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para todos aquellos fanaticos de las historias de ficcion y los vampiros en este blog publicare los libros de la exitosa saga que a arrasado por EEUU cronicas vampiricas (de la serie vampires diarie)...


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jueves, 21 de enero de 2010

CONFLICTO-- CRONICAS VAMPIRICAS-- CAPITULO 9

-Sé que voy a lamentar haberlo preguntado –dijo Matt,
volviendo unos ojos enrojecidos de la contemplación de la
carretera a Stefan sentado en el asiento del pasajero junto a
él-. Pero ¿puedes decirme por qué queremos superespeciales,
no disponibles localmente, hierbajos semitropicales para
Elena?
Stefan miró el asiento posterior, donde reposaban los
resultados de la búsqueda llevada a cabo a través de setos y
zonas herbáceas. Las plantas con sus tallos verdes
ramificados y sus pequeñas hojas dentadas, sí que se parecían
más a hierbajos que ha cualquier otro cosa. Los secos restos
de flores en los extremos de los brotes eran casi invisibles, y
nadie podía pretender siquiera que aquellos brotes resultaran
decorativos.
-¿Y si dijera que se puede confeccionar un colirio totalmente
natural? –sugirió tras un momento de reflexión-. ¿O un té de
hierbas?
-¿Por qué? ¿Estabas pensando en decir algo parecido?
-En realidad, no.
-Bien. Porque si lo hicieras, yo probablemente te tumbaría de
un puñetazo.
Sin mirar en realidad a Matt, Stefan sonrió. Había algo nuevo
que se agitaba en su interior, algo que no había sentido
durante casi cinco siglos, excepto con Elena, Aceptación.
Calidez y amistad compartida con otro ser humano que no
conocía la verdad sobre él pero que confiaba en él de todos
modos. No estaba seguro de merecerlo, pero no podía negar
lo que significaba para él. Casi le hacía sentirse… humano
otra vez.
Elena contempló la imagen del espejo. No había sido un
sueño. No por completo. Las heridas del cuerpo lo probaban.
Y ahora que las había visto, advirtió la sensación de mareo, de
letargo.
Era su propia culpa. Se había molestado tanto en advertir a
Bonnie y a Meredith de que invitaran a desconocidos a entrar
en sus casas…. Y todo el tiempo había olvidado que ella
misma había invitado a Damon a entrar en casa de Bonnie. Lo
había hecho aquella noche en que había organizado la cena
silenciosa en el comedor de Bonnie y gritado en la obscuridad
“Entra”.
Y la invitación se mantendría para siempre. Él podía regresar
en cualquier momento que quisiera, incluso ahora.
Especialmente ahora, mientras ella estaba débil y podría ser
hipnotizada fácilmente para que volviera a abrir la ventana.
Salió tambaleante del cuarto de baño, pasando junto a Bonnie
de camino a la habitación de invitados. Agarró su bolsa y
empezó a meter cosas en ella.
-¡Elena, no puedes irte a casa!
-No puedo quedarme aquí –respondió ella.
Paseó la mirada por la habitación en busca de los zapatos, los
descubrió junto a la cama y fue hacia ellos. Entonces se
detuvo, con un sonido ahogado. Descansando sobre las ropas
delicadamente arrugada de la cama había una solitaria pluma
negra. Era enorme, horriblemente enorme y real y sólida, con
un grueso cañón de aspecto ceroso. Resultaba casi obscena
descansando allí sobre las blancas sábanas de percal.
Una sensación de nausea se apoderó de Elena, que volvió la
cabeza. No podía respirar.
-De acuerdo, de acuerdo –dijo Bonnie-. Si te sientes así, haré
que papá te lleve a casa.
-Tienes que venir tú también.
A Elena acababa de venirle a la mente que Bonnie no estaba
más segura en aquella casa de lo que lo estaba ella. “Tú y tus
seres queridos”, recordó; y se giró para sujetar el brazo de su
amiga.
