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para todos aquellos fanaticos de las historias de ficcion y los vampiros en este blog publicare los libros de la exitosa saga que a arrasado por EEUU cronicas vampiricas (de la serie vampires diarie)...


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martes, 2 de febrero de 2010

FURIA-- CRONICAS VAMPIRICAS-- CAPITULO 4

Algo arranco a Elena del árbol y aullando una protesta, ella cayo y
aterrizo sobre los pies como un gato. Las rodillas golpearon el suelo un
segundo mas tarde y se magullaron.
Se echo hacia atrás violentamente, con los dedos doblados como
garras para atacar a quien fuera que lo hubiese hecho.
Damon aparto la mano de un manotazo.
--¿Por que me agarraste?--inquirió ella.
--¿Por que no te quedaste donde te deje?--replico el con aspereza.
Se miraron desafiantes, furibundos por igual. Entonces la atención
de Elena se distrajo. Los alaridos seguían en el piso superior,
aumentados en aquellos momentos por traqueteos y golpes en la
ventana. Damon la empujo suavemente contra la casa, donde no los
podrían ver desde arriba.
--Alejémonos de este ruido—indico con tono pedante, mirando hacia
arriba.
Sin aguardar una respuesta, la agarro del brazo. Elena se resistió.
--¡Tengo que entrar ahí!
--No puedes, --Le dedico una sonrisa lobuna--. Lo digo literalmente.
No puedes de ningún modo entrar en esa casa. No te han invitado.
Momentáneamente perpleja, Elena le permitió arrastrarla unos
pocos pasos. Luego volvió a cerrarse en banda.
--¡Pero necesito mi diario!
--¿Que?
--Esta en el armario empotrado, debajo de las tablas del suelo. Y lo
necesito. No puedo dormir sin mi diario.
Elena no sabia porque estaba armando todo aquel alboroto, pero
parecía importante.
Damon pareció exagerado; luego, su rostro se aclaro.
--Toma –dijo con voz calmada y los ojos brillantes, y extrajo algo
de su chaqueta--. Cogelo.
Elena contemplo lo que le ofrecía con expresión dudosa.
--Es tu diario. ¿Verdad?
--Si, pero es el antiguo. Quiero el nuevo.
--Este tendrá que servir, porque se todo lo que vas a tener.
Vamos antes de que despiertes a todo el vecindario. --La voz se
había vuelto fría y autoritaria otra vez.
Elena contemplo el libro que el sostenía. Era pequeño, con un
tapa de terciopelo azul y un cierre de latón. Tal vez no fuera la edición
mas nueva, pero le era familiar. Decidió que era aceptable.
Permitió que Damon se la llevara a la oscuridad de la noche.
No pregunto a donde iban. No le importaba demasiado.
Pero reconoció la casa de la avenida Magnolia; era donde se alojaba
Alaric Sallzman.
Y fue Alaric quien abrió la puerta principal, haciendo señas a Elena
y a damon para que entraran. El profesor de historia tenia un aspecto
raro y no parecía verlos en realidad. Tenia los ojos vidriosos y se movía
como un autómata.
Elena se lamió los labios.
--No –dijo Damon con brusquedad--. A este no hay que morderle.
Hay algo sospechoso en el, pero estarás segura en la casa. He dormido
aquí antes. Por aquí arriba.
La hizo ascender por un tramo de escaleras, hasta un desván con
una ventana pequeña. Estaba atestado de objetos almacenados:
trineos, esquís, una hamaca... En el extremo opuesto había un viejo
colchón sobre el suelo.
--Ni siquiera sabrá que estas aquí por la mañana. Tumbate.
Elena obedeció, adoptando una posición que le pareció natural.
Se tumbo sobre la espalda, con las manos cruzadas sobre el diario que
sostenía contra el pecho.
Damon dejo caer un trozo de hule sobre ella, cubriendo sus pies
descalzos.
--Duermete, Elena –dijo.
Se inclino sobre ella, y por un momento Elena pensó que el iba
a... hacer algo. Tenia las ideas demasiado confusas. Pero sus ojos
negros ocuparon su campo visual. Luego se echo hacia atrás y la
muchacha pudo volver a respirar. La penumbra del desván se instalo
sobre ella. Los ojos se fueron cerrando y se durmió.
