Bonnie tiritó mientras aguardaba frente a la alta casa
victoriana. El aire era helado esa mañana y, aunque eran caso
las ocho de la mañana, el sol aún no había salido. El cielo era
una espesa masa de nubes grises y blancas que creaban una
penumbra fantasmal bajo ellas. Había empezado a dar
patadas en el suelo y a frotarse las manos cuando la puerta de
los Forbes se abrió. Bonnie retrocedió un poco tras los
arbustos que constituían su escondite y observó cómo la
familia iba hacia su coche. El señor Forbes no llevaba más que
una cámara; la señora Forbes tenía un bolso y una silla
plegable; Daniel Forbes, el hermano pequeño de Caroline,
llevaba otra silla. Y Caroline… Bonnie se inclinó hacia
adelante, el aliento siseando de satisfacción.
Caroline iba vestida con tejanos y un suéter grueso y llevaba
una especie de bolso blanco cerrado con un cordón. No era
muy grande pero sí lo bastante como para contener un diario
pequeño. Reconfortada por el triunfo, Bonnie aguardó tras el
matorral hasta que el coche se alejó. Luego marchó en
dirección a la esquina de la calle Thrush con Hawthorne
Drive.
-Allí está, tía Judith. En la esquina.
El coche aminoró la marcha hasta detenerse, y Bonnie se
deslizó en el asiento posterior junto a Elena.
-Lleva un bolso blanco cerrado con un cordón -murmuró al
oído de Elena mientras tía Judith volvía a arrancar.
Un hormigueo de entusiasmo recorrió a Elena, que oprimió la
mano de su amiga.
-Estupendo -musitó-. Ahora veremos si lo lleva a casa de la
señora Grimesby. Si no, le dices a Meredith que está en el
coche.
Bonnie asintió y oprimió a su vez la mano de Elena. Llegaron
a casa de la señora Grimesby justo a tiempo de ver entrar a
Caroline con el bolso blanco colgando del brazo. Bonnie y
Elena intercambiaron una mirada. Ahora era cosa de Elena
ver dónde lo dejaba Caroline en el interior de la casa.
-Me bajaré también aquí, señorita Gilbert -dijo Bonnie
mientras Elena saltaba del coche.
Ella aguardaría en el exterior con Meredith hasta que Elena
pudiera decirles dónde estaba el bolso. Lo importante era no
dejar que Caroline sospechara nada raro.
La señora Grimesby, que fue quien abrió a Elena, era la
bibliotecaria de Fell's Church, y su casa casi parecía también
una biblioteca; había librerías por todas partes y libros
amontonados en el suelo. También era la conservadora de los
artefactos históricos de Fell's Church, incluyendo ropas que se
habían preservado desde los primeros tiempos de la ciudad.
En aquel momento, en la casa resonaban voces juveniles, y los
dormitorios estaban llenos de estudiantes en diversas fases de
desnudez. La señora Grimesby siempre supervisaba los trajes
del espectáculo histórico. Elena estaba a punto de pedir que la
colocaran en la misma habitación que Caroline, pero no fue
necesario. La señora Grimesby la hacía entrar ya.
Caroline, que se había quedado en ropa interior de última
moda, dedicó a Elena lo que sin duda quería ser una mirada
indiferente, pero Elena detectó el malicioso regodeo oculto
bajo ella y mantuvo los ojos en el montón de prendas que la
señora Grimesby estaba recogiendo de la cama.
-Aquí tienes, Elena. Una de nuestras piezas más
primorosamente conservadas... y toda ella auténtica, además,
incluso las cintas. Creemos que este vestido perteneció a
Honoria Fell.
-Es hermoso -dijo Elena, mientras la señora Grimesby
sacudía los pliegues del fino material blanco-.¿De qué está
hecho?
-Muselina de Moravia y gasa de seda. Puesto que hoy hace
bastante frío, puedes llevar esa chaqueta de terciopelo
encima.
La bibliotecaria indicó una prenda color rosa grisáceo que
descansaba en el respaldo de una silla.
