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para todos aquellos fanaticos de las historias de ficcion y los vampiros en este blog publicare los libros de la exitosa saga que a arrasado por EEUU cronicas vampiricas (de la serie vampires diarie)...


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miércoles, 6 de enero de 2010

DESPERTAR-- CRONICAS VAMPIRICAS--CAPITULO 15

En cuanto dejó a Elena en su casa, Stefan fue al bosque.
Tomó la carretera de Oíd Creek y condujo bajo las sombrías nubes, a
través de las cuales no se distinguía ni un retazo de cielo, hasta el lugar
donde había aparcado el primer día del curso.
Dejó el coche e intentó volver sobre sus pasos exactamente hasta el
claro donde había visto el cuervo. Su instinto de cazador le ayudó,
recordando la forma de ese matorral y aquella raíz nudosa, hasta que se
encontró en el espacio despejado rodeado por antiguos robles.
Allí. Bajo aquel manto de hojas de un marrón deslucido, incluso aún
podrían quedar algunos huesos del conejo.
Aspirando con fuerza para tranquilizarse, para reunir sus Poderes, lanzó
un pensamiento inquisitivo para sondear la zona.
Y, por primera vez desde su llegada a Fell's Church, percibió el parpadeo
de una respuesta. Pero parecía débil y titubeante, y no consiguió
localizarla en el espacio.
Suspiró y giró... y se detuvo en seco.
Damon estaba de pie ante él, con los brazos cruzados sobre el pecho,
recostado en el roble de mayor tamaño. Daba la impresión de que podría
llevar horas allí.
—Así pues —dijo Stefan con un jadeo—, es cierto. Ha transcurrido
mucho tiempo, hermano.
—No tanto como tú crees, hermano.
Stefan recordó aquella voz, aquella voz aterciopelada e irónica.
—Te he estado siguiendo el rastro a lo largo de los años —comentó
Damon con calma.
Se sacudió un trozo de corteza de la manga de su chaqueta de cuero
con la misma tranquilidad con la que se había arreglado los puños de
brocado en el pasado.
—Pero claro, tú no podías saberlo, ¿verdad? Ah, no, tus Poderes son tan
débiles como siempre.
—Ten cuidado, Damon —replicó Stefan en un tono quedo que sonó lleno
de amenaza—. Ten mucho cuidado esta noche. No estoy de muy buen
humor.
—¿San Stefan resentido? Figúrate. Te sientes consternado, supongo,
debido a mis pequeñas excursiones a tu territorio. Sólo lo hice porque
quería estar cerca de ti. Los hermanos deberían estar unidos.
—Mataste esta noche. E intentaste hacerme creer que lo había hecho
yo.
—¿Estás seguro de que no lo hiciste realmente? A lo mejor lo hicimos
juntos. ¡Ten cuidado! —dijo cuando Stefan dio un paso hacia él—. Mi
estado de ánimo tampoco es el mejor del mundo esta noche. Yo sólo tuve
a un marchito profesor de historia; tú tuviste a una linda chica.
La furia en el interior de Stefan se fusionó, pareciendo concentrarse en
un brillante punto ardiente, como un sol en su interior.
—Mantente alejado de Elena —murmuró con tal amenaza en la voz que
Damon incluso inclinó la cabeza atrás ligeramente—. Mantente alejado de
ella, Damon. Sé que la has estado espiando, observándola. Pero se acabó.
Vuelve a acercarte a ella y lo lamentarás.
—Siempre fuiste un egoísta. Tú único defecto. No estás dispuesto a
compartir nada, ¿no es cierto? —De improviso, los labios de Damon se
curvaron en una sonrisa excepcionalmente hermosa—. Pero, por suerte, la
encantadora Elena es más generosa. ¿No te habló de nuestro pequeño
affaire? Vaya, pero si la primera vez que nos vimos casi se me entregó allí
mismo.
—¡Eso es una mentira!
—Claro que no, querido hermano. Jamás miento sobre nada importante.
¿O quiero decir sin importancia? De todos modos, tu hermosa damisela
casi se desvaneció en mis brazos. Creo que le gustan los hombres vestidos
de negro.
Mientras Stefan le contemplaba fijamente, intentando controlar la
respiración, Damon añadió, casi con delicadeza:
—Te equivocas respecto a ella, ¿sabes? Crees que es dulce y dócil, como
Katherine. No lo es. No es tu tipo en absoluto, mi santurrón hermano.
Tiene un espíritu y un fuego en su interior con los que tú no sabrías qué
hacer.
—Y tú sí sabrías, supongo.
Damon descruzó los brazos y lentamente volvió a sonreír.
—Ya lo creo.