-Tienes que venir. Te necesito conmigo.
Y al final se salió con la suya. Los McCullough pensaron que
estaba histérica, que reaccionaba de forma extraña, que
posiblemente estaba padeciendo una crisis nerviosa. Pero
finalmente cedieron. El señor McCullough la llevó a ella y a
Bonnie en su coche a casa de los Gilbert, donde, sintiéndose
igual que ladrones, abrieron la puerta con las llaves y se
deslizaron al interior sin despertar a nadie.
Incluso aquí, Elena no podía dormir, y permaneció tendida
junto a Bonnie, que respiraba quedamente, mirando en
dirección de la ventana del dormitorio. En el exterior, las
ramas del membrillo chirriaban contra el cristal, pero nada
más se movió hasta el amanecer.
Fue entonces cuando oyó el coche. Había reconocido el
silbante sonido del motor de Matt en cualquier parte.
Alarmada, Fue de putillas a la ventana y miró fuera a la
quietud del alba de otro día gris. Lugo corrió escaleras abajo y
abrió la puerta principal.
-¡Stefan!
En toda su vida, se había alegrado tanto de ver a alguien. Se
abalanzó sobre él antes de que pudiera siquiera cerrar la
portezuela del coche. Él se tambaleó hacia atrás por la fuerza
del impacto, y ella pudo percibir su sorpresa. Por lo general,
ella no era tan efusiva en público.
–¡Eh! –dijo él, devolviéndole el abrazo con suavidad-.
También yo me alegro, pero no aplastes las flores.
-¿Flores?
-Se apartó para mirar lo que él sostenía; a continuación, le
miró al rostro. Luego a Matt, que emergía del otro lado del
coche. El rostro de Stefan estaba pálido y demacrado; el de
Matt, abotargado por el cansancio y con los ojos enrojecidos.
-Será mejor que entréis –dijo por fin, desconcertada-.Los dos
tenéis un aspecto horrible.
-Es verbena –explicó Stefan algo más tarde.
Elena y él estaban sentados ante la mesa de la cocina. A través
del vano abierto de la puerta, se podía ver a Matt tendido en
el sofá de la sala de estar, roncando con suavidad. Se habían
dejado caer allí tras devorar tres cuencos de cereal. Tía
Judith, Bonnie y Margaret seguían arriba, dormidas, pero
Stefan mantuvo la voz baja igualmente.
-¿Recuerdas lo que te dije sobre ella? –preguntó.
-Dijiste que ayuda a mantener la mente clara incluso cuando
alguien está utilizando Poder para influenciarla.
-Correcto. Y ésa es una de las cosas que Damon podría
intentar. Puede usar el poder de su mente incluso a distancia,
y puede hacerlo tanto si estás dormida.
Las lágrimas inundaron los ojos de la muchacha y ésta los
bajó para ocultarlas, contemplando los largos y finos tallos
con los restos secos de diminutas flores lilas justo en las
puntas.
-¿Dormida? –preguntó, temiendo que en esta ocasión su voz
o fuera tan firme.
-Sí; podría influenciarte para que salgas de la casa, digamos, o
para que le dejes entrar. Pero la verbena debería impedirlo.
Stefan parecía cansado pero satisfecho consigo mismo.
“¡Ah!, Stefan, si tú supieras”, pensó Elena. El regalo había
llegado con una noche de retraso. Pese a todos sus esfuerzos,
una lágrima cayó, goteando sobre las largas hojas verdes.
-¡Elena! –su voz sonó sobresaltada-. ¿Qué sucede?
Cuéntamelo.
Intentaba mirarla a la cara, pero ella inclinó la cabeza,
presionándola contra su hombro. Él la rodeó con sus brazos,
sin intentar obligarla a levantarla otra vez.
-Cuéntamelo –repitió en voz baja.
