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para todos aquellos fanaticos de las historias de ficcion y los vampiros en este blog publicare los libros de la exitosa saga que a arrasado por EEUU cronicas vampiricas (de la serie vampires diarie)...


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jueves, 4 de febrero de 2010

FURIA-- CRONICAS VAMPIRICAS-- CAPITULO 14

Lechuza blanca... ave de presa... cazador... tigre... Jugando contigo
corno un gato con un ratón. Como un gato... un gran gato... un gatito.
Una gatita blanca.
La Muerte está en la casa.
Y la gatita, la gatita había huido de Damon. No por miedo, sino por
miedo a ser descubierta. Como cuando se había colocado sobre el
pecho de Margaret y había lloriqueado al ver a Elena al otro lado de la
ventana.
Elena gimió y casi emergió de la inconsciencia, pero la niebla gris la
arrastró de vuelta al fondo antes de que pudiera abrir los ojos. Sus
pensamientos volvieron a bullir a su alrededor.
Amor envenenado... Stefan, te odiaba a ti antes de odiar a Elena...
Blanco y dorado... algo blanco... algo blanco bajo el árbol...
Es esta ocasión, cuando luchó por abrir los ojos, lo consiguió. E
incluso antes de poder concentrar la visión bajo la tenue luz cambiante
lo supo. Finalmente lo supo.
La figura del vestido blanco que arrastraba por el suelo volvió la
cabeza de la vela que estaba encendiendo, y Elena vio lo que podría
haber sido su propio rostro sobre los hombros de la criatura. Pero era
un rostro sutilmente distorsionado, pálido y hermoso como una
escultura de hielo, pero era como debía ser. Era como los interminables
reflejos de sí misma que Elena había visto en su sueño del pasillo de
los espejos. Retorcido y hambriento, y burlón.
-Hola, Katherine -murmuró.
Katherine sonrió, fue una sonrisa taimada y rapaz.
No eres tan estúpida como creía -dijo.
La voz era suave y dulce..., argentina, se dijo Elena. Igual que sus
pestañas. También había destellos plateados en su vestido cuando se
movía. Pero el cabello era dorado, casi de un dorado tan pálido como el
de Elena. Los ojos eran como los ojos de la gatita: redondos y azules
como una alhaja. En. el cuello llevaba un collar con una piedra del
mismo color intenso.
Elena sentía su propia garganta dolorida, como si hubiese estado
chillando. También la tenía reseca. Cuando volvió la cabeza despacio a
un lado, incluso aquel leve movimiento le produjo dolor.
Stefan estaba junto a ella, caído al frente, atado por los brazos a las
estacas de hierro forjado de la reja. Tenía la cabeza caída sobre el
pecho, y lo que pudo ver de su rostro tenía una palidez cadavérica. La
garganta estaba desgarrada, y había goteado sangre sobre el cuello de
la camisa, que ya se había secado.
Elena volvió a dirigir la mirada hacia Katherine con tal rapidez que la
cabeza le dio vueltas.
¿Por qué? ¿Por qué le hiciste eso?
Katherine sonrió, mostrando afilados dientes blancos.
-Porque le amo -dijo con un sonsonete infantil-. ¿No le quieres tú
también?
Fue entonces cuando Elena cayó en la cuenta de por qué no podía
moverse y por qué le dolían los brazos. Estaba atada igual que Stefan,
sujeta firmemente como Stefan a la verja cerrada. Un doloroso giro de
la cabeza hacia el otro lado le reveló la presencia de Damon.
Éste estaba en peor estado que su hermano. La chaqueta y el brazo
estaban. desgarrados, y la visión de la herida hizo que Elena sintiera
náuseas. La camisa del joven estaba hecha jirones, y Elena podía ver
los casi imperceptibles movimientos de sus costillas al respirar. De no
haber sido por eso, habría pensado que estaba muerto. La sangre
apelmazaba sus cabellos y corría por el interior de los ojos cerrados.