Despertó lentamente, recopilando información sobre donde
estaba, pedazo a pedazo. El desván de alguien por lo que parecía.
¿Que hacia allí?
Ratas o ratones correteaban por alguna parte entre los montones
de objetos tapados con hules, pero el sonido no la molesto. Un indicio
apenas perceptible de luz pálida se dejaba ver alrededor de los bordes
de la ventana cerrada con postigos. Elena se quito de encima la
improvisada manta y se levanto para investigar.
Era sin lugar a dudas el desván de alguien, y no el de alguien
que conociera. Se sentía como si hubiera estado enferma durante un
largo espacio de tiempo y acabara de despertar de su enfermedad.
<<¿Que día era?>> , se pregunto.
Oyó voces bajo ella. En el piso inferior. Alago le dijo que tuviera
cuidado y no hiciera ruido. Le daba miedo provocar cualquier clase de
alboroto. Abrió con sumo cuidado la puerta del desván, sin emitir ni un
ruido, y descendió con cautela al rellano. Al mirar abajo distinguió una
sala de estar. La reconoció; se había sentado en aquella otomana el día
que Alaric Saltzman había dado una fiesta. Estaba en casa de los
Ramsey.
Y Alaric Saltzman estaba allí abajo, veía la parte superior de su
cabeza de cabellos de un rubio rojizo. La voz del hombre la
desconcertó, y tras un instante se dio cuenta de que era porque no
sonaba ni necia ni estúpida, ni de ninguna de las otras maneras en las
que la voz de Alaric sonaba en clase. Tampoco peroraba usando la
jerga propia de la psicología popular. Hablaba con seguridad y decisión
a otros dos hombres.
--Podría estar en cualquier parte, incluso justo ante nuestras
narices. No obstante, lo mas probable es que este fuera de la ciudad.
Quizas en el bosque.
--¿Porque en el bosque? --inquirió uno de los hombres.
Elena también conocía aquella voz y la cabeza calva. Era el
señor Newcastle, el director de la escuela.
--Recuerde, las primeras dos victimas se encontraron cerca del
bosque –dijo el otro hombre.
<< ¿Es el doctor Feinberg? --se pregunto Elena--. ¿Que hace aquí?
¿Que hago to aquí? >>
--No, es mas que eso –decía Alaric, y los otros hombres le
escuchaban con respeto, incluso con deferencia--. Los bosques están
ligados a esto. Puede que tengan un escondite ahí fuera, una
madriguera donde pueden ocultarse si los descubren. Si hay una la
encontrare.
--¿Estas seguro? --pregunto el doctor Feinberg.
--Estoy seguro –declaro Alaric con brío.
--Y ahí es donde crees que esta Elena –-dijo el director--. Pero, ¿se
quedara allí o regresara a la ciudad?
--No lo se. --Alaric paseo un poco y tomo un libro de encima de la
mesa de centro, pasando los pulgares sobre el con aire distraído--. Un
modo de descubrirlo es vigilando a sus amigas: Bonnie McCullough y
esa chica de cabellos oscuros, Meredith. Existe la posibilidad de que
sean las primeras en verla. Así es como acostumbra a suceder.
--¿Y una vez que averigüemos su paradero? --pregunto el doctor
Feinberg.
--Déjenme eso a mi –repuso Alaric con voz queda y sombría.
Cerro el libro de golpe y lo dejo caer sobre la mesita con un sonido
inquietante contundente.
El director de la escuela echo una ojeada a su reloj.
--Sera mejor que me ponga en marcha; el oficio religioso
empieza a las diez. Supongo que los dos estarán allí. --Se detuvo en su
camino hacia la puerta y miro atrás con actitud indecisa--. Alaric,
espero que puedas manejar esto. Cuando te hice venir, las cosas no
habían ido tan lejos. Ahora empiezo a preguntarme si...
--Si lo puedo manejar, Brian. Ya te lo dije: dejámelo a mi.
¿Preferirías que el Robert E apareciera en todos los periódicos no solo
como la escena de un tragedia, sino también como <
superior embrujada del condado de Boone>>? ¿Un lugar de reunión de
necrofagos? ¿la escuela por la que pasean los no muertos? ¿Es esa la
clase de publicidad que quieres?
