-¡Elena, estás siendo grosera! –Tía Judith casi nunca se
enojaba, pero ahora lo estaba-. Eres demasiado mayor para
esta clase de comportamiento.
-¡No es grosería! No comprendes que…
-Comprendo perfectamente. Estas actuando exactamente
igual que cuando Damon vino a cenar. ¿No crees que un
invitado merece un poco más de consideración?
La frustración se apoderó de Elena.
-Ni siquiera sabes lo que dices –respondió.
Aquello era demasiado. Oír las palabras de Damon en los
labios de tía… era insufrible.
-¡Elena!
Un rubor moteado ascendía por las mejillas de su tía Judith.
-¡Me indignas! Y tengo que decir que este comportamiento es
infantil se inició en el momento en que empezaste a salir con
ese chico.
-Ah, “ese chico”. –Elena dirigió una mirada iracunda a
Damon.
-¡Sí, ese chico! –respondió tía Judith-. Desde el momento en
que perdiste la cabeza por él has sido una persona distinta.
¡Irresponsable, reservada… y desafiante! Ha sido una mala
influencia desde el principio, y no pienso tolerarlo más.
-¿De veras?
Elena sentía como si estuviera hablando Damon y tía Judith a
la vez y paseaba la mirada de uno al otro. Todas las
emociones que había estado conteniendo durante los últimos
días –durante las últimas semanas, durante los meses desde
que Stefan había llegado a su vida –brotaban en tropel. Era
un gran maremoto en su interior sobre el que carecía de
control. Advirtió que estaba temblando.
-Bien, pues lo siento mucho, porque vas a tener que tolerarlo.
Jamás voy a dejar a Stefan, por nadie. ¡Desde luego, no por ti!
Esto último iba dirigido a Damon, pero tía Judith lanzo una
exclamación.
-¡Es suficiente! –soltó Robert, que había aparecido con
Margaret y tenía una expresión sombría-. Jovencita, si éste es
el modo en que ese chico te anima a hablar a tu tía…
-¡Él no es “ese chico”!
Elena retrocedió otro paso, para poder mirarlos a todos de
frente. Estaba dando un espectáculo, todo mundo en el patio
mirada. Pero no le importaba. Había mantenido una tapadera
sobre sus sentimientos durante demasiado tiempo,
empujando al fondo, donde no se pudiera ver, toda la
ansiedad, el miedo y la rabia. Toda la preocupación por
Stefan, todo el terror que le inspiraba Damon, toda la
vergüenza y la humillación padecidas en el instituto, los había
enterrado profundamente. Pero en aquellos momentos todo
regresaba. Todo ello, todo a la vez, en una vorágine de una
violencia tremenda. El corazón le martillaba enloquecido; los
oídos le silbaban. Sentía que nada importaba, excepto
lastimar a las personas que tenía ante ella, darles una
demostración.
-Él no es “ese chico” –volvió a decir, y su voz tenía una
frialdad letal-. Se llama Stefan y es todo lo que me importa. Y
resulta que estoy comprometida con él.
-¡Vamos, no seas ridícula! –tronó Robert.
Aquello fue la gota que colmó el vaso.
-¿Es esto ridículo? –Alzó la mano con el anillo hacia ellos
-¡Nos vamos a casar!
-Tú no te vas a a casar –empezó a decir Robert.
Todo el mundo estaba furioso. Damon agarró su mano y
contempló fijamente el anillo, luego giró bruscamente y se
alejó a grandes zancadas, cada paso lleno de ferocidad a duras
penas contenida. Robert seguía farfullando exasperado. Tía
Judith echaba chispas.
-Elena, te prohíbo absolutamente…
-¡Tú no eres mi madre! –chilló Elena.
Las lágrimas intentaban abrirse paso fuera de los ojos.
Necesitaba marchar, estar sola, estar con alguien que la
quería.
-¡Si Stefan pregunta, decidle que estaré en la casa de
huéspedes! –añadió, y salió corriendo por entre la multitud.