Era el momento. Si iba a contárselo alguna vez, debía ser
ahora. Sentía la garganta ardiente e inflamada, y deseaba
dejar que las palabras que llevaba dentro brotaban al
exterior. Pero no podía. “No importa lo que suceda, no
permitiré que peleen por mí”, pensó.
-Es sólo que… estaba preocupada por ti –consiguió decir-. No
sabía a dónde habías ido o cuándo ibas a regresar.
-Debería habértelo contado. Pero ¿eso es todo? ¿No hay nada
más que te esté trastornando?
-Eso es todo.
Ahora tendría que conseguir que Bonnie jurara mantener en
secreto lo del cuervo. ¿Por qué una mentira conduciría a otra?
-¿Qué debemos hacer con la verbena? –preguntó, sentándose
hacia atrás.
-Te lo mostraré esta noche. Una vez que haya extraído el
aceite de las semillas, puedes frotártelo en la piel o añadir al
agua de la bañera. Y puedes colocar las hojas secas en una
bolsita y llevarla contigo o colocarla bajo la almohada por la
noche.
-Será mejor que también le dé a Bonnie y a Meredith.
Necesitaran protección.
Él asintió.
-Por ahora… -Rompió una ramita y la depositó en la mano de
Elena –limítate a llevar esto al instituto contigo. Voy a
regresar a la casa de huéspedes para extraer el aceite. –Calló
un instante y luego dijo-: Elena…
-¿Sí?
-Si creyera que iba a servirte de algo, me iría. No te expondría
a Damon. Pero no creo que él fuera a seguirme si me fuera.
Creo que podría quedarse…, debido a ti.
-Ni se te ocurra pensar en marcharte –dijo ella con ferocidad,
alzando los ojos con hacia él-. Stefan, eso es lo único que no
podría soportar. Prométeme que no lo harás, prométemelo.
-No te dejaré sola con él –replicó Stefan, que no era
exactamente lo mismo. Pero no servía de nada insistirle más.
En lugar de ello, le ayudó a despertar a Matt y los acompañó a
ambos a la puerta. Luego, con un tallo de verbena seca en la
mano, marchó escaleras arriba a prepararse para ir al
instituto. Bonnie bostezó sin parar durante el desayuno y
realmente no acabó de despertar hasta que estuvieron en la
calle andando hacia el instituto con una brisa fresca
golpeándoles el rostro. Iba a ser un día frío.
-Tuve un sueño muy raro anoche –dijo Bonnie.
A Elena el corazón le dio un brinco. Ya había introducido el
ramito de verbena dentro de la mochila de su amiga, allá en el
fondo, donde Bonnie no podría verlo. Pero si Damon había
llegado a Bonnie a noche anterior…
-¿Sobre qué? –inquirió, haciendo acopio de valor.
-Sobre ti. Te vi de pie bajo un árbol y el viento soplaba. Por
algún motivo, te tenía miedo y no quería acercarme más.
Parecías… diferente. Muy pálida, pero casi resplandecías. Y
entonces un cuervo descendió volando del árbol y tú alargaste
el brazo y lo agarraste en el aire. Fuiste tan rápida que parecía
increíble. Y a continuación miraste hacia mí, con una
expresión rara. Sonreías, pero la sonrisa hizo que sintiera
ganas de huir. Y luego le retorciste el cuello al cuervo, y éste
murió.
Elena, que había escuchado con creciente horror, le
respondió:
-Es un sueño repugnante.
-Lo es, ¿no es cierto? –dijo Bonnie con seriedad-. Me
pregunto qué significa. Los pájaros son aves de mal agüero en
las leyendas. Pueden predecir una muerte.
-Probablemente significa que sabías lo trastornada que estaba
tras encontrar aquel cuervo en la habitación.
-Sí –dijo Bonnie-. Excepto por una cosa. Tuve este sueño
antes de que nos despertase a todos sus chillidos.