El señor Newcastle vacilo, mordisqueándose el labio. Luego
asintió con expresión todavía desconsolada.
--De acuerdo, Alaric. Pero que sea rápido y limpio. Te veré en la
iglesia.
Marcho, y el doctor Feinberg le siguió.
Alaric permaneció allí durante un tiempo, en apariencia
contemplando el vació. Por fin asintió una vez, y también el salio por la
puerta principal.
Lentamente, Elena retrocedió escaleras arriba.
¿Que había sido todo aquello? Se sentía confusa, cono si flotara
vagamente por el espacio y el tiempo. Necesitaba saber que día era,
por que estaba allí y porque estaba tan asustada. Por que sentía con
tanta intensidad que nadie debía verla u
oírla o advertir su presencia en absoluto.
Paseando la mirada por el desván, no vio nada que pudiera
ayudarla. Donde había estado tumbada solo había estado tumbada
solo había el colchón y el hule... y un librito azul.
¡Su diario! Lo agarro con ansiedad y lo abrió, pasando
rápidamente la mirada por las anotaciones. Finalizaba el 17 de
octubre; no servia de ayuda para descubrir la fecha actual. Pero a
mediada que contemplaba lo que había escrito, se formaban imágenes
en su mente, ensartándose como perlas para formar recuerdos.
Fascinada, se sentó despacio en el colchón y empezó a leer sobre la
vida de Elena Gilbert.
Cuando termino el miedo y el horro hacia que se sintiera débil.
Puntitos de luz danzaban y brillaban ante sus ojos. Había tanto dolor
en aquellas paginas, tantos ardides, tantos secretos, tanta
necesidad...Era la historia de una muchacha que se había sentido
perdida en su propia cuidad natal, en su propia familia. Que había
estado buscando...algo, algo que nunca pudo alcanzar por completo.
Pero no era eso lo que provocaba en su pecho aquel punzante pánico
que extraía toda la energía de su cuerpo; no era ese el motivo de que
sintiera como si estuviera cayendo, incluso aunque estaba sentada tan
inmóvil como podía. Lo que provocaba el panico era que recordaba.
Lo recordaba todo ya.
El puente la corriente de agua. El terror mientras el aire
abandonaba los pulmones y no quedaba otra cosa que liquido para
respirar. El modo en que le había dolido. Y el instante final, cuando
había dejado de doler, cuando todo se había detenido. Cuando todo...
se detuvo.
<>, pensó. Y el mismo miedo
estaba en su interior en esos momentos. En el bosque, ¿Como podía
haberse comportado de aquel modo con Stefan? ¿Como podía haberle
olvidado, olvidado todo lo que significaba para ella? ¿Que la había
empujado a actuar de aquel modo?
Pero ella lo sabia. En el centro de su conciencia lo sabia. Nadie se
levantaba y se iba después de ahogarse de aquel modo. Nadie se
levantaba y marchaba con vida.
Lentamente se levanto y fue a mirarse en la ventana cerrada con
postigos. El cristal oscurecido actuó como un espejo y le devolvió su
propio reflejo.
No era el reflejo que había visto en su sueño, aquel en el que
había corrido por un pasillo lleno de espejos que parecían poseer vida
propia. No había nada taimado o cruel en aquel rostro. De todos
modos, era sutilmente distinto del que estaba acostumbrada a ver.
Había un resplandor pálido en la tez y una reveladora vacuidad en los
ojos. Acerco las yemas de los dedos al cuello, a ambos lados. Allí era
donde Stefan y Damon habían tomado su sangre. ¿Habían sido en
realidad las veces suficientes, y por su parte, ella había tomado
suficiente de la de ellos?
Sin duda así había sido. Y ahora, durante el resto de su vida,
durante el resto de su existencia, tendría que alimentarse como lo
hacia Stefan. Tendría que...