Stefan quiso saltar sobre él, aplastar aquella hermosa sonrisa arrogante,
desgarrarle el cuello a su hermano, pero dijo en una voz apenas bajo
control:
—Tienes razón en una cosa. Es fuerte. Lo bastante fuerte para
rechazarte. Y ahora que sabe lo que realmente eres, lo hará. Todo lo que
siente por ti ahora es repugnancia.
Las cejas de Damon se enarcaron.
—¿Siente eso ahora? Ya nos ocuparemos de ello. Tal vez encontrará que
la auténtica oscuridad es más de su gusto que el débil crepúsculo. Yo, al
menos, soy capaz de admitir la verdad sobre mi naturaleza. Pero me
preocupas, hermanito. Tienes un aspecto endeble y mal alimentado. Es
provocativa, ¿verdad?
«Mátalo», exigió algo en la mente de Stefan. «Mátalo, pártele el cuello,
desgarra su garganta en sangrientos jirones.» Pero sabía que Damon se
había alimentado muy bien esa noche. La oscura aura de su hermano
estaba hinchada, palpitante, brillando casi con la esencia vital que había
tomado.
—Sí, bebí mucho —dijo Damon en tono agradable, como si supiera lo
que pasaba por la mente de su hermano; suspiró y se pasó la lengua por
los labios en señal de satisfacción—. Era pequeño, pero había una
sorprendente cantidad de jugo en él. No era guapo como Elena y, desde
luego, no olía tan bien. Pero siempre es estimulante sentir la sangre nueva
zumbando en tu interior.
Damon respiró con fuerza, apartándose del árbol y mirando a su
alrededor. Stefan recordaba también aquellos movimientos gráciles, cada
gesto controlado y preciso. Los siglos sólo habían refinado el porte natural
de Damon.
—Me dan ganas de hacer esto —dijo Damon, acercándose a un árbol
joven situado a unos pocos metros de distancia.
Era el doble de alto que él, y cuando lo agarró sus dedos no pudieron
abarcar el tronco. Pero Stefan vio la veloz respiración y la ondulación de
los músculos bajo la delgada camisa negra de su hermano, y entonces el
árbol se soltó del suelo, con las raíces balanceándose en el aire. Stefan
olió la humedad acre de la tierra removida.
—No me gustaba aquí, de todos modos —indicó Damon, y lo trasladó
con un tremendo esfuerzo tan lejos como permitieron las raíces aún
enredadas; a continuación sonrió con gracia—. También tengo ganas de
hacer esto otro.
Hubo un fulgor de movimiento, y luego Damon ya no estaba. Stefan
miró a su alrededor, pero no vio ni rastro de él.
—Aquí arriba, hermano.
La voz procedía de lo alto, y cuando Stefan alzó la mirada, vio a Damon
posado entre las ramas extendidas del roble. Se oyó un susurro de hojas
rojizas, y su hermano volvió a desaparecer.
—Aquí detrás, hermano.
Stefan se volvió en redondo al sentir el golpecito en la espalda, pero no
vio nada detrás de él.
—Justo aquí, hermano.
De nuevo se dio la vuelta.
—No, prueba aquí.
Furioso, Stefan se volvió violentamente en dirección opuesta, intentando
atrapar a Damon. Pero sus dedos se cerraron únicamente en el aire.
«Aquí, Stefan.» En esa ocasión la voz estaba en su mente, y su Poder le
estremeció hasta la médula. Era necesaria una energía enorme para
proyectar pensamientos con aquella claridad. Lentamente, volvió a girar
en redondo, y se encontró con Damon en su posición original, recostado
en el enorme roble.
Pero en esos momentos el humor de aquellos ojos oscuros se había
esfumado. Eran negros e insondables, y los labios de su hermano estaban
dispuestos en línea recta.
«¿Qué más pruebas necesitas, Stefan? Mi fuerza es tan superior a la
tuya como la tuya es superior a la de estos lastimosos humanos. También
soy más veloz que tú, y tengo otros Poderes de los que apenas has oído
hablar. Los Viejos Poderes, Stefan. Y no me asusta utilizarlos. Los usaré
contra ti.»
—¿Para eso viniste aquí? ¿Para torturarme?
«He sido misericordioso contigo, hermano. He podido matarte en
muchas ocasiones, pero siempre te he perdonado la vida. Pero esta vez es
diferente.»
Damon volvió a apartarse del árbol y habló en voz alta:
—Te estoy advirtiendo, Stefan, no te opongas a mí. No importa para lo
que vine aquí. Lo que quiero ahora es a Elena. Y si intentas impedir que la
haga mía, te mataré.
—Inténtalo —replicó él.
El ardiente puntito de furia de su interior llameaba con más intensidad
que nunca, emitiendo tanto fulgor como toda una galaxia de estrellas. De
algún modo, supo que él amenazaba la oscuridad de Damon.