Elena dirigió una subrepticia mirada a Caroline mientras
empezaba a cambiarse. Sí, allí estaba el bolso, a los pies de
Caroline. Consideró la idea de abalanzarse sobre él, pero la
señora Grimesby seguía en la habitación.
El vestido de muselina era muy sencillo, y el vaporoso
material estaba ceñido muy alto bajo el pecho con una cinta
rosa pálido. Las mangas ligeramente abombadas que
terminaban en el codo estaban atadas con cinta del mismo
color. Las modas habían sido bastante holgadas a principios
del siglo XIX y quedaban bien a una chica del siglo XX; al
menos si ésta era delgada. Elena sonrió cuando la señora
Grimesby la condujo hasta un espejo.
-¿Realmente perteneció a Honoria Fell? -preguntó, Pensando
en la imagen de mármol de aquella dama que yacía en su
tumba de la iglesia en ruinas.
-Ésa es la historia, al menos -dijo la señora Grimesby-,
Menciona un vestido así en su diario, de modo que estan
bastante seguros.
-¿Escribía un diario? -Elena se sobresaltó.
-Ah, sí. Lo tengo en una vitrina de la sala de estar; te lo
mostraré al salir. Ahora, la chaqueta... vaya, ¿qué es eso?
Algo violeta revoloteó al suelo cuando Elena levantó la
chaqueta. La muchacha sintió cómo se helaba su expresión.
Atrapó la nota antes de que la señora Grimesby pudiera
inclinarse hacia ella y le echó una ojeada. Una línea. Recordó
haberla escrito en su diario el 4 de septiembre, el primer día
de clase. Sólo que después de haberla escrito la había tachado.
Aquellas palabras no estaban tachadas ahora; estaban bien
trazadas y claras.
“Algo horrible va a suceder hoy”.
Elena apenas pudo contenerse para no revolverse contra
Caroline y blandir la nota ante su rostro. Pero eso lo habría
estropeado todo. Se obligó a permanecer tranquila mientras
arrugaba la pequeña tira de papel y la arrojaba a la papelera.
-No es más que un trozo de basura -dijo, y se volvió de nuevo
hacia la mujer, con los hombros muy tiesos.
Caroline no dijo nada, pero Elena sintió aquellos triunfales
ojos verdes sobre su persona.
“Espera y verás -pensó-. Espera hasta que consiga recuperar
ese diario. Lo quemaré, y luego tú y yo tendremos una charla”
A la señora Grimesby le dijo:
-Estoy lista.
-También yo -dijo Caroline en un tono de voz recatado.
Elena adoptó una fría mirada indiferente mientras
contemplaba el vestido de la otra muchacha. El traje verde
pálido de Caroline con largos ceñidores verdes y blancos no
era ni con mucho tan bonito como el suyo.
-Maravilloso. Vosotras, chicas, id delante y aguardad en
vuestros vehículos. Ah, y, Caroline, no olvides tu ridículo.
-No lo haré -respondió ésta, sonriendo, y alargó el brazo para
tomar el bolso cerrado con cordón que tenía a los pies.
Fue una suerte que desde aquella posición no pudiera ver el
rostro de Elena, porque en aquel instante su fría indiferencia
se hizo añicos por completo. Elena se quedó mirándola
atónita, mientras Caroline empezaba a atar el bolso a su
cintura.
Su asombro no le pasó desapercibido a la señora Grimesby.
-Eso es un ridículo, el antepasado de nuestro moderno bolso
femenino -explicó con amabilidad la mujer-. Las señoras
guardaban sus guantes y sus abanicos en ellos. Caroline pasó
por aquí y se lo llevó a principios de semana para reparar
unos bordados a los que faltaban cuentas..., lo que fue muy
considerado por su parte.
-Estoy segura de ello -consiguió decir Elena con voz ahogada.
Tenía que salir de allí o algo horrible sucedería en aquel
mismo momento. Iba a ponerse a chillar, o a tirar a Caroline
al suelo, o a estallar.
-Necesito un poco de aire fresco -dijo.