-¿Cuál te gusta más? -preguntó Katherine con un tono íntimo y
confidencial-. Puedes decírmelo. ¿Cuál crees que es mejor?
Elena la miró asqueada.
Katherine -murmuró-. Por favor. Por favor, escúchame...
Dime. Vamos. -Aquellos ojos azules como alhajas ocuparon la visión
de Elena cuando Katherine se inclinó muy cerca de ella, los labios
tocando casi los de la joven-. Yo pienso que los dos son divertidos. ¿Te
gusta la diversión, Elena?
Repugnada, Elena cerró los ojos y apartó el rostro. Si al menos la
cabeza dejara de darle vueltas...
Katherine retrocedió con una nítida carcajada.
-Lo sé, es muy difícil escoger.
Efectuó una pequeña pirueta, y Elena vio que lo que vagamente
había tomado por la cola del vestido de Katherine eran sus cabellos,
que descendían como oro fundido por la espalda para derramarse
sobre el suelo, arrastrándose tras ella.
Todo depende de lo que a una le guste -prosiguió Katherine,
efectuando unos cuantos elegantes pasos de baile y ter minando
delante de Damon; dirigió una mirada escrutadora a Elena, llena de
picardía-. Pero, claro, yo soy tan golosa. -Agarró a Damon por los
cabellos y, tirando hacia arriba de la cabeza, le hundió los dientes en el
cuello.
¡No! No hagas eso; no le hagas más daño...
Elena intentó abalanzarse hacia adelante, pero estaba demasiado
bien atada. La verja era de hierro macizo, incrustada en la piedra, y las
cuerdas eran resistentes. Katherine efectuaba sonidos animales,
royendo y masticando la carne, y Damon gimió incluso estando
inconsciente. Elena vio cómo su cuerpo se crispaba de un modo reflejo
debido al dolor.
Por favor, para; por favor, para...
Katherine alzó la cabeza. Corría sangre por su barbilla.
-Pero estoy hambrienta, y él está tan rico... -dijo.
Se echó hacia atrás y volvió a atacarle, y el cuerpo de Da. non se
contrajo espasmódicamente. Elena lanzó un grito.
«Fue así -pensó-. Al principio, aquella primera noche en el bosque,
yo era así. Hice daño a Stefan de ese modo. Quería matarle...»
La oscuridad la envolvió, y se entregó a ella, agradecida.
El coche de Alaric patinó sobre un tramo helado al llegar a la
escuela, y Meredith estuvo a punto de chocar con él. Matt y ella
saltaron fuera del coche, dejando las portezuelas abiertas. Delante de
ellos, Alaric y Bonnie hicieron lo mismo.
-¿Qué hay del resto de la ciudad? -gritó Meredith corriendo hacia
ellos; el viento aumentaba, y la escarcha le quemaba el rostro.
-Sólo la familia de Elena: tía Judith y Margaret -chilló Bonnie.
La voz de la muchacha era aguda y asustada, pero había una
expresión concentrada en sus ojos. Inclinó la cabeza hacia atrás, como
intentando recordar algo, y dijo:
-Sí, eso es. Tras ellas irán los perros. Hacedlas ir a alguna parte...
como el sótano. ¡Mantenedlas allí!
-Yo lo haré. ¡Vosotros tres ocupaos del baile!
Bonnie giró para correr tras Alaric. Meredith regresó como una
exhalación a su coche.
El baile se hallaba en las últimas fases de disolución, y había tantas
parejas dentro como fuera, marchando en dirección al aparcamiento.
Alaric les gritó mientras Matt, Bonnie y él se acercaban a la carrera.
-¡Regresad dentro! ¡Metan a todo el mundo dentro y cierren las
puertas! -chilló a los agentes del sheriff.
Pero no hubo tiempo. Alcanzó la cantina justo cuando la primera
figura que acechaba en la oscuridad lo hacía. Un agente cayó sin un
sonido ni una oportunidad de disparar el arma.