Se dejo caer de rodillas, presionando la frente contra la madera
desnuda de la pared. <
no puedo.>>
Jamas había sido muy religiosa. Pero de algún lugar situado en lo
mas profundo de su interior, el terror broto a raudales, y cada partícula
de su ser se unió en el grito pidiendo ayuda.<
por favor, ayudame.>> No pedía nada especifico; no conseguía
ordenar sus pensamientos hasta ese punto. Únicamente: <
favor, ayudame, por favor, por favor.>>
Al cabo de un rato volvió a incorporarse.
El rostro seguía pálido, pero con una belleza espectral, como
delicada porcelana iluminada desde el interior. Los ojos todavía
estaban como emborronados con sombras; pero había decisión en
ellos.
Tenia que encontrar a Stefan. Si existía alguna ayuda para ella el
la conocería. Y si no la había...bueno, aun le necesitaría mas entonces.
No había otro lugar en el que deseara estar que no fuera con el.
Cerro la puerta del desván con cuidado detrás de ella al salir.
Alaric Saltzman no debía descubrir su escondite. En la pared vio un
calendario con los días hasta el 4 de diciembre tachados. Cuatro días
desde el pasado sábado por la noche. Había dormido cuatro días.
Al llegar a la puerta principal, reculo ante la luz del exterior. Le hacía
daño. Incluso a pesar de que el cielo estaba muy cubierto y la lluvia o
la nieve era inminentes, la hería los ojos. Tuvo que obligarse a
abandonar la seguridad de la casa, y entonces sintió una lacerante
paranoia respecto a estar al aire libre. Avanzo a hurtadillas junto a las
vallas, manteniéndose pegada a los arboles, lista para fundirse con las
sombras. Se sentía como una sombra ella también…, o un fantasma,
ataviada con el larga vestido de Honoria Fell. Le daría un susto de
muerte a cualquiera que la viese.
Pero toda su cautela parecía desperdiciada. No había nadie en las
calles para verlas; era como si la ciudad estuviera abandonada. Pasó
junto a casas aparentemente desiertas, patios desolados, tiendas
cerradas. Finalmente, vio coches aparcados bordeando la calle, pero
también ellos estaban vacíos.
Y entonces vio una forma recortándose contra el cielo que hizo que
se detuviera en seco. Una torre de iglesia, blanca como las nubes
oscuras. A Elena le temblaron las piernas mientras se obligaba a
acercarse lentamente al edificio. Había conocido aquella iglesia toda su
vida; había visto la luz grabada en la pared un millar de veces. Pero en
aquellos momentos avanzó con cautela hacia ella como si fuera un
animal enjaulado que pudiera liberarse y morderla. Apretó una mano
contra la pared de piedra y se deslizó cada vez más cerca el símbolo
grabado.
Cuando los dedos extendidos tocaron el brazo de la cruz, los ojos se
llenaron de lágrimas y se le hizo un nudo en la garganta. Dejó que la
mano resbalara sobre él hasta que cubrió con suavidad el dibujo.
Entonces se apoyó contra la pared y permitió que acudieran las
lágrimas.
<<>
demasiado en mi; jamás le di las gracias a Matt, a Bonnie y a Meredith
por todo lo que hicieron por mí. Debería haber jugado más con
Margaret y haber sido más amable con tía Judith. Pero no soy malvada.
No estoy condenada. >>
Cuando consiguió volver a ver, alzo la mirada hasta el edificio. El
señor Newcastle había dicho algo acerca de la iglesia. ¿Era aquella a la
que se refería?
Evito la parte delantera de la iglesia y la entrada principal. Había
una puerta lateral que conducía a la galería del coro; se deslizo
escaleras arriba sin hacer ruido y miro hacia abajo desde la galería.
Comprendió de inmediato porque estaban tan vacías las calles.
Parecía como si todo el mundo en Fell’s Church estuviera allí; cada
asiento de cada banco estaba ocupado, y la parte trasera de la iglesia
se hallaba abarrotada de gente de pie. Al mirar con atención las filas
delanteras, Elena reparo en que reconocía cada rostro: eran miembros
del último curso, vecinos y amigos de tía Judith. Tía Judith también
estaba allí, llevaba el vestido negro que había llevado en el funeral de
los padres de Elena.