Ese día, a la hora del almuerzo, había otro pedazo de papel
violeta en el tablero de comunicados. Este, no obstante, se
limitaba a poner:
MIRA EN ANUNCIOS PERSONALES.
-¿Qué anuncios personales? –preguntó Bonnie.
Meredith, que se acercaba en aquel momento con un
ejemplar del El gato montés, el periódico semanal del
instituto, proporcionó la respuesta.
-¿Habéis visto esto? –inquirió.
Estaba en la sección personal, completamente anónimo, sin
encabezamiento ni firma.
“No soporto la idea de perderle. Pero se siente tan
desdichado por algo, y si él no quiere decirme lo que es, sino
quiere confiar en mí, no veo ninguna esperanza para
nosotros.”
Al leerlo, Elena sintió un estallido de energía nueva por
encima de todo su cansancio. Dios, cómo odiaba a quien
estuviera haciendo aquello. Se imaginó disparándolos,
apuñalándolos, contemplando como caían. Y luego,
vívidamente, imaginó algo más. Tirar hacia atrás de un
puñado de los cabellos del ladrón y hundirle los dientes en la
garganta indefensa. Fue una visión extraña e inquietante,
pero por un momento pareció casi real. Advirtió que Bonnie y
Meredith la miraban.
-¿Bien? –dijo, sintiéndose ligeramente incómoda.
-Me di cuenta de que no escuchabas. –Suspiró Bonnie-.
Acabo de decir que sigue sin parecerme obra de Da… obra del
asesino. No creo que un asesino sea tan mezquino.
-No obstante lo mucho que me disgusta estar de acuerdo con
ella, tiene razón –dijo Meredith-. Esto huele a alguien
taimado. A alguien que te guarda rencor de un modo personal
y que realmente quiere hacerte sufrir.
Se había acumulado saliva en la boca de Elena, y está la tragó.
-También alguien que esté familiarizado con el instituto.
Tuvieron que llenar un formulario para poner un mensaje
personal en una de las clases de periodismo –dijo.
-Y alguien que sabía que mantenías un diario, suponiendo
que lo robaran a propósito. A lo mejor estaba en una de tus
clases aquel día que lo llevaste al instituto. ¿Recuerdas?
Cuando el señor Tanner casi te pesca –añadió Bonnie.
-La señorita Halpern sí que me pescó; incluso leyó una parte
de él en voz alta, un trozo sobre Stefan. Eso fue justo después
de que Stefan y yo empezáramos a salir. Aguarda un minuto.
Esa noche en tu casa, cuando robaron el diario, ¿Cuánto
tiempo estuvisteis las dos fuera de la salita?
-Sólo unos pocos minutos. Yangtzé había dejado se ladrar, y
fui a la puerta a dejarle entrar, y... –Bonnie apretó los labios y
se encogió de hombros.
-Así que el ladrón tenía que estar familiarizado con la casa –
dijo Meredith rápidamente-; si no, él o ella no habría podido
entrar, coger el diario y volver a salir antes de que le
viéramos. Muy bien, pues: estamos buscando a alguien
taimado y cruel y que probablemente esté en una de tus
clases, Elena, y lo más probable es que esté familiarizado con
la casa de Bonnie. Alguien que tiene algo personal contra ti y
que no se detendrá ante nada para perjudicarte… ¡Ah, mi
Dios!
Las tres se miraron fijamente.
-Tiene que ser –murmuró Bonnie-. Tiene que serlo.
-¡Somos tan estúpidas! Tendríamos que haberlo visto
enseguida –dijo Meredith.
Para Elene significó la repentina comprensión con la ira que
era capaz de sentir. La llama de una vela comparada con el
sol.
-Caroline –dijo, y apretó los dientes con tanta fuerza que la
mandíbula le dolió.
Caroline. En aquel instante, Elene realmente se sintió capaz
de matar a la muchacha de ojos verdes. Y habría salido
corriendo a intentarlo si Bonnie y Meredith no la hubieran
detenido.