Otro fue más rápido, y sonó un disparo, amplificado por el patio de
hormigón. Los alumnos chillaron y empezaron a huir de allí, hacia el
interior del aparca miento. Alaric fue tras ellos, gritando, intentando
conducirlos de vuelta.
Otras figuras salieron de la oscuridad, de entre los coches
aparcados, de todos lados. Sobrevino el pánico. Alaric siguió gritando,
siguió intentando congregar a los aterrados estudiantes para que
fueran hacia el edificio. Allí fuera eran presa fácil.
En el patio, Bonnie se volvió hacia Matt.
-¡Necesitamos fuego! -dijo.
Matt entró como una flecha en la. Cantina y salió con una caja medio
llena de programas del baile. La arrojó al suelo, hurgando en los
bolsillos en busca de una de las cerillas que habían usado antes para
encender la vela.
El papel prendió y ardió con fuerza, formando una isla de seguridad.
Matt siguió haciendo señas a la gente para que cruzaran las puertas de
la cantina situada detrás. Bonnie se precipitó dentro, encontrando una
escena tan caótica como la del exterior.
Miró a su alrededor en busca de alguien con autoridad, pero no vio
adultos, sólo jovencitos aterrados. Entonces, los adornos de crespón
rojo y verde atrajeron su atención.
El sonido era atronador; ni siquiera un grito se oiría allí dentro.
Abriéndose paso por entre la gente que intentaba salir, consiguió llegar
al otro extremo de la sala. Caroline estaba allí, pálida sin su. Bronceado
veraniego y luciendo la tiara de reina de la nieve. Bonnie la remolcó
hasta el micrófono.
-Tú eres buena hablando. ¡Diles que entren y se queden dentro! Diles
que empiecen a quitar los adornos. Necesitamos cualquier cosa que
arda: sillas de madera, cosas de los cubos de basura, cualquier cosa.
¡Diles que es nuestra única posibilidad! -Mientras Caroline se la
quedaba mirando, asustada y sin comprender, añadió-: Tienes la
corona ahora... ¡así que haz, algo con ella!
No aguardó para ver cómo la obedecía Caroline. Volvió a sumergirse
en el furor de la estancia. Al cabo de un instante oyó por los altavoces
la voz de Caroline, vacilante primero y luego apremiante.
El silencio era absoluto cuando Elena volvió a abrir los ojos. -¿Elena?
Al oír el ronco susurro, intentó fijar la visión y se encontró
contemplando unos ojos verdes inundados de dolor. Stefan -dijo.
Se inclinó hacia él anhelante, deseando poder moverse. Carecía de
sentido, pero le parecía que si pudieran abrazarse aquello no sería tan
terrible.
Sonó una risa infantil. Elena no volvió la cabeza hacia ella, pero
Stefan sí lo hizo. Elena vio su. Reacción, vio la secuencia de
expresiones que pasaron por el rostro del muchacho casi a demasiada
velocidad para identificarlas. Perpleja conmoción, incredulidad, un
esbozo de júbilo... y luego horror. Un horror que finalmente volvió sus
ojos ciegos y opacos.
--Katherine -dijo-. Pero esto es imposible. No puede ser. Estás
muerta...
--Stefan... -llamó Elena, pero él no respondió.
Katherine se llevó una mano a la boca y rió por detrás de ella.
--Despierta tú también -dijo, mirando al otro lado de Elena. Elena
sintió una oleada de poder y, tras un momento, la cabeza de Damon se
alzó lentamente y pestañeó.
No hubo sorpresa en su rostro. Inclinó la cabeza hacia atrás, los ojos
entrecerrados cansinamente, y contempló durante un minuto,
aproximadamente, a su captora. Entonces sonrió. Fue una sonrisa leve
y dolorida, pero reconocible.