<< ¡Dios mío!>>, pensó Elena. Sus dedos se asieron con fuerza a la
barandilla. Hasta aquel momento había estado demasiado ocupada
mirando para escuchar, pero el sosegado tono monocorde de la voz del
reverendo Bethea se transformo de improviso en palabras.
--…compartir nuestros recuerdos de esta muchacha tan especial –
dijo, y se hizo a un lado.
Elena contemplo lo que sucedió después con la sensación
sobrenatural de que tenía un asiento de palco en una obra teatral. No
tenía nada que ver con los acontecimientos que se sucedían en el
escenario; era una simple espectadora, pero en realidad era su vida la
que contemplaba.
El señor Carson, el padre de Sue Carson, subió y hablo sobre Elena.
Los Carson la habían conocido desde que nació, y el hablo sobre los
tiempos en que Sue y ella habían jugado en el patio delantero de su
casa en verano. Hablo sobre la joven tan hermosa y con una formación
tan completa en que se había convertido. Le entro carraspera y tuvo
que detenerse para quitarse las gafas.
Sue Carson subió. Elena y ella no habían sido amigas intimas desde
la escuela primaria, pero habían mantenido una buena relación. Sue
había sido una de las pocas muchachas que respaldaron a Elena
después de que Stefan quedara bajo sospecha por el asesinato del
profesor Tanner. Pero en aquellos momentos Sue lloraba como si
hubiera perdido a una hermana.
--Mucha gente no fue amable con Elena después de Halloween –dijo,
secándose los ojos y prosiguiendo--. Y sé que eso la hirió. Pero Elena
era fuerte. Nunca cambio simplemente para comportarse tal y como
otros pensaban que debía hacerlo. Y la respetaba por ello, tanto… --La
voz de Sue tembló--. Cuando me presente para ser reina de la fiesta de
inicio de curso, quería que me eligieran, pero sabía que no sería así y
no pasaba nada. Porque si el Robert E. Lee tuvo alguna vez una reina,
esa fue Elena. Y creo que siempre lo será, porque es así como la
recordaremos todos. Y sé que en años venideros las chicas que vengan
a nuestra escuela podrán recordarla y pensar en cómo se mantuvo
firme en lo que consideraba que era correcto…
En esa ocasión a Sue se le quebró l voz, y el reverendo la ayudo a
regresar a su asiento.
Las chicas del último curso, incluso las que se habían mostrado más
desagradables y maliciosas, lloraban y se cogían de las manos.
Muchachas que Elena sabía a ciencia cierta que la odiaban,
gimoteaban. De improviso era la gran amiga de todo el mundo.
También había chicos que lloraban. Horrorizada, Elena se acurruco
más cerca de la barandilla. No podía dejar de observar, incluso a pesar
de ser la cosa más horrible que había presenciado jamás.
Frances Decatur se puso en pie, con el rostro poco agraciado
menos atractivo que nunca debido la pena.
--Se tomo la molestia de ser amable conmigo –dijo con voz ronca--.
Permitió que almorzara con ella.
<
eras útil para obtener información sobre Stefan. >> Pero sucedió lo
mismo con cada persona que subía al pulpito; parecía no haber
palabras suficientes para elogiar a Elena.
--Siempre la admire…
--Era un modelo para mí…
--Una de mis alumnas preferidas…
Cuando Meredith se levanto, el cuerpo de Elena se quedo rígido. No
sabía si podría soportar aquello. Pero la muchacha de cabellos oscuros
era una de las pocas personas en la iglesia que no lloraba, aunque su
rostro tenía una expresión seria y triste que a Elena le recordó lo que
mostraba Honoria Fell sobre su tumba.
--Cuando pienso en Elena, pienso en los buenos ratos que pasamos
juntas –dijo, hablando en voz baja y con su acostumbrado
autocontrol--. Elena siempre tenía ideas, y podía hacer que la tarea
más aburrida resultara divertida. Nunca se lo dije, y ahora debería
haberlo hacho. Desearía poder hablar con ella una vez más, solo para
que lo supiera. Y si Elena pudiera oírme ahora… --Meredith paseo la
mirada por la iglesia y aspiro con fuerza, al parecer para
tranquilizarse--, si pudiera oírme ahora,
Le diría lo mucho que esos buenos ratos significaron para mí, y lo
mucho que deseo que pudiéramos seguir teniéndolos. Como las
noches de los jueves que pasábamos juntas en su habitación,
practicando para el equipo de debates. Desearía que pudiéramos
hacer eso solo una vez más como hacíamos antes. –Meredith volvió a
efectuar una larga aspiración y meneo la cabeza--. Pero no podemos, y
eso duele.