-Después de clases –dijo Meredith con fuerza-, cuando
podamos llevarla a algún lugar privado. Aguarda sólo hasta
entonces, Elena.
Pero cuando se encaminaban al comedor, Elene reparó en
una cabeza de cabellos de color castaño rojizo que
desaparecía por el pasillo de arte y música. Y recordó algo que
Stefan había dicho tiempo atrás aquel mismo curso, sobre que
Caroline le llevaba al aula de fotografía a la hora del
almuerzo. Para tener intimidad, había dicho Caroline.
-Vosotras dos seguid; olvidé algo –dijo en cuanto Bonnie y
Meredith tuvieron comida en sus bandejas del comedor.
Luego fingió estar sorda mientras salía rápidamente y
retrocedía hasta el ala de arte.
Todas las aulas estaban oscuras, pero la puerta del aula de
fotografía no estaba cerrada con llave. Algo hizo que Elena
girara el pomo con cautela y se moviera en silencio una vez
dentro, en lugar de entrar como una tromba para iniciar un
enfrentamiento como había planeado. ¿Estaba Caroline allí
dentro? Si era así, ¿qué hacía solo en la oscuridad?
En un principio, la habitación pareció estar vacía. Luego,
Elena oyó el murmullo de voces que salían de un pequeño
hueco situado al fondo y vio que la puerta del cuarto oscuro
estaba entreabierta. En silencio, furtivamente, se encamino
hacia allí hasta encontrarse justo al otro lado de la entrada, y
el murmullo de los sonidos se transformó en palabras.
-Pero ¿cómo podemos estar seguros de que será ella a la que
escogerán? –Aquélla era Caroline.
-Mi padre está en el consejo escolar. La escogerán, ya lo creó.
–Y aquella voz era la de Tyler Smallwood, cuyo padre era
abogado y estaba en todos los consejos que existían-. Además,
¿quién más podría ser? –prosiguió él-.El espíritu de Fell´s
Church se supone que debe ser inteligente, además de tener
buen tipo.
-¿Y piensas que yo no soy inteligente?
-¿He dicho yo eso? Mira, si quieres ser tú quien desfile vestida
de blanco el Día del Fundador, estupendo. Pero si quieres ver
cómo echan a Stefan Salvadore de la ciudad debido al
testimonio del diario de su propia novia…
-Pero ¿por qué aguardar tanto tiempo?
La voz de Tyler sonó impaciente.
-Porque de este modo arruinará también los festejos. La fiesta
de los Fell. ¿Por qué tendrían ello que llevarse el crédito de
haber fundado esta ciudad? Los Smallwood estaban aquí
primero.
-Ah, ¿A quién le importa quién fundo la ciudad? Todo lo que
quiero es ver a Elena humillada ante todo el instituto.
-Y a Salvatore.
El descarnado odio y la malicia de la voz de Tyler hicieron que
a Elene se le pusiera la carne de gallina.
-Tendrá suerte si no acaba colgado de un árbol. ¿Estás segura
de que las pruebas están ahí?
-¿Cuántas veces tengo que decírtelo? Primero, dice que ella
perdió la cinta el dos de septiembre en el cementerio. Eso
significa que Stefan la recogió ese día y la guardó. El puente
Wickery está justo al lado del cementerio. Eso significa que
Stefan estaba cerca del puente el dos de septiembre, la noche
que atacaron al viejo allí. Todo el mundo sabe que estaba
cerca cuando los ataques de Vickie y a Tanner. ¿Qué más
quieres?
-Jamás se sostendría en un juicio. Tal vez deberíamos
conseguir alguna prueba que lo corroborara. Como preguntar
a la vieja señora Flowers a qué hora llegó él a casa esa noche.
-Ah, ¿A quién le importa? La mayoría de la gente ya cree que
es culpable. El diario habla de algún gran secreto que oculta a
todo el mundo. La gente captará la idea.
-¿Lo guardas en un lugar seguro?