Nuestra encantadora gatita blanca -musitó-. Debería haberlo sabido.
Sin embargo, no te diste cuenta, ¿verdad? -dijo Katherine, tan
ansiosa como una criatura jugando a un juego-. Ni siquiera tú lo
adivinaste. Engañé a todo el mundo. -Volvió a reír--.
Fue tan divertido vigilarte mientras vigilabas a Stefan, y ninguno de
los dos sabía que yo estaba allí. ¡Incluso te arañé en una ocasión!
-Curvando los dedos como si fueran zarpas, imitó el zarpazo de una
gatita.
-En casa de Elena. Sí, lo recuerdo -dijo Damon lentamente; parecía
no tanto enojado como vaga y enigmáticamente divertido-. Bien,
desde luego, eres una cazadora. La dama y el tigre, como si dijésemos.
-Y metí a Stefan en aquel pozo -se jactó Katherine-. Os vi a los dos
peleando; eso me gustó. Seguí a Stefan hasta el linde del bosque, y
luego...
Juntó las manos ahuecadas, como quien captura una poli lla. Luego,
abriéndolas despacio, atisbó en su interior como si en realidad tuviera
algo allí, y rió secretamente.
Iba a conservarlo para jugar con él -confió, pero a continuación su
labio inferior se proyectó al exterior y miró a Elena torvamente-. Pero
tú te lo llevaste. Eso fue mezquino, Elena. No deberías haberlo hecho.
La espantosa malicia infantil había desaparecido de su rostro, y por
un momento Elena vislumbró el odio virulento de una mujer adulta.
Las chicas codiciosas son castigadas -dijo Katherine, moviéndose
hacia ella-, y tú eres una chica codiciosa.
¡Katherine! -Stefan había despertado de su ofuscamiento y empezó
a hablar a toda prisa. ¿No quieres contarnos qué más has hecho?
Distraída, la muchacha retrocedió. Pareció sorprendida, luego
halagada.
-Bien... si realmente quieres que lo haga... -dijo; se abrazó los codos
con las manos y volvió a efectuar una pirueta, y la dorada melena se
retorció sobre el suelo-. No -dijo luego con alborozo, dándose la vuelta
y señalándolos con el dedo-. Vosotros lo tenéis que adivinar. Vosotros
lo adivináis y yo diré «correcto» o «incorrecto». ¡Adelante!
Elena tragó saliva, lanzando una mirada de soslayo a Stefan. No veía
el motivo de entretener a Katherine; todo acabaría igual al final. Pero
un instinto le dijo que se aferrara a la vida todo el tiempo que pudiera.
-Atacaste a Vickie -dijo con cautela; su propia voz sonó sin resuello a
sus oídos, pero estaba segura de ello-. La chica de la iglesia en ruinas
aquella noche.
-¡Bien! Sí exclamó Katherine, y efectuó otro zarpazo gatuno con los
dedos curvados-. Bueno, al fin y al cabo, estaba en mi iglesia -añadió a
modo de razonamiento-. Y lo que ella y aquel chico estaban haciendo...
¡Bueno! Uno no hace eso en la iglesia. Así que, ¡la arañé! -Katherine
dibujó la palabra, haciendo una demostración, como alguien que
cuenta una historia a un niño pequeño-. Y... ¡lamí la sangre! -Se lamió
unos labios rosa pálido con la lengua; luego señaló a Stefan-.
¡Siguiente!
La has estado acosando desde entonces -dijo Stefan, que no jugaba
al juego: efectuaba una asqueada observación.
Sí, ¡ya hemos acabado con eso! ¡Pasa a otra persona! -indicó
Katherine en tono tajante.
Pero entonces se puso a juguetear con los botones del cuello de su
vestido, los dedos centelleantes. Y Elena pensó en Vickie, con sus ojos
de cervatillo sobresaltado, desvistiéndose en la cantina delante de
todo el mundo.
