Elena sintió que se le ponía la carne de gallina al escuchar aquellas
palabras.
—No lo dices en serio —dijo con voz temblorosa.
Recordó lo que había visto en el tejado, la sangre que embadurnaba los
labios de Stefan, y se obligó a no rehuirle.
—Stefan, te conozco. No podrías haber hecho eso...
Él hizo caso omiso de sus protestas y siguió mirando fijamente con ojos
que ardían como hielo verde en el fondo de un glaciar. Miraba a través de
ella, a algo situado a una distancia inabarcable.
—Mientras yacía en mi cama aquella noche, aguardé contra toda
esperanza que ella acudiera. Empezaba a notar ya algunos cambios en mi
persona. Veía mejor en la oscuridad; parecía que oía mejor. Me sentía más
fuerte que nunca, lleno de una especie de energía elemental. Y estaba
hambriento.
»Era un hambre que jamás había imaginado. Durante la cena descubrí
que la comida corriente y la bebida no servían para satisfacerla. No podía
comprenderlo. Y entonces vi el cuello blanco de una de las criadas y supe
el motivo. —Exhaló prolongadamente, la mirada sombría y torturada—.
Esa noche resistí a la necesidad, aunque necesité toda mi fuerza de
voluntad. Pensaba en Katherine y rezaba para que viniera a mí. ¡Rezar! —
Lanzó una breve risotada—. Si es que una criatura como yo puede rezar.
Los dedos de Elena estaban entumecidos alrededor de la mano del
chico, pero ella intentó apretarlos más para confortarle.
—Sigue, Stefan.
No tuvo problemas para seguir entonces. Parecía casi haber olvidado la
presencia de la joven, como si se contara la historia a sí mismo.
—A la mañana siguiente, la necesidad era más fuerte. Era como si mis
propias venas estuvieran secas y agrietadas, desesperadas por algo de
líquido. Comprendí que no lo podría soportar mucho tiempo.
»Fui a los aposentos de Katherine. Mi intención era pedirle, suplicarle...
—Su voz se quebró; hizo una pausa y luego siguió—: Pero Damon ya
estaba allí, aguardando fuera de sus habitaciones. Me di cuenta de que él
no había resistido a la necesidad. El brillo de su piel y el brío con el que caminaba me lo indicaron. Tenía un aspecto tan satisfecho como el de un
gato que se ha comido la nata.
»Pero no había tenido a Katherine. "Llama todo lo que quieras" me dijo,
"pero esa fiera de ahí dentro no te dejará entrar. Yo ya lo he probado. ¿Lo
intentamos entre tú y yo?"
»No quise responderle. La expresión de su rostro, aquella expresión
taimada y ufana, me repelía. Aporreé aquella puerta como para
despertar... —Titubeó y luego lanzó otra risa forzada—. Iba a decir "como
para despertar a un muerto".
Pero a los muertos no cuesta tanto despertarlos, al fin y al cabo,
¿verdad?
Tras un instante, prosiguió:
—La doncella, Gudren, abrió la puerta. Tenía un rostro que parecía un
plato llano blanco y ojos que eran como cristal negro. Le pregunté si podía
ver a su señora. Esperaba que me diría que Katherine dormía, pero en su
lugar Gudren se limitó a mirarme, luego a Damon, por encima de mi
hombro.
»"No se lo quise decir a él" dijo por fin, "pero os lo diré a vos. Mi señora
Katerina no está dentro. Salió temprano esta mañana para pasear por los
jardines. Dijo que tenía una gran necesidad de pensar."
»Me sorprendió. "¿Temprano esta mañana?", pregunté.
»"Sí", respondió. Nos miró tanto a Damon como a mí sin simpatía. "Mi
señora se sentía muy desdichada ayer", dijo con toda intención. "Lloró
toda la noche."
«Cuando dijo eso, se apoderó de mí una sensación extraña. No fue
simplemente vergüenza y dolor porque Katherine se sintiera tan infeliz.
Fue miedo. Olvidé mi hambre y mi debilidad. Incluso olvidé mi enemistad
con Damon. Me embargó una gran prisa y una urgencia apremiante. Me
volví hacia Damon y le dije que debíamos encontrar a Katherine, y ante mi
sorpresa él se limitó a asentir.
»Nos pusimos a registrar los jardines, gritando el nombre de Katherine.