Medio esperó que Bonnie y Meredith la siguieran, pero se
alegró que no lo hicieran. El aparcamiento estaba lleno de
coches, pero casi vació de gente. La mayoría de las familias se
quedaban para las actividades de la tarde. Pero un
desvencijado Ford sedán estaba aparcado a poca distancia, y
una figura familiar abría la portezuela.
-¡Matt! ¿Te vas?
Tomó su decisión al instante. Hacía demasiado frío para
recorrer a pie el todo camino hasta la casa de huéspedes.
-¿Eh? No, tengo que ayudar al entrenador Lyman a quitar las
mesas. Sólo estaba guardando esto. –Arrojó la placa de Atleta
Excepcional al asiento delantero-. Oye, ¿estás bien? –Sus ojos
se abrieron de par en par al verle el rostro.
-Si… no. Lo estaré si puedo marchar de aquí. Oye, ¿puedo
coger tu coche? ¿Sólo durante un ratito?
-Bueno… claro, pero… Ya sé, ¿por qué no dejas que yo te
lleve? Iré a decírselo al entrenador Lyman.
-¡No!, Sólo necesito estar sola… Ah, por favor, no hagas
preguntas. –Casi le arrancó las llaves de la mano. –Lo traeré
de vuelta pronto, lo prometo. O lo hará Stefan. Si ves a Stefan,
dile que estoy en la casa de huéspedes. Y gracias.
Cerró la portezuela de golpe, mientras él protestaba, y aceleró
el motor, con un chirrido la marcha porque no estaba
acostumbrada a un cambio manual. Lo dejó allí de pie,
mirando con asombro cómo se alejaba. Condujo si ver ni oír
realmente nada del exterior, llorando, encerrada en su propio
tornado de emociones Stefan y ella huirían… Se fugarían…
Les enseñarían a todos. No volverían a poner un pie en Fell´s
Church. Y entonces tía Judith lo lamentaría. Entonces Robert
vería lo equivocado que había estado. Pero Elena no les
perdonaría nunca. Nunca.
En cuanto a Elena misma, ella no necesitaba a nadie.
Ciertamente, no necesitaba al viejo y estúpido instituto
Robert E. Lee, donde una podía pasar de ser megapopular a
ser una paria de la sociedad en un día, sólo por amar a la
persona equivocada. No necesitaba familia, ni tampoco
amigos… Mientras aminoraba la velocidad para ascender por
el sinuoso camino particular de la casa de huéspedes, Elena
sintió que sus pensamientos también aminoraban.
Bueno…, no estaba enfurecida con todos sus amigos. Bonnie y
Meredith no había hecho nada. Ni Matt. Matt estaba bien, De
hecho, podría no necesitarle, pero su coche le había venido
muy bien.
A pesar de sí misma, Elena sintió que una risita ahogada
ascendía por su garganta. Pobre Matt. La gente siempre cogía
prestada aquella carraca prehistórica suya. Debía de pensar
que Stefan y ella estaban chiflados. La risita le hizo soltar
unas cuantas lágrimas más y se sentó y las secó, sacudiendo la
cabeza. Dios ¿cómo se habían vuelto las cosas de ese modo?
Vaya día. Debería de estar ocupada en una celebración
victoriosa por que habían vencido a Caroline, y en su lugar
estaba llorando sola en el coche de Matt.
Aunque Caroline había tenido realmente un aspecto
condenadamente divertido. El cuerpo de Elena se estremeció
con unas risitas levemente histéricas. Vaya expresión la del
rostro de Caroline. Esperaba que alguien la hubiera filmado
en vídeo. Por fin, sollozos y risitas se calmaron y Elena sintió
una oleada de cansancio. Se recostó sobre el volante
intentando no pensar en nada durante un rato, y luego salió
del coche. Entraría y esperaría a Stefan, y luego los dos
regresarían y se ocuparían del jaleo que ella había organizado.
Haría falta mucho trabajo, pensó cansinamente. Pobre tía
Judith. Elena le había chillado frente a media ciudad.