Salió disparada de la habitación y de la casa, irrumpiendo en
la calle. Bonnie y Meredith aguardaban en el coche de
Meredith, Elena el corazón le martilleó de un modo extraño
mientras andaba hacia él y se inclinaba sobre la ventanilla.
-Ha sido más lista que nosotras -dijo en voz baja-. Ese bolso
es parte de su traje, y va a llevarlo encima todo el día.
Bonnie y Meredith abrieron los ojos de par en par, primero
para mirarla a ella y luego para mirarse una a la otra.
-Pero... entonces, ¿qué vamos a hacer? -preguntó Bonnie.
-No lo sé -con angustiada consternación, Elena fue
plenamente consciente de ello por fin-. ¡No lo sé!
-Todavía podemos vigilarla. A lo mejor se quitará el bolso
para almorzar o algo...
Pero la voz de Meredith sonó hueca. Todas sabían la verdad,
se dijo Elena, y la verdad era que no había esperanza. Habían
perdido. Bonnie echó una ojeada al retrovisor, luego se
retorció en su asiento.
-Es tu carruaje.
Elena miró. Dos caballos blancos venían por la calle tirando
de una calesa elegantemente renovada. Las ruedas de la
calesa llevaban guirnaldas de papel crespón entrelazadas en
ellas, los asientos estaban decorados con helechos y una gran
pancarta en el lateral proclamaba: El Espíritu de Fell's
Church. Elena sólo tuvo tiempo para un mensaje
desesperado.
-Vigiladla -dijo-. Y si en algún momento hay un instante en el
que está sola...
Luego tuvo que marchar.
Pero durante aquella larga y terrible mañana no hubo nunca
un momento en el que Caroline estuviera sola. Estuvo
rodeada por una multitud de espectadores. Para Elena, el
desfile fue una total tortura. Permaneció sentada en la calesa
junto al alcalde y su esposa, intentando sonreír, intentando
parecer normal. Pero el angustioso temor era como un peso
abrumador en su pecho. En algún lugar frente a ella, entre las
bandas, grupos uniformados y descapotables que desfilaban,
estaba Caroline. Elena había olvidado averiguar en qué
carroza estaba. La carroza del instituto, quizá; una gran
mayoría de los niños más pequeños disfrazados estarían en
ésa. No importaba. Donde fuera que estuviese Caroline,
estaba a la vista de media ciudad.
El almuerzo que siguió al desfile se celebró en el comedor de
la escuela de secundaria, y Elena se vio atrapada en una mesa
con el alcalde Dawley y su esposa. Caroline estaba en una
mesa próxima; Elena podía ver la brillante parte posterior de
su melena caoba. Y sentado a su lado, a menudo inclinándose
posesivamente sobre ella, estaba Tyler Smallwood. Elena se
hallaba en una posición perfecta para ver el pequeño drama
que tuvo lugar más o menos a la mitad del almuerzo. Se le
puso el corazón en un puño cuando vio a Stefan que, con
expresión indiferente, pasaba junto a la mesa de Caroline.
Habló a Caroline. Elena observó, olvidando incluso juguetear
con la comida intacta de su plato. Pero lo que vio a
continuación hizo que el alma le cayera a los pies. Caroline
agitó la cabeza, le respondió brevemente y luego regresó a su
comida. Y Tyler se alzó pesadamente, el rostro enrojeciendo a
la vez que efectuaba un gesto de enojo. No volvió a sentarse
hasta que Stefan se alejó.
Stefan miró en dirección a Elena al marchar, y por un
momento sus ojos se encontraron en muda comunión. No
había nada que él pudiera hacer, entonces. Incluso si sus
Poderes habían regresado, Tyler lo mantendría alejado de
Caroline. El aplastante peso oprimió los pulmones de Elena
de tal modo que apenas pudo respirar. Después de eso, se
limitó a permanecer sentada presa del abatimiento y la
desesperación hasta que alguien le dio un golpecito y le indicó
que era hora de ir entre bastidores.