La obligué a hacer cosas estúpidas -rió Katherine-. Fue divertido
jugar con ella.
Elena tenía los brazos entumecidos y agarrotados. Advirtió que daba
mecánicos tirones a las cuerdas, tan ofendida por las palabras de
Katherine que no podía permanecer quieta. Se obligó a parar,
intentando en su lugar recostarse y devolver algo de sensación a las
adormecidas manos. Qué haría si se soltaba no lo sabía, pero tenía que
intentarlo.
Siguiente -decía Katherine con un deje amenazador.
¿Por qué dices que es tu iglesia? preguntó Damon, y su voz seguía
siendo vagamente divertida, como si nada de aquello le afectara-.
¿Qué hay de Honoria Fell?
¡Ah, ese viejo espectro! -dijo Katherine con malicia.
Paseó la mirada atentamente por detrás de Elena, con la boca
fruncida, la mirada furiosa, y Elena advirtió entonces que estaban de
cara a la entrada de la cripta, con la tumba saqueada detrás de ellos.
Tal vez Honoria los ayudaría...
Pero luego recordó aquella voz sosegada que se desvanecía. «Esta
es la única ayuda que puedo claros.» Y supo que no les llegaría más
ayuda.
Como si hubiera leído los pensamientos de Elena, Katherine decía:
Ella no puede hacer nada. Es un simple montón de huesos. -Las
elegantes manos realizaron ademanes como si Katherine estuviera
rompiendo esos huesos-. Todo lo que puede hacer es hablar, y en
muchísimas ocasiones impedí que la oyeras.
La expresión de Katherine volvía a ser siniestra, y Elena sintió una
ácida punzada de temor.
Mataste al perro de Bonnie, a Yangtze dijo.
Fue una conjetura al azar, lanzada para distraer a Katherine, pero
funcionó.
¡Sí! Eso fue divertido. Salisteis todas corriendo de la casa y
empezasteis a gemir y llorar... Katherine rememoró la historia con una
pantomima: el pequeño perro yaciendo frente a la casa de Bonnie, las
chicas precipitándose fuera y encontrando el cuerpo-. Lo sentí, pero
valió la pena. Seguí a Damon allí cuando era un cuervo. Acostumbraba
a seguirle una barbaridad. De haber querido, podría haber agarrado
aquel cuervo, y... -Efectuó un violento movimiento de torsión.
«El sueño de Bonnie», se dijo Elena, mientras una helada
comprensión la inundaba. Ni siquiera se dio cuenta de que había
hablado en voz alta hasta que vio a Stefan y a Katherine mirándola.
Bonnie soñó contigo musitó-. Pero pensó que era yo. Me contó que
me vio de pie bajo un árbol con el. viento soplando. Y que sintió miedo
de mí. Dijo que tenía un aspecto diferente, pálido pero casi refulgente.
Y un cuervo pasó volando y yo lo agarré y le retorcí el cuello. -La ira
empezó ascender por la garganta de Elena, pero la engulló-. Pero eras
tú -dijo.
Katherine pareció encantada, corno si Elena le hubiera dado la razón
de algún modo.
La gente sueña una barbaridad conmigo -replicó con aire de
suficiencia-. Tú tía... ha soñado conmigo. Le digo que fue culpa suya
que tú murieras. Cree que eres tú quien se lo dice.
Dios mío...
-Ojalá hubieras muerto de verdad -siguió Katherine, y su rostro se
tornó rencoroso-. Deberías haber muerto. Te mantuve en el río el
tiempo suficiente. Pero fuiste tan golfa, sacando sangre de los dos, que
regresaste. Ah, bueno. -Sonrió solapadamente-. Ahora puedo jugar
contigo más tiempo. Perdí los nervios ese día porque vi que Stefan te
había dado mi anillo. ¡Mi anillo! -Su voz se elevó-. Mío, que se lo dejé
para que me recordaran. Y él te lo dio a ti. Fue entonces cuando supe
que no me iba a limitar a jugar con él: tenía que matarle.