Recuerdo exactamente qué aspecto tenía todo aquel día. El sol brillaba
sobre los enormes cipreses y los pinos del jardín. Damon y yo avanzamos
apresuradamente entre ellos, moviéndonos cada vez más y más de prisa y
llamándola. No dejábamos de llamarla…
Elena percibía los temblores del cuerpo de Stefan, que se comunicaban
a ella a través de sus dedos que la sujetaban con fuerza. El muchacho
respiraba con rapidez pero superficialmente.
—Casi habíamos llegado al final de los jardines cuando recordé un lugar
que Katherine adoraba. Se encontraba un poco más allá en el parque y era
una pared baja junto a un limonero. Me dirigí allí, gritando su nombre. Pero
a medida que me acercaba, dejé de gritar. Sentí... un temor: una
premonición terrible. Y supe que no debía... no debía ir...
—¡Stefan! —dijo Elena.
Le estaba haciendo daño, sus dedos se clavaban en los de la muchacha,
aplastándolos. Los temblores que corrían por su cuerpo aumentaban,
convirtiéndose en estremecimientos.
—¡Stefan, por favor!
Pero no dio señales de haberla oído.
—Fue como... una pesadilla... con todo sucediendo tan despacio. No
podía moverme... y sin embargo tenía que hacerlo. Tenía que seguir
caminando. Con cada paso el miedo era más fuerte. Podía olerlo. Un olor
parecido al de grasa quemada. No debo ir ahí..., no quiero verlo...
Su voz se había tornado aguda y apremiante, la respiración era
jadeante. Tenía los ojos muy abiertos y dilatados, igual que un niño
aterrorizado. Elena agarró los dedos que la asían como tenazas con la otra
mano, envolviéndolos completamente.
—Stefan, todo está bien. No estás allí. Estás aquí conmigo.
—No quiero verlo..., pero no puedo evitarlo. Hay algo blanco. Algo
blanco bajo el árbol. ¡No me obligues a mirarlo!
—¡Stefan, Stefan, mírame!
Era incapaz de oírla, y sus palabras surgían en violentos espasmos,
como si no pudiera controlarlas, no pudiera sacarlas lo bastante rápido.
—No puedo acercarme más..., pero lo hago. Veo el árbol, la pared. Y eso
blanco. Detrás del árbol. Blanco con dorado debajo. Y entonces lo sé, lo sé,
y avanzo hacia ello porque es su vestido. El vestido blanco de Katherine. Y
doy la vuelta al árbol y lo veo en el suelo y es verdad. Es el vestido de
Katherine... —su voz se elevó y quebró en un horror inimaginable—, pero
Katherine no está dentro de él.
Elena sintió un escalofrío, como si hubieran sumergido su cuerpo en
agua helada. Se le puso la carne de gallina e intentó hablarle, pero no
pudo. Él seguía parloteando como si pudiera mantener alejado el terror si
no dejaba de hablar.
—Katherine no está ahí, de modo que tal vez todo sea una broma, pero
su vestido está en el suelo y está lleno de cenizas. Como las cenizas en la
chimenea, igual que ellas, sólo que éstas huelen a carne quemada.
Apestan. El olor me provoca náuseas y me marea. Junto a la manga del
vestido hay una hoja de pergamino. Y sobre una roca, sobre una roca un
poco más allá, hay un anillo. Un anillo con una piedra azul, el anillo de
Katherine. El anillo de Katherine... —De improviso, Stefan gritó con una
voz terrible—: Katherine, ¿qué has hecho?
Luego cayó de rodillas, soltando por fin los dedos de Elena, para
enterrar el rostro entre las manos.
Elena lo sostuvo cuando unos sollozos incontrolables se adueñaron de
él, y le sujetó los hombros, apretándole contra su regazo.
—Katherine se quitó el anillo —murmuró Elena, no era una pregunta—.
Se expuso al sol.
Los violentos sollozos de Stefan siguieron imparables, mientras ella lo
sujetaba contra la larga falda del vestido azul, acariciando sus hombros
estremecidos. Murmuró algunas palabras destinadas a consolarle,
apartando de sí misma su propio horror. Y finalmente él se tranquilizó y
alzó la cabeza. Habló con voz pastosa, pero parecía haber regresado al
presente, haber vuelto en sí.
—El pergamino era una nota, para mí y para Damon. Decía que había
sido egoísta al querer tenernos a los dos. Decía... que no podía soportar
ser causa de rivalidad entre nosotros. Esperaba que una vez que ya no
estuviera dejaríamos de odiarnos el uno al otro. Lo hizo para unirnos.