Escuchó casi con indiferencia el discurso de bienvenida del
alcalde Dawley, que habló sobre los «duros momentos» a los
que Fell's Church se había enfrentado recientemente y sobre
el espíritu de comunidad que los había sustentado aquellos
últimos meses. A continuación se entregaron premios, por
erudición, proezas atléticas, servicios a la comunidad... Matt
subió para recibir el de Atleta Masculino Excepcional del Año,
y Elena vio que la miraba con curiosidad.
Luego tuvo lugar la representación histórica. Los niños del
instituto elemental rieron, dieron traspiés y olvidaron sus
frases mientras representaban escenas, desde la fundación de
Fell's Church hasta la guerra de Secesión. Elena lo contempló
sin asimilar nada de todo ello. Ya desde la noche anterior se
había estado sintiendo ligeramente mareada y temblorosa, y
en aquellos momentos se sentía como si estuviera cayendo
víctima de la gripe. Su mente, por lo general tan repleta de
planes y cálculos, estaba vacía. Ya no podía pensar. Ya casi ni
le importaba.
La representación terminó con un centelleo de flashes y
tumultuosos aplausos. Cuando el último menudo soldado
confederado abandonó el escenario, el alcalde Dawley pidió
silencio.
-y ahora -dijo-, los alumnos que llevarán a cabo las
ceremonias de clausura. ¡Por favor, mostrad vuestro
reconocimiento al Espíritu de Independencia, al Espíritu de
Fidelidad y al Espíritu de Fell's Church!
Los aplausos fueron aún más atronadores. Elena se colocó de
pie junto a John Clifford, el inteligente alumno de último año
que había sido elegido para representar el Espíritu de la
Independencia. Al otro lado de John estaba Caroline. De un
modo distante, casi apático, Elena advirtió que Caroline
parecía espléndida: la cabeza echada hacia atrás, los ojos
llameantes, las mejillas sonrosadas.
John avanzó el primero, ajustando sus gafas y el micrófono
antes de leer del grueso libro marrón situado sobre el atril.
Oficialmente, los alumnos de último año eran libres de elegir
sus propias selecciones; en la práctica, casi siempre leían algo
sacado de las obras de M. C. Marsh, el único poeta que Fell' s
Church había producido jamás. Durante toda la lectura de
John, Caroline se dedicó a eclipsarlo. Sonrió a la audiencia,
sacudió los cabellos; sopesó el ridículo que colgaba de su
cintura. Sus dedos acariciaron amorosamente el bolso, y
Elena se encontró mirándolo fijamente, hipnotizada,
memorizando cada cuenta.
John efectuó una reverencia y volvió a su puesto junto a
Elena. Caroline irguió los hombros y avanzó como una
modelo hasta el atril. En esta ocasión los aplausos se
mezclaron con silbidos. Pero Caroline no sonrió; había
adoptado un aire de trágica responsabilidad. Con exquisito
sentido del momento aguardó hasta que la sala de actos
quedó en perfecto silencio para hablar.
-Mi intención era leer un poema de M. C. Marsh hoy -dijo
entonces, ante la atenta quietud-, pero no lo vaya hacer. ¿Por
qué leer de esto -alzó el volumen de poesía del siglo XIX
-cuando hay algo mucho más ... relevante ... en un libro que
dio lo casualidad que encontré?
“Que dio la casualidad que robé, quieres decir”, pensó Elena.
Sus ojos buscaron entre los rostros de la multitud, y localizo a
Stefan. Estaba de pie hacia el fondo, con Bonnie y Meredith
apostadas una a cada lado como si le protegiesen. Entonces
Elena reparó en algo más. Tyler, junto con Dick y varios otros
chicos, estaba de pie justo unos pocos metros más atrás. Los
chicos eran de más edad que los alumnos de secundaria y
parecían rudos, y eran cinco.
“Vete”, pensó Elena, volviendo a encontrar los ojos de Stefan.
Deseó que comprendiera lo que le decía. «Vete, Stefan; por
favor, márchate antes de que suceda. Márchate ahora.»
De un modo muy leve, casi imperceptible, Stefan negó con la
cabeza. Los dedos de Caroline se sumergían en aquellos
momentos en el bolso como si no pudiera esperar más.
