molestia moverse. De todos modos, no quería
moverse: se sentía demasiado bien.
Sus dedos descansaban sobre los cabellos de Damon,
sujetando su cabeza contra ella. Ociosamente, los hizo pasar
por entre los suaves mechones oscuros. El cabello del joven
era como seda, cálido y vivo bajo sus dedos. Cuando abrió los
ojos una rendija, vio que reflejaban un arco iris a la luz de las
velas. Rojos y azules y morados, igual que... igual que
plumas... y entonces todo se hizo añicos. De improviso sentía
dolor en el cuello, como si le estuvieran arrancando el alma.
Empujaba a Damon, le arañaba, intentaba apartado por la
fuerza. En sus oídos resonaron chillidos. Damon luchaba
contra ella, pero no era Damon: era un cuervo. Alas enormes
la golpeaban, aleteando con violencia en el aire. Elena tenía
los ojos abiertos. Estaba despierta y chillaba. El salón de baile
había desaparecido y estaba en una habitación a oscuras. Pero
la pesadilla la había seguido. Incluso mientras alargaba la
mano para encender la luz, aquello volvió a arremeter contra
ella, con las alas azotando su rostro, el pico afilado
dirigiéndose hacia ella. Elena le golpeó, manteniendo una
mano alzada para protegerse los ojos. Seguía chillando. No
podía liberarse de él; aquellas alas terribles no dejaban de
agitarse frenéticamente, con un sonido igual al de un millar
de barajas de cartas siendo barajadas a la vez.
La puerta se abrió de golpe, y oyó gritos. El cuerpo cálido y
pesado del cuervo la golpeó, y sus alaridos aumentaron de
volumen. Entonces sintió que alguien la sacaba de la cama y
se encontró de pie, protegida tras el padre de Bonnie, que
tenía una escoba y golpeaba al pájaro con ella.
Bonnie estaba en el umbral. Elena corrió a sus brazos. El
padre de Bonnie gritaba, y entonces se escuchó el sonido de
una ventana que se cerraba de golpe.
-Se ha ido -anunció el señor McCullough, respirando con
dificultad.
Mary y la señora McCullough estaban en el pasillo, cubiertas
con albornoces.
-Estás herida -le dijo sorprendida la señora McCullough a
Elena-. Esa cosa horrible te ha dado un picotazo.
-Estoy bien -respondió Elena, retirando un poco de sangre de
su rostro.
La muchacha estaba tan trastornada que sus rodillas estaban
a punto de doblarse.
-¿Cómo entró? -preguntó Bonnie.
El señor McCullough estaba inspeccionando la ventana.
-No deberías haber dejado esto abierto dijo. ¿Y para qué
querrías descorrer los cerrojos?
-No lo hice -exclamó Elena.
-Estaban descorridos y la ventana abierta cuando te oí chillar
y entré -dijo el padre de Bonnie-. No sé quién podría haberlos
abierto, excepto tú.
Elena ahogó sus protestas. Vacilante, con cautela, fue hacia la
ventana. Él tenía razón: los cerrojos habían sido descorridos.
Y eso sólo se podía haber hecho desde el interior.
-A lo mejor has andado en sueños– dijo Bonnie, llevándose a
Elena lejos de la ventana… mientras su padre empezaba a
colocar los cerrojos otra vez- Será mejor que te limpiemos
esto.
Sonambulismo. De repente todo el sueño regresó como un
torrente a Elena:

el pasillo de espejos, el salón de baile y Damon. Bailando con
Damon. Se desasió de la mano de Bonnie.
-Lo haré yo misma -dijo, oyendo cómo su voz temblaba casi al
borde de la histeria- No ... de veras ... quiero hacerlo.
Escapó al interior del cuarto de baño y permaneció con la
espalda vuelta hada la puerta cerrada, intentando respirar.
Lo último que deseaba era mirar en el espejo. Pero
finalmente, despacio, se aproximó al que había sobre el
lavabo, estremeciéndose a medida que veía el extremo de su
reflejo, avanzando centímetro a centímetro hasta quedar
enmarcada en la plateada superficie.Su imagen le devolvió la
mirada, espantosamente pálida, con ojos que aparecían
amoratados y asustados. Había profundas sombras bajo ellos
y manchas de sangre en el rostro. Muy despacio, giró la
cabeza ligeramente y alzó los cabellos. Casi lanzó un grito en
voz alta al ver lo que había debajo.
Dos heridas diminutas, frescas y abiertas en la piel del cuello.

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