<< ¿De qué estás hablando? –Pensó Elena, el sufrimiento
interrumpido por el desconcierto--. Practicábamos para el equipo las
noches de los miércoles, no los jueves. Y no era en mi dormitorio, era
en el tuyo. Y no era divertido en absoluto; de hecho, acabamos
dejándolo porque ambas lo odiábamos…>>
De improviso, observando con atención el rostro cuidadosamente
sereno de Meredith, tan tranquilo exteriormente para ocultar la tensión
interior, Elena sintió que su corazón empezaba a latir con fuerza.
Meredith enviaba un mensaje, un mensaje que solo Elena podía
comprender. Lo que significaba que Meredith esperaba que Elena
pudiera escucharlo.
Meredith lo sabía.
¿Se lo había contado Stefan? Elena escudriño las hileras de
asistentes al duelo que había allí abajo, advirtiendo por primera vez
que Stefan no estaba. Tampoco estaba Matt. No, no parecía probable
que Stefan se lo hubiera contado a Meredith, o que Meredith eligiera
aquel modo de enviarle un mensaje si lo hubiera hecho. Entonces
Elena recordó el modo en que Merediyh la había mirado la noche que
habían rescatado a Stefan del pozo, cuando Elena había pedido que la
dejaran a solas con él. Recordó aquellos agudos ojos oscuros
estudiando su rostro en más de una ocasión durante los últimos meses
y el modo en que la muchacha había parecido tornarse más callada y
meditabunda cada vez que Elena se presentaba con alguna petición
rara.
Bonnie subía en aquellos momentos, llorando intensamente. Eso
resultaba sorprendente; si meredith lo sabía, ¿Por qué no se lo había
dicho a Bonnie? Pero quizás Meredith solo tenía una sospecha, algo
que no quería compartir por si resultaba ser una falsa esperanza.
El discurso de Bonnie fue tan emotivo como sereno había sido el
de Meredith. Su voz no dejaba de quebrarse, y se pasó todo el tiempo
quitándose las lágrimas de las mejillas. Finalmente, el reverendo
Bethca se le acerco y le dio algo blanco, un pañuelo o alguna clase de
tela.
--Gracias –dijo Bonnie, secándose los ojos llorosos.
La muchacha echó la cabeza hacia atrás para mirar el techo, bien
para recuperar la compostura o para obtener inspiración, pero al
hacerlo, Elena vio algo que nadie más pudo ver: vio el rostro de Bonnie
desprovisto de color o expresión, no como alguien a punto de
desmayarse, sino de un modo que le era más familiar.
Un escalofrió recorrió la espalda de Elena. <
de todos los momentos y lugares, no aquí. >>
Pero ya estaba Sucediendo. La barbilla de Bonnie había
descendido; la muchacha volvía a mirar a la congregación. Excepto
que en esta ocasión no parecía verlos en absoluto, y la voz que broto
de la garganta de Bonnie no era la voz de Bonnie.
--Nadie es lo que parece. Recordad esto. Nadie es lo que parece.
Luego se quedo allí de pie, sin moverse, mirando al frente sin ver.
La gente empezó a removerse inquieta y a intercambiar miradas.
Hubo un murmullo de preocupación.
--Recordad esto… Recordad… Nadie es lo que parece…
Bonnie se tambaleo de improviso, y el reverendo Bethea corrió
hacia ella mientras otro hombre se apresuraba a hacer lo mismo desde
el otro lado. El segundo hombre tenía una cabeza calva que en
aquellos momentos brillaba cubierta se sudor; era el señor Newcastle,
advirtió Elena. Y allí, en la parte posterior de la iglesia, avanzando a
grandes zancadas por la nave, estaba Alaric Saltzman. El hombre
alcanzo a Bonnie justo cuando esta se desmayaba, y Elena oyó una
pisada detrás de ella en la escalera.

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