-Lo que vaya leer es sobre Fell's Church hoy, no hace cien o
doscientos años -decía, sumiéndose en una especie de
exaltación febril-. Es importante ahora, porque trata de
alguien que vive en la ciudad con nosotros. De hecho, él está
justo aquí, en esta habitación.
Tyler debía de haberle escrito el discurso, decidió Elena. El
mes anterior, en el gimnasio, había demostrado un don único
para este tipo de cosas.
«Ah, Stefan, ah, Stefan, estoy asustada... » Sus pensamientos
se transformaron en incoherencias cuando Caroline hundió la
mano en el bolso.
-Creo que comprenderéis a qué me refiero cuando lo
escuchéis -dijo, y con un rápido gesto extrajo un libro con
cubierta de terciopelo y lo alzó teatralmente-. Creo que
explicará mucho de lo que ha estado sucediendo en Fcll's
Church recientemente.
Respirando rápida y superficialmente, pasó la mirada de la
cautivada audiencia al libro de su mano. Elena casi se había
desvanecido cuando Caroline extrajo el diario. Brillantes
centelleos discurrieron por los bordes de su visión, y la marea
rugió, lista para aplastar a Elena, y entonces ésta advirtió
algo.
Debían de ser sus ojos. Las luces del escenario y los flashes
sin duda los habían deslumbrado. Ella se sentía a punto de
desmayarse en cualquier momento; no le sorprendía en
absoluto que no pudiera ver con claridad. El libro que tenía
Caroline en las manos parecía verde, no azul. «Debo de estar
volviéndome loca... o esto es un sueño ... o quizá es un truco
de la luz. Pero ¡mira la cara de Caroline!»
Caroline, con la boca abriéndose y cerrándose, contemplaba
fijamente el libro de terciopelo. Parecía haber olvidado
totalmente al público. Dio la vuelta al diario una y otra vez
entre las manos, mirándolo por todos lados. Sus movimientos
se volvieron frenéticos. Introdujo violentamente una mano en
el ridículo como si de algún modo esperara encontrar algo
más en él. Luego paseó una mirada enloquecida por el
escenario, como si lo que buscaba pudiese haber caído al
suelo.
El público murmuraba, se impacientaba. El alcalde Dawley y
el director de la escuela secundaria intercambiaban miradas
de desaprobación con los labios apretados. No habiendo
encontrado nada en el suelo, Caroline volvía a mirar con fijeza
el pequeño libro. Pero en aquellos momentos lo contemplaba
como si fuera un escorpión. Con un repentino ademán, lo
abrió violentamente y miró dentro, como si su última
esperanza fuese que sólo la tapa hubiera cambiado y que las
palabras del interior pudieran ser las de Elena.
Luego alzó despacio la vista del libro y la dirigió a la atestada
sala. Se había vuelto a hacer el silencio, y el momento se
prolongó mientras todos los ojos permanecían fijos en la
muchacha del vestido verde pálido. Entonces, con un sonido
inarticulado, Caroline giró sobre sus talones y abandonó el
escenario con un ruido de tacones. Golpeó a Elena al pasar.
Su rostro era una máscara de rabia y odio.
Con delicadeza, con la sensación de flotar, Elena se inclinó
para recoger aquello con lo que Caroline había intentado
golpearla.
El diario de Caroline.
Había actividad detrás de Elena, mientras la gente corría en
pos de Caroline, y frente a ella, a medida que el público
prorrumpía en comentarios, discusiones y disputas. Elena
localizó a Stefan. Por su aspecto, parecía como si el júbilo
fuera embargándole; pero también parecía tan perplejo como
Elena. Bonnie y Meredith daban la misma impresión. Cuando
la mirada de Stefan se cruzó con la suya, Elena sintió una
oleada de gratitud y de alegría, pero su emoción
predominante era el sobrecogimiento. Era un milagro. Más
allá de toda esperanza, habían sido rescatados. Se habían
salvado. y entonces sus ojos distinguieron otra cabeza oscura
entre la multitud. Damon estaba recostado... no,
repatingado..., en la pared norte. Sus labios estaban curvados
en una media sonrisa, y sus ojos se trabaron con los de Elena
descaradamente.