Los ojos de Stefan estaban acongojados, desconcertados.
-Pero pensaba que estabas muerta -dijo-. Estabas real mente muerta
hace quinientos años. Katherine...
-Ah, ésa fue la primera vez que os engañé respondió ella, pero no
había regocijo en su voz ahora, sino que sonaba re sentida-. Lo
organicé todo con Gudren, mi doncella. Vosotros dos no queríais
aceptar mi elección -estalló, paseando la mirada de Stefan a Damon
con expresión furiosa-. Quería que fuéramos felices, y os amaba. Os
amaba a ambos. Pero eso no era bastante bueno para vosotros.
El rostro de Katherine había vuelto a cambiar, y Elena vio en él a la
criatura dolida de hacía quinientos años. Aquél debía de ser el aspecto
que tenía Katherine entonces, se dijo sorprendida. Los grandes ojos
azules se estaban llenando de lágrimas.
-Quería que os quisierais -prosiguió Katherine con tono perplejo-,
pero no quisisteis hacerlo. Y me sentí fatal. Pensé que si creíais que
había muerto, os querríais el uno al otro. Y sabía que tenía que
marchar, de todos modos, antes de que papá empezara a sospechar lo
que era yo.
»Así que Gudren y yo lo arreglamos -dijo en voz queda, sumida en
los recuerdos-. Me hice hacer otro talismán contra el sol y le di mi
anillo. Y ella cogió mi vestido blanco... mí mejor vestido blanco... y
cenizas de la chimenea. Quemamos grasa allí, de modo que las
cenizas olieran como debían. Y lo dejó todo al sol, donde pudierais
encontrarlo, junto con mi nota. No estaba segura de que pudiera
engañaros, pero así fue.
»Pero entonces... -el rostro de Katherine se crispó apenado- vosotros
lo hicisteis todo mal. Se suponía que deberíais estar apenados, y llorar,
y consolaros mutuamente. Lo hice por vosotros. Pero en su lugar
echasteis a correr y cogisteis espadas. ¿Por qué hicisteis eso? -Fue un
grito surgido del corazón-. ¿Por qué no aceptasteis mi regalo? Lo
tratasteis como si fuera basura. En la nota os decía que quería que os
reconciliarais. Pero no escuchasteis y cogisteis las espadas. Os
matasteis uno a otro. ¿Por qué lo hicisteis?
Las lágrimas corrían por las mejillas de Katherine, y el rostro de
Stefan también estaba húmedo.
-Fuimos unos estúpidos -dijo él, tan atrapado en el recuerdo del
pasado como ella-. Nos culpamos mutuamente de tu muerte, y fuimos
tan estúpidos... Katherine, escúchame. Fue culpa mía; yo fui quien
atacó primero. Y lo he lamentado; no puedes saber lo mucho que lo he
lamentado desde entonces. No sabes cuántas veces he pensado sobre
ello y deseado que hubiese algo que pudiera hacer para cambiarlo.
Habría dado cualquier cosa por volver atrás... Cualquier cosa. Maté a
mi hermano... -La voz se quebró, y las lágrimas brotaron de sus ojos.
Elena, con el corazón roto por el dolor, volvió la cabeza con
impotencia hacia Damon y vio que éste ni siquiera era consciente de
su presencia. La expresión divertida había desaparecido, y tenía los
ojos fijos en Stefan con total concentración, clavados en él.
-Katherine, por favor, escúchame -dijo Stefan con tono trémulo,
recuperando la voz-. Ya nos hemos hecho suficiente daño unos a otros.
Por favor, déjanos marchar ahora. O quédate conmigo, si quieres, pero
deja que ellos se vayan. Yo soy el culpable. Quédate conmigo, y haré
todo lo que quieras...