—Stefan —musitó Elena, sintiendo que lágrimas ardientes y solidarias
inundaban sus propios ojos—. Stefan, lo siento mucho. Pero ¿no te das
cuenta, después de todo este tiempo, que lo que hizo Katherine estuvo
mal? Fue egoísta, incluso, y fue su elección. En cierto modo, no tuvo nada
que ver contigo ni con Damon.
Stefan sacudió la cabeza como para expulsar la verdad de aquellas
palabras.
—Dio su vida... por eso. Nosotros la matamos.
Estaba sentado muy erguido ya. Pero los ojos seguían dilatados, como
enormes discos negros y parecía un niño pequeño desconcertado.
—Damon se me acercó por detrás. Tomó la nota y la leyó. Y entonces...
creo que se volvió loco. Estábamos locos los dos. Yo había recogido el
anillo de Katherine y él intentó arrebatármelo. No debería haberlo hecho.
Forcejeamos. Nos dijimos cosas terribles el uno al otro. Cada uno culpó al
otro por lo sucedido. No recuerdo cómo regresamos a la casa; pero de
repente yo empuñaba mi espada. Peleábamos. Yo quería destruir aquel
rostro arrogante para siempre, matarle. Recuerdo a mi padre gritando
desde la casa. Peleamos con mayor energía, para acabar el combate antes
de que él llegara junto a nosotros.
»Y estábamos muy igualados. Pero Damon siempre había sido más
fuerte, y aquel día parecía más veloz también, como si hubiese cambiado
más de lo que había cambiado yo. Y así, mientras mi padre seguía
gritando desde la ventana, sentí que la hoja de Damon rebasaba mi
guardia. Luego sentí cómo penetraba en mi corazón.
Elena le miró horrorizada, pero él siguió sin interrupción.
—Sentí el dolor del acero, sentí cómo penetraba en mi interior,
hundiéndose profundamente. Atravesándome de punta a punta, en una
violenta estocada. Y entonces las fuerzas me abandonaron y caí. Me
quedé tumbado allí sobre el suelo enlosado.
Alzó los ojos hacia Elena y finalizó con sencillez:
—Y así es como... morí.
Elena se quedó allí sentada, paralizada, como si el hielo que había
sentido en el pecho a primeras horas de la noche se hubiera vertido al
exterior y la hubiese atrapado.
—Damon se acercó, se detuvo a mi lado y se inclinó. Yo oía los gritos
lejanos de mi padre y los chillidos de los criados, pero todo lo que podía
ver era el rostro de Damon. Aquellos ojos negros que eran como una
noche sin luna. Quise hacerle daño por lo que me había hecho. Por todo lo
que nos había hecho a mí y a Katherine. —Stefan permaneció callado un
momento, y luego dijo, casi como en un sueño—: Y así alcé mi espada y le
maté. Con mis últimas fuerzas, le atravesé el corazón a mi hermano.
La tormenta había seguido su camino, y por la ventana rota Elena oía
los quedos sonidos de la noche, el chirrido de los grillos, el viento
moviéndose entre los árboles. En la habitación de Stefan todo estaba muy
silencioso.
—No supe nada más hasta que desperté en mi tumba —dijo Stefan.
Se recostó hacia atrás, apartándose de ella, y cerró los ojos. Tenía el
rostro contraído y cansado, pero aquella horrible ensoñación infantil había
desaparecido.
—Tanto Damon como yo teníamos en nuestro interior justo la cantidad
suficiente de sangre de Katherine como para impedirnos morir de verdad.
En lugar de ello, cambiamos. Despertamos juntos en nuestro sepulcro,
vestidos con nuestras mejores ropas, colocados sobre losas uno al lado del
otro. Estábamos demasiado débiles para seguir haciéndonos daño; la
sangre había sido apenas suficiente. Y estábamos aturdidos. Llamé a
Damon, pero corrió afuera y se perdió en la noche.
»Por suerte, nos habían enterrado con los anillos que Katherine nos
había dado. Y hallé su anillo en mi bolsillo. —Como de un modo
inconsciente, Stefan alzó la mano para acariciar el aro de oro—. Supongo
que pensaron que me lo había dado.
»Intenté ir a casa, lo que fue una idiotez. Los criados chillaron al verme
y corrieron a buscar a un sacerdote. Huí también al único lugar en el que
estaba a salvo, a la oscuridad.