-No, Tyler, lo guardó sobre la mesita de café. ¿Hasta qué
punto crees que soy estúpida?
-Lo bastante estúpida para enviar a Elena notas que la ponen
sobre aviso –se oyó el crujir del papel periódico-. Mira esto,
es increíble. Y tiene que parar; ahora. ¿Y si ella deduce quién
lo tiene?
-¿Qué hará llamar a la policía?
-Sigo queriendo que te quedes quietecita. Espera hasta el Día
del Fundador, entonces contemplarás cómo se derrite la
Princesa de Hielo.
-Y le diré ciao a Stefan. Tyler… nadie va hacerle daño
realmente ¿verdad?
-¿A quién le importa? –Tyler imitó, burlón, el tono que ella
había usado antes-. Tú déjame eso a mí y a mis amigos,
Caroline. Tú limítate a hacer tu parte, ¿de acuerdo?
La voz de Caroline descendió hasta convertirse en un susurró
gutural.
-Convénceme.
Tras una pausa, Tyler lanzó una risita. Se escuchó
movimiento, sonido de ropas, un suspiro. Elena giró y se
escabulló de la habitación tan silenciosamente como había
entrado. Se metió al siguiente pasillo y luego se apoyó en las
taquillas que había allí, intentando pensar. Era casi
demasiado para observarlo todo a la vez. Caroline, que en una
ocasión había sido su mejor amiga, la había traicionado y
quería verla humillada ante todo el instituto. Tyler, que había
parecido más un imbécil molesto que una auténtica amenaza,
planeaba conseguir que echaran a Stefan de la ciudad… o lo
mataran. Y lo peor era que estaban usando el propio diario de
Elena para hacerlo.
Ahora comprendía el inicio de su sueño de la noche anterior.
Había tenido un suelo parecido el día antes de que
descubriera que Stefan había desaparecido. En ambos casos,
Stefan la había mirado con ojos enojados y acusadores, y
luego le había arrojado un libro a los pies y le había dado la
espalda. No era un libro. Era su diario. Diario que contenía
pruebas que podían ser falales para Stefan. En tres ocasiones
habían sido atacadas personas de Fell´s Church, y en tres
ocasiones Stefan había estado en la escena del crimen. ¿Qué
le parecería eso a la ciudad, a la policía?. Y no existía ningún
modo de contar la verdad. Suponiendo que ella dijera:
-Stefan no es culpable. Es su hermano Damon, que le odia y
sabe lo mucho que Stefan odia la idea de herir y matar. Y que
ha seguido a Stefan por todas partes y atacado a la gente para
hacer que Stefan piense que a lo mejor lo ha hecho él, para
volverle loco. Y está aquí en la ciudad, en alguna parte;
buscadle en el cementerio o en el bosque. Pero, ah, por cierto,
no busquéis a un chico apuesto, porque podría ser un cuervo
en este momento. A propósito, además es un vampiro.
Ni siquiera ella lo creía. Sonaba absurdo. Una punzada a un
lado de su cuello le recordó lo seria que era la absurda
historia en realidad. Se sentía rara hoy, casi como si estuviera
enferma. Era más que simplemente la tensión y la falta de
sueño. Se sentía ligeramente mareada, y en ocasiones el suelo
parecía esponjoso, cediendo bajo sus pies y luego volviendo a
recuperar la posición. Eran síntomas de gripe, excepto que
estaba segura que no se debía a ningún virus en su corriente
sanguínea.
Culpa de Damon, otra vez. Todo era culpa de Damon, excepto
el diario. No tenías a nadie a quien culpar de esto, salvo a ella
misma. Si al menos no hubiera escrito sobre Stefan, si al
menos no hubiera llevado el diario al instituto. Si al menos lo
hubiese dejado en la salita de Bonnie. Si al menos, si al
menos…
En aquel momento, todo lo que importaba era que tenía que
recuperarlo.

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