¿Por qué se había alterado tanto? Pero sus emociones seguían
cerca de la superficie, como descubrió al encontrar que la
puerta de la casa de huéspedes estaba cerrada con llave y
nadie respondía al timbre. Vaya, maravilloso, se dijo,
sintiendo que los ojos volvían a escocerle. También la señora
Flowers había ido a la fiesta del Día del Fundador. Y Elena
tenía que elegir entre sentarse en el coche o quedarse de pie
allí fuera en aquel vendaval…
Hasta entonces no había advertido el tiempo que hacía, pero
ahora miró a su alrededor alarmada. El día había empezado
nublado y helado, pero en aquellos momentos había una
neblina que se deslizaba por el suelo, como exhalada de los
campos circundantes. Las nubes no sólo estaban
arremolinadas: bullían. Y el viento era cada vez más fuerte.
Gemía a través de la rama de los robles, arrancando las hojas
que quedaban y lanzándolas como un aguacero. El sonido
aumentaba sin parar; no era sólo un gemido, era un aullido. Y
había algo más. Algo que venía no sólo con el viento, sino del
aire mismo, o del espacio alrededor del aire. Una sensación
de presión, de amenaza, de alguna forma inimaginable.
Acumulaba poder, se aceraba, la rodeaba. Elena se volvió en
redondo de cara a los robles.
Había un bosquecillo de ellos detrás de la casa, y otro al
fondo, fusionándose con el bosque. Y más allá estaba el río y
el cementerio. Algo… estaba allí afuera. Algo… muy malo….
-No –murmuró Elena.
No podía verlo, pero lo percibía, como una gran forma
alzándose para colocarse sobre ella, ocultando el cielo.
Percibió la maldad, el odio, la furia animal. La sed de sangre.
Stefan había utilizado la palabra, pero ella no la había
comprendido. Ahora sentía esta sed de sangre… concentrada
en ella.
-¡No!
Más y más alto, aquello se erguía sobre ella. Seguía sin poder
ver nada, pero era como si unas alas enormes se desplegaran,
estirándose para tocar el horizonte a ambos lados. Algo con
un poder más allá de toda comprensión… y que quería
matarla…
-¡No!
Corrió hacia el coche justo cuando aquello se inclinaba y
descendía en picado a por ella. Sus manos buscaron
desesperadamente la manija, y hurgó torpemente con las
llaves. El viento chillaba, aullaba, tirando de sus cabellos.
Hielo arenosos le roció los ojos, cegándola, pero entonces la
llave giró y abrió la puerta de un tirón. ¡A salvo! Cerrando de
golpe la portezuela y descargó el puño sobre el cierre del otro
lado.
El viento rugió con un millar de voces en el exterior. El coche
empezó a balancearse.
-¡Para! ¡Damon, para!
Su débil grito se perdió en la algarabía. Alargó las manos
sobre el salpicadero como para equilibrar el coche, y éste se
balanceó con más fuerza mientras el hielo lo acribillaba.
Entonces vio algo. La ventanilla trasera estaba empañada,
pero pudo distinguir una forma a través de ella. Parecía un
pájaro enorme hecho de niebla o nieve, pero los contornos
eran vagos. De todo lo que estaba segura era que poseía
enormes alas que batían con fuerza… y que iban hacia ella.
“Pon la llave en el contacto. ¡Hazlo! ¡Ahora vete!” Su mente le
transmitía órdenes en tono seco. El viejo Ford resolló y los
neumáticos chirriaron más fuerte que el viento cuando
emprendió la marcha. Y la figura que iba trasde ella la siguió,
apareciendo cada vez más grande en el retrovisor.
“¡Ve a la ciudad, ve a Stefan! ¡Vete! ¡Vete!” Pero cuando
penetraba con un chirrido en la carretera de Old Creek,
girando a la izquierda y con las ruedas trabándose, un rayo
hendió el cielo. De no haber patinado y frenado ya, el árbol se
habría estrellado sobre ella. De todos modos, el violento
impacto zarandeó el vehículo como un terremoto sin alcanzar
el guardafangos derecho por unos centímetros. El árbol era
una masa de ramas que se agitaba y bamboleaba, con el
tronco bloqueando por completo el camino de vuelta a la
ciudad. Estaba atrapada. Su única ruta corta. Estaba sola, no
había escapatoria a aquel Poder terrible…
Poder. Eso era, ésa era la clave. “Cuanto más fuertes son tus
Poderes, más te atan a la fuerza de la oscuridad.” ¡Agua
corriente!