El alcalde Dawley estaba en aquellos momentos junto a ella,
instándola a adelantarse, acallando a la multitud, intentando
restaurar el orden. No servía de nada. Elena leyó su selección
con voz distraída a un grupo de gente que parloteaba sin
prestarle la menor atención. Tampoco ella prestaba atención;
no tenía ni idea de qué palabras pronunciaba. De vez en
cuando miraba a Damon.
Se escuchó un aplauso, disperso y distraído, cuando finalizó, y
el alcalde anunció el resto de acontecimientos para aquella
tarde. Y luego todo terminó, y Elena fue libre de marchar.
Flotó fuera del escenario sin una idea consciente de adónde
iba, pero sus piernas la transportaron a la pared norte. La
cabeza de Damon desapareció por la puerta lateral y ella la
siguió.
El aire del patio parecía deliciosamente fresco tras la atestada
sala, y las nubes del cielo eran plateadas y arremolinadas.
Damon la esperaba. Los pasos de Elena perdieron velocidad,
pero no se detuvieron. Avanzó hasta quedar sólo a unos
treinta centímetros de él, escudriñando su rostro con los ojos.
Hubo un largo momento de silencio, y luego ella habló:
-¿Por qué?
-Pensaba que estarías más interesada en cómo. –Palmeó su
chaqueta significativamente-. Fui invitado a tomar café esta
mañana, tras iniciar una relación con ellos la semana pasada.
-Pero ¿por qué?
Se encogió de hombros, y durante un instante algo como
consternación apareció fugazmente en las hermosamente
dibujadas facciones. A Elena le pareció como si él mismo no
supiera el motivo... o no quisiera admitirlo.
-Para mis propios propósitos -contestó.
-No lo creo. -Algo estaba creciendo entre ellos, algo que
asustaba a Elena con su poder-. No creo que ésa sea la razón
en absoluto.
Un destello peligroso apareció en aquellos ojos oscuros.
-No me presiones, Elena.
Ella se acercó más, tanto que casi le tocaba, y le miró.
-Creo -dijo- que tal vez necesitas que te presionen.
Su rostro estaba sólo a unos centímetros del de ella, y Elena
jamás supo qué podría haber sucedido si en aquel momento
una voz no les hubiera interrumpido. .
-¡Al final conseguiste venir! ¡Me alegro tanto!
Era tía Judith. Elena sintió como si la trasladaran a toda
velocidad de un mundo a otro. Pestañeó con una sensación de
vértigo, retrocediendo a la vez que soltaba el aire que no había
advertido que contenía.
-y conseguiste oír a Elena -prosiguió tía Judith alegremente-.
Lo hiciste muy bien, Elena, pero no sé qué le ha pasado a
Caroline. Todas las chicas de esta ciudad están actuando
como embrujadas últimamente.
-Los nervios -sugirió Damon, con el rostro cuidadosamente
solemne.
Elena sintió el impulso de reír tontamente, y luego una oleada
de irritación. Estaba muy bien sentirse agradecida a Damon
por haberlos salvado, pero de no haber sido por el mismo
Damon, no habría existido un problema. Damon había
cometido los crímenes que Caroline quería adjudicarle a
Stefan.
-¿Y dónde está Stefan? -dijo, dando voz a su siguiente
pensamiento. Podía ver a Bonnie y a Meredith en el patio,
solas. El rostro de tía Judith mostró su desaprobación.
-No le he visto -dijo con tono sucinto, y luego sonrió
cariñosamente-. Pero tengo una idea: ¿por qué no vienes a
cenar con nosotros, Damon? Luego, tal vez tú y Elena
podéis...
-¡Para! -dijo Elena a Damon, que se mostró educadamente
inquisitivo.
-¿Qué? -inquirió tía Judith.
-¡Para! -repitió Elena a Damon-. Ya sabes qué. ¡Detenlo ahora
mismo!.
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