Los ojos como alhajas de la muchacha estaban límpidos y de un azul
increíble, inundados de una pena infinita. Elena no se atrevió a
respirar, temerosa de romper el hechizo mientras la esbelta joven se
acercaba a Stefan con el rostro dulcificado y anhelante.
Pero entonces el hielo en el interior de Katherine volvió a aflorar,
helando las lágrimas en sus mejillas.
--Deberías haber pensado en eso hace mucho tiempo –índico--.
Podría haberte escuchado entonces. Lamente que os hubierais matado
uno al otro al principio. Hui, sin llevarme siquiera a Gudren, de vuelta a
mi hogar. Pero entonces yo no tenía nada ni siquiera un vestido nuevo,
y estaba hambrienta y helada. Podría haber muerto de hambre si Klaus
no me hubiera encontrado.
Klaus. En media de su desaliento, Elena recordó algo que Stefan le
había contado. Klaus era el hombre que había convertido a Katherine
en vampira, el hombre que los aldeanos decían que era malvado.
--Klaus me hizo ver la verdad –explico Katherine--. Me mostro como
es el mundo en realidad. Tienes que ser fuerte y coger las cosas que
quieres. Tienes que pensar únicamente en ti mismo. Y ahora soy la
más fuerte de todos. Lo soy. ¿Sabéis como lo conseguí? –Respondió a
la pregunta sin siquiera aguardar a que ellos contestaran--. Vidas.
Muchas vidas. Humanos y vampiros, y todos ellos están dentro de mi
ahora. Mate a Klaus al cabo de un siglo o dos. Se sorprendió. No sabía
lo mucho que yo había aprendido.
>>Era muy feliz tomando vidas, llenándome con ellas. Pero luego
me acordaba de vosotros y de lo que hicisteis. Como tratasteis mi
regalo. Y sabia que tenia que castigaros. Y finalmente se me ocurrió
como hacerlo.
>> Os traje aquí, a los dos. Introduje la idea en tu mente, Stefan, del
mismo modo que tu pones ideas en las mentes de los humanos. Te
guie a este lugar. Y luego me asegure de que Damon te siguiera. Elena
estaba aquí. Creo que debe de estar emparentada de algún modo
conmigo; se me parece. Sabía que la verías y te sentirías culpable.
¡Pero no tenias que enamorarte de ella! –El resentimiento en la voz de
Katherine dio paso a la ira otra vez-. ¡No tenías que olvidarme? ¡No
tenías que darle mi anillo!
Katherine...
-Me enojaste mucho -prosiguió ella sin hacerle caso-. Y ahora voy a
hacer que lo lamentes, que lo lamentes de veras. Sé a quién odio más
ahora, Stefan, y es a ti. Porque te amé más que a tu hermano.
Pareció recuperar el control de sí misma, secándose los últimos
rastros de lágrimas del rostro e irguiéndose con exagerada dignidad.
No odio tanto a Damon -declaró-. Incluso puede que le deje vivir.
-Sus ojos se entrecerraron y luego se abrieron de par en par con una
idea-. Escucha, Damon -dijo confidencialmente-. Tú no eres tan
estúpido como Stefan. Tú sabes cómo son las cosas en realidad. Te he
oído decirlo. He visto las cosas que has hecho. -Se inclinó hacia
adelante-. Me he sentido sola desde la muerte de Klaus. Podrías
hacerme compañía. Todo lo que tienes que hacer es decir que me
quieres más a mí. Luego, una vez que los haya matado, nos iremos
lejos. Incluso puedes matar tú a la chica si quieres; te dejaré hacerlo.
¿Qué te parece?
«Dios mío», pensó Elena, sintiéndose enfermar de nuevo. Los ojos de
Damon estaban puestos en los enormes ojos azules de Katherine;
parecía escudriñar el rostro de la joven. Y la enigmática expresión
divertida había regresado a su rostro. «Dios mío, no -pensó Elena-. Por
favor, no...»
Lentamente, Damon sonrió.

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