Dando marcha atrás con el coche, le hizo dar la vuelta y luego
lo lanzó hacia adelante. La forma blanca viró y descendió en
picado, sin conseguir alcanzarla por tan poco como había
sucedido con el árbol, y a continuación ella corría a toda
velocidad por la carretera de Old Creek hacia lo peor de la
tormenta. Aquello seguía tras ella, y sólo un pensamiento
martillaba en su cerebro en aquel momento: Tenía que cruzar
agua corriente para dejar atrás aquella cosa.
Hubo más relámpagos, y vislumbró otros árboles que caían,
pero los esquivó con virajes bruscos. No podía estar lejos ya.
Veía el río que discurría centelleante a la izquierda por entre
la torrencial granizada. Entonces divisó el puente. ¡Estaba
allí; lo había conseguido! Una ráfaga arrojó aguanieve sobre
el parabrisas, pero con el siguiente movimiento de los
limpiaparabrisas volvió a ver fugazmente. Era aquello, la
curva debía de estar allí mismo. El coche dio un bandazo y
patinó sobre la estructura de madera. Elena notó cómo las
ruedas se aferraban a tablas resbaladizas, y luego sintió cómo
se bloqueaban. Desesperada, intentó girar con el patinazo,
pero no podía ver y no había espacio…
Y entonces se encontró estrellándose con la barandilla, la
madera podrida del puente peatonal cediendo bajo un peso
que no era capaz de soportar. Tuvo una escalofriante
sensación de girar como un trompo, de caer, y el coche choco
contra el agua.
Elena oyó gritos, pero no parecían relacionados con ella. El
río se alzó a su alrededor y todo fue ruido, confusión y dolor.
Una ventana se hizo pedazos al ser golpeada con los
escombros, y luego otra. Agua oscura penetró a borbotones,
junto con el cristal que era como hielo. Quedó sepultada. No
podía ver; no podía salir. Y no podía respirar. Estaba perdida
en aquel tumulto infernal, y no habíaaire. Tenía que respirar.
Tenía que salir de allí.
-¡Stefan, ayúdame! –chilló.
Pero su gritó no emitió ningún sonido. En su lugar, el agua
helada penetró el tropel en sus pulmones, invadiéndola. Se
debatió contra ella, pero era demasiado fuerte. Sus esfuerzos
se volvieron más frenéticos, más faltos de coordinación, y
luego se detuvieron. Entonces todo quedó quieto.
Bonnie y Meredith rastreaban el perímetro del instituto con
impaciencia:Habían visto marchar a Stefan en aquella
dirección, más o menos coaccionado por Tyler y sus nuevos
amigos, y habían empezado a seguirle, pero entonces Elena
había montado aquella escena. Y luego Matt les había
informado de que se había ido. Así que habían vuelto a buscar
a Stefan, pero no había nadie allí. No había siquiera edificios,
excepto un solitario cobertizo prefabricado.
-¡Y ahora se aproxima una tormenta! –dijo Meredith-.
¡Escucha ese viento! Creo que va a llover.
-¡O a nevar! –Bonnie se estremeció-. ¿Adónde fueron?
-No me importa; sólo quiero estar bajo techo. ¡Ya está aquí!
Meredith lanzó un grito ahogado cuando la primera cortina
de lluvia helada la golpeó, y ella Bonnie corrieron hacia el
refugio más próximo: el cobertizo prefabricado.
Y allí fue donde encontraron a Stefan. Las puertas estaban
entreabiertas, y cuando Bonnie miró dentro se echó para
atrás, asustada.
-¡La cuadrilla de matones de Tyler! –siseó-. ¡Cuidado!