»Y ahí es donde he permanecido desde entonces. Es a donde
pertenezco, Elena. Maté a Katherine con mi orgullo y mis celos, y maté a
Damon con mi odio. Pero hice algo peor que matar a mi hermano. Lo
condené.
»De no haber muerto entonces, con la sangre de Katherine tan fuerte en
sus venas, habría tenido una oportunidad. Con el tiempo, la sangre se
habría debilitado y luego desaparecido. Se habría vuelto a convertir en un
humano normal. Al matarle entonces, le condené a vivir en la noche. Le
arrebaté su única posibilidad de salvación.
Rió con amargura.
—¿Sabes qué significa el nombre de Salvatore en italiano, Elena?
Significa salvación, salvador. Yo me llamo así, y mi nombre de pila lo llevo en recuerdo de San Esteban, el primer mártir cristiano. Y condené a mi
hermano al infierno.
—No —replicó Elena, y luego, con voz más enérgica, dijo—, no, Stefan.
Él se condenó a sí mismo. Él te mató a ti. Pero ¿qué le sucedió después de
eso?
—Durante un tiempo se unió a las Compañías Libres, mercenarios
despiadados que se dedicaban a robar y saquear. Vagó por todo el país
con ellos, peleando y bebiendo la sangre de sus víctimas.
»Yo vivía fuera de las puertas de la ciudad por entonces, medio muerto
de hambre, alimentándome de animales, un animal yo mismo. Durante
mucho tiempo no supe nada de Damon. Luego, un día oí su voz en mi
mente.
»Era más fuerte que yo, porque bebía sangre humana. Y mataba. Los
humanos poseen la esencia vital más poderosa, y su sangre proporciona
poder. Y cuando los matan, de algún modo la esencia vital que
proporcionan es la más fuerte de todas. Es como si en esos últimos
instantes de terror y lucha el alma estuviera más llena de vitalidad que
nunca. Como Damon mataba humanos, podía hacer uso de los Poderes
más que yo.
—¿Qué... poderes? —inquirió Elena, mientras una idea iba tomando
cuerpo en su cabeza.
—Fuerza, como dijiste, y rapidez. Una agudización de los sentidos, en
especial de noche. Ésos son los básicos. También podemos... percibir
mentes. Podemos detectar su presencia, y en ocasiones la naturaleza de
sus pensamientos. Podemos proyectar confusión en mentes más débiles,
bien para aplastarlas o para doblegarlas a nuestra voluntad. Existen otros.
Con suficiente sangre humana, somos capaces de cambiar de aspecto, de
convertirnos en animales. Y cuanto más se mata, más fuertes se vuelven
todos los Poderes.
»La voz de Damon en mi mente era muy poderosa. Dijo que ahora era el
condottieri de su propia compañía y que regresaba a Florencia. Dijo que si
estaba allí cuando llegara, me mataría. Le creí y me marché. Le he visto
una o dos veces desde entonces. La amenaza es siempre la misma, y él
siempre es más poderoso. Damon ha sacado todo el provecho posible a su
naturaleza, y parece regodearse con su lado más oscuro.
»Pero también es mi naturaleza. La misma oscuridad habita en mi
interior. Pensé que podría vencerla, pero me equivoqué. Por eso vine aquí,
a Fell's Church. Pensé que si me instalaba en una ciudad pequeña, muy
lejos de los viejos recuerdos, podría escapar a la oscuridad. Y en lugar de
ello, esta noche, maté a un hombre.
—No —dijo Elena con energía—. No creo eso, Stefan.
Su relato la había llenado de horror y piedad... y también miedo. Lo
admitía, pero su repugnancia había desaparecido y había una cosa de la
que estaba absolutamente segura: Stefan no era un asesino.
—¿Qué sucedió esta noche, Stefan? ¿Discutiste con el señor Tanner?
—No... no lo recuerdo —respondió él, sombrío—. Usé el Poder para
persuadirle de que hiciera lo que queríais. Luego me fui. Pero más tarde
sentí que el mareo y la debilidad me embargaban. Como ha sucedido ya
antes. —Alzó los ojos para mirarla a la cara—. La última vez que sucedió
fue en el cementerio, justo al lado de la iglesia, la noche que atacaron a
Vickie Bennett.
—Pero tú no lo hiciste. Tú no podrías haber hecho eso... ¿Stefan?