—¿Piensas que no puedo hacerlo? Nunca aprendes, ¿verdad, hermanito?
Stefan tuvo apenas el tiempo justo de advertir el cansino movimiento de
cabeza de Damon antes de que se produjera otro movimiento borroso y
sintiera cómo unas manos poderosas lo agarraban. Se debatió al instante,
con violencia, intentando con todas sus fuerzas arrancarlas de él; pero
eran como unas manos de acero.
La emprendió a golpes con furia, intentando alcanzar la zona vulnerable
situada bajo la mandíbula de su hermano. No sirvió de nada; le sujetaron
los brazos a la espalda, le inmovilizaron el cuerpo. Estaba tan impotente
como un pájaro bajo las garras de un gato ágil y experto.
Se relajó por un instante, convirtiéndose en un peso muerto, y luego de
repente hinchó todos sus músculos, intentando liberarse, intentando
asestar un golpe. Las crueles manos se limitaron a apretar con más fuerza,
convirtiendo sus esfuerzos en inútiles, patéticos.
«Siempre fuiste obstinado. A lo mejor esto te convencerá.» Stefan
contempló fijamente el rostro de su hermano, pálido como las ventanas de cristal esmerilado de la casa de huéspedes, y aquellos ojos negros e
infinitos. Entonces sintió que unos dedos agarraban sus cabellos y
echaban su cabeza hacia atrás violentamente, dejando la garganta al
descubierto.
Sus forcejeos se redoblaron, se tornaron frenéticos. «No te molestes»,
dijo la voz en su cabeza, y entonces sintió el agudo dolor desgarrador de
unos dientes. Sintió la humillación y la impotencia de la víctima del
cazador, de la presa. Y luego el dolor de la sangre al ser extraída contra su
voluntad.
Se negó a ceder a ello, y el dolor empeoró, fue como si le arrancaran el
alma del mismo modo que habían arrancado el arbolillo. Lo acuchilló igual
que lanzas de fuego, concentrándose en las perforaciones de su carne
donde se habían hundido los dientes de Damon. Un dolor desesperado
llameó ascendiendo por su mandíbula y su mejilla y descendiendo por el
pecho y el hombro. Sintió una oleada de vértigo y comprendió que perdía
el conocimiento.
Entonces, bruscamente, las manos lo soltaron y cayó al suelo, sobre un
lecho de hojas de roble húmedas y en descomposición. Dando boqueadas,
consiguió izarse sobre las manos y las rodillas.
—Como ves, hermanito, soy más fuerte que tú. Lo bastante fuerte para
tomar tu sangre y tu vida si lo deseo. Déjame a Elena, o lo haré.
Stefan alzó los ojos. Damon estaba de pie con la cabeza echada hacia
atrás y las piernas ligeramente separadas, como un conquistador
colocando el pie sobre el cuello del conquistado. Aquellos ojos negros
como la noche ardían triunfales, y sus labios mostraban la sangre de su
hermano.
El odio embargó a Stefan, un odio que nunca había conocido. Fue como
si todo su odio anterior hacia Damon hubiese sido una gota de agua
comparado con aquel océano estrepitoso y espumeante. Muchas veces en
los pasados e interminables siglos había lamentado lo que había hecho a
su hermano y había deseado con toda su alma cambiarlo. En aquellos
momentos sólo deseaba volver a hacerlo.
—Elena no es tuya —chilló, poniéndose en pie mientras intentaba no
mostrar el esfuerzo que le suponía—, y jamás lo será.
Concentrándose en cada paso, poniendo un pie delante del otro,
empezó a alejarse. Le dolía todo el cuerpo y la vergüenza que sentía era
aún mayor que el sufrimiento físico. Había pedazos de hojas mojadas y
trozos de tierra adheridos a sus ropas, pero no se los sacudió. Luchó por
seguir moviéndose, por resistir a la debilidad que lamía sus piernas.
«Nunca aprendes, hermano.»
Stefan no volvió la cabeza ni intentó responder. Apretó los dientes y
mantuvo las piernas en movimiento. Otro paso. Y otro paso. Y otro paso.
Si sólo pudiera sentarse un momento, descansar...
Otro paso, y otro paso más. El coche ya no podía estar lejos. Crujieron
hojas bajo sus pies, y entonces oyó crujir hojas detrás de él.
Intentó correr de prisa, pero sus reflejos casi habían desaparecido. Y el
violento movimiento fue demasiado para él. La oscuridad le invadió, ocupó
su cuerpo y su mente, y sintió que caía. Cayó sin fin en la oscuridad de la
noche absoluta. Y luego, por suerte, ya no supo nada más.

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