Stefan tenía a unsemicírculo de chicos situados entre él y la
puerta. Caroline estaba en la esquina.
-¡Tiene que tenerlo! Lo cogió de algún modo; ¡se que lo hizo!
–decía ella.
-¿Cogió qué? –preguntó Meredith en voz alta, y todo el
mundo se volvió hacia ella. El rostro de Caroline se contrajo
al verlas en la entrada, y Tyler gruñó.
-Salid –dijo-. No os interesa involucraros en esto.
Meredith hizo como si no le oyera.
-Stefan, ¿puedo hablar contigo?
-En un minuto. ¿Vas a responder a su pregunta? ¿Cogió qué?
–Stefan se estaba concentrando en Tyler, toda su atención
puesta en él.
-Desde luego que responderé a su pregunta. Justo después de
que responda a la tuya. –La mano rojiza de Tyler golpeó
contra su puño y el muchacho avanzó-. Te voy hacer
pecadillo, Salvatore.
Varios de los chicos duros rieron burlones.
Bonnie abrió la boca para decir “salgamos de aquí”. Pero lo
que en realidad dijo fue:
-El puente
Fue lo bastante extraño como para hacer que todos la
miraran.
-¿Qué? –dijo Stefan.
-El puente –repitió Bonnie, sin que su intención fuera decir
aquello.
Sus ojos se desorbitaron, alarmados. Oía la voz que surgía en
su garganta, pero no tenía control sobre de ella. Y entonces
sintió que sus ojos se abrían más y su boca se abría y recuperó
su propia voz.
-El puente, ah, Dios mío, ¡el puente! ¡Ahí es donde está Elena!
Stefan, tenemos que salvarla… ¡De prisa!
-Bonnie, ¿estás segura?
-Sí, ah, Dios mío… es ahí a donde ha ido. ¡Se está ahogando!
¡De prisa!
Oleadas de espesa oscuridad descendieron sobre Bonnie. Pero
ella no podía desvanecerse en aquel momento: tenía que
llegar hasta Elena. Stefan y Meredith vacilaron un minuto, y
luego Stefan atravesó la cuadrilla de matones, apartándolos
como si fueran de papel de seda. Corrieron por el campo de
deportes hacia el aparcamiento, arrastrando a Bonnie con
ellos.
Tyler empezó a perseguirlos, pero se detuvo cuando toda la
fuerza de viento le golpeó.
-¿Por qué querría ella salir con esta tormenta? –grito Stefan
mientras saltaba al interior del coche de Meredith.
-Estaba trastornada; Matt dijo que se llevó su coche –jadeó
Meredith como respuesta en el relativo silencio del interior
del vehículo.
Arrancó el coche a toda prisa y giró de cara al viento,
acelerando peligrosamente.
-Dijo que iba a la casa de huéspedes.
-¡No, está en el puente! ¡Meredith, conduce más rápido! ¡Dios
mío, vamos a llegar demasiado tarde!
Las lágrimas corrían por el rostro de Bonnie.
Meredith apretó a fondo el acelerador. El coche se balanceó,
azotado por el viento y el aguanieve. Durante todo aquel viaje
de pesadilla, Bonnie no dejó de sollozar, aferrada al asiento
que tenía adelante. La súbita advertencia de Stefan impidió a
Meredith chocar contra el árbol. Bajaron en tropel y se vieron
inmediatamente azotados y castigados por el viento.
-¡Es demasiado grande para moverlo! Tendremos que andar
–gritó Stefan.
Por supuesto que era demasiado grande para moverlo, se dijo
Bonnie, que se trepaba por entre las ramas. Era un roble
totalmente adulto. Pero una vez al otro lado, el helado
vendaval arrancó todo pensamiento de su cabeza. En cuestión
de minutos estaba entumecida, y la carretera pareció seguir
adelante durante horas. Intentaron correr, pero el viento los
empujaba hacia atrás. Apenas podían ver; de no haber sido
por Stefan, habrían caído por el margen del río.
Bonnie empezó a zigzaguear como si estuviera borracha, y
estaba a punto de caer al suelo cuando oyó a Stefan que
gritaba más adelante. El brazo de Meredith, que la rodeaba, la
abrazó con más fuerza, y volvieron a iniciar una tambaleante
carrera. Pero al acceder al puente, lo que vieron los hizo
detenerse en seco.
-¡Dios mío…, Elena! –chilló Bonnie.
El puente Wickery era una masa de escombros astillados. La
barandilla de un lado había desaparecido y los tablones
habían cedido como si un puño gigante los hubiera
destrozado. Debajo, las oscuras aguas se arremolinaban sobre
un horripilante montón de escombros. Una parte de los
escombros, totalmente sumergidos excepto por los faros, era
el coche de Matt. Meredith, también chillaba, pero le chillaba
a Stefan.
-¡No! ¡No puedes bajar ahí!
Él ni siquiera miró atrás. Se zambulló desde la orilla, y él agua
se cerró sobre su cabeza. Más tarde, el recuerdo de Bonnie de
las horas siguientes sería misericordiosamente borrado.
Recordó haber esperado a Stefan mientras la tormenta rugía
interminable. Recordó que ya casi le traía todo sin cuidado
cuando por fin una figura encorvada salió tambaleante de
agua. Recordó no haber sentido ninguna decepción, sólo un
pesar inmenso, al ver la figura inerte que Stefan depositaba
sobre la carretera.
Y recordó el rostro de Stefan.
Recordó su expresión mientras intentaba hacer algo por
Elena. Sólo que ya no era realmente Elena quien yacía allí, era
una muñeca de cera con las facciones de Elena. No era nada
que hubiese estado nunca vivo y, desde luego, no estaba vivo
en aquel momento. Bonnie pensó que parecía estúpido seguir
golpeándolo y presionándolo, intentando extraer agua de sus
pulmones y todo eso. Las muñecas de cera no respiraban.
Recordó el rostro de Stefan cuando finalmente se dio por
vencido. Cuando Meredith forcejeó con él y le chilló, diciendo
algo sobre más de una hora sin aire, y daños cerebrales. Las
palabras penetraron en Bonnie, pero no su significado.
Simplemente le pareció curioso que mientras Meredith y
Stefan se chillaban el uno al otro, estuvieran los dos llorando.
Stefan dejo de llorar después de aquello. Se limitó a quedarse
abrazado a la muñeca Elena. Meredith chilló un poco más,
pero él no la escuchó. Se limitó a quedarse sentado y Bonnie
jamás olvidaría su expresión.
Y entonces algo atravesó a Bonnie como una llamara,
devolviéndola a la vida, despertándola del terror. Aferró a
Meredith, y miró con ojos desorbitados a su alrededor en
busca del origen. Algo malo…, algo terrible se acerca. Estaba
casi allí. Stefan pareció sentirlo también. Estaba alerta, rígido
como un lobo que ha captado un rostro.
-¿Qué es? –gritó Meredith-. ¿Qué pasa?
-¡Tenéis que iros! –Stefan se puso en pie, sosteniendo aún el
cuerpo inerte en sus brazos-. ¡Salid de aquí!
-¿Qué quieres decir? No podemos dejarte…
-¡Sí podéis! ¡Salid de aquí! ¡Bonnie, sácala!
Nadie le había dicho nunca antes a Bonnie que cuidara de
otra persona. La gente siempre cuidaba de ella. Pero ahora
sujeto el brazo de Meredith y empezó a tirar. Stefan tenía
razón. No había nada que pudieran hacer por Elena, y si se
quedaban, lo que fuera que había acabado con ella las
atraparía.
-Stefan –gritó Meredith
mientras se veía incomprensiblemente arrastrada de allí.
-La depositare bajo los sauces. Los sauces, no los robles –les
gritó él mientras se alejaban.
“¿Por qué nos dirá eso ahora?”, se preguntó Bonnie en algún
lugar del fondo de su mente que no estaba ocupado por el
miedo y la tormenta. La respuesta era sencilla, y su mente se
la proporcionó de inmediato: porque él no estaría allí más
tarde para decírselo.
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