—No lo sé —repuso él con aspereza—. ¿Qué otra explicación hay? Y sí
tomé sangre de aquel viejo bajo el puente, la noche que vosotras salisteis
huyendo del cementerio. Y habría jurado que no tomé suficiente para
hacerle daño, pero estuvo a punto de morir. Y estaba allí cuando atacaron
tanto a Vickie como a Tanner.
—Pero no recuerdas haberles atacado —indicó Elena, aliviada.
La idea que había ido creciendo en su mente era ya casi una certeza.
—¿Qué importa eso? ¿Qué otra persona podría haberlo hecho, si no fui
yo?
—Damon —dijo Elena.
Él se estremeció, y la muchacha vio que sus hombros volvían a
tensarse.
—Es una bonita idea. Al principio esperaba que existiera alguna
explicación parecida. Que podría tratarse de alguien más, alguien como mi
hermano. Pero he buscado con la mente y no he encontrado nada,
ninguna otra presencia. La explicación más sencilla es que yo soy el
asesino.
—No —replicó Elena—, no lo comprendes. No me refiero simplemente a
que alguien como Damon puede haber hecho las cosas que hemos visto.
Me refiero a que Damon está aquí, en Fell's Church. Le he visto.
Stefan se limitó a mirarla fijamente.
—Tiene que ser él —siguió Elena, aspirando profundamente—. Le he
visto dos veces ya, puede que tres. Stefan, acabas de contarme una larga
historia, y ahora yo tengo que contarte otra.
Con toda la rapidez y la sencillez de que fue capaz, le habló de lo
sucedido en el gimnasio y en casa de Bonnie. Los labios del joven se
tensaron en una línea blanca mientras le contaba cómo Damon había
intentado besarla. A Elena le ardieron las mejillas al recordar su propia
respuesta, el modo en que había estado a punto de ceder ante él. Pero se
lo contó todo a Stefan.
También lo del cuervo y las otras cosas extrañas que habían sucedido
desde su vuelta de Francia.
—Y, Stefan, creo que Damon estaba en la Casa Encantada esta noche —
finalizó—. Justo después de que te sintieras mareado en la habitación de
delante, alguien pasó por mi lado. Iba disfrazado como... como la Muerte, con una túnica negra y capucha, y no pude verle el rostro. Pero algo en el
modo en que se movía me resultó familiar. Era él, Stefan. Damon estuvo
allí.
—Pero eso seguiría sin explicar las otras veces. Vickie y el anciano. Sí
tomé sangre del anciano.
El rostro de Stefan estaba tirante, como si casi le asustara tener una
esperanza.
—Pero tú mismo dijiste que no tomaste suficiente para perjudicarle.
Stefan, ¿quién sabe qué le sucedió a aquel hombre después de que te
fueras? ¿No sería la cosa más fácil del mundo para Damon atacarle
entonces? En especial si Damon te ha estado espiando todo el tiempo, tal
vez bajo otra forma...
—Como un cuervo —murmuró él.
—Como un cuervo. Y en cuanto a Vickie... Stefan, dijiste que puedes
proyectar confusión en mentes más débiles, dominarlas. ¿No podría ser
eso lo que Damon te hacía? ¿Dominar tu mente del mismo modo que tú
puedes dominar la de un humano?
—Sí, y ocultarme su presencia. —La voz de Stefan mostraba una
excitación creciente—. Por eso no ha respondido a mis llamadas. Quería...
—Quería justo que sucediera lo que ha sucedido. Quería que dudaras de
ti mismo, que pensaras que eres un asesino. Pero no es cierto, Stefan. Ah,
Stefan, ahora lo sabes, y ya no tienes que sentir miedo.
Se puso en pie, sintiendo correr por su interior alegría y alivio. De
aquella noche espantosa había salido algo maravilloso.
—Por eso te has estado mostrando tan distante conmigo, ¿verdad? —
dijo, extendiendo las manos hacia él—. Porque tienes miedo de lo que
puedas hacer. Pero eso ya no es necesario.
—¿No es necesario?
Volvía a respirar aceleradamente y observaba las manos extendidas de
Elena como si fueran dos serpientes.
—¿Crees que no hay motivo para sentir miedo? Puede que Damon haya
atacado a esas personas, pero no controla mis pensamientos. Y no sabes
qué he pensado sobre ti.
Elena mantuvo la voz tranquila.
—Tú no quieres hacerme daño —dijo en tono concluyente.
—¿No? Ha habido momentos, cuando te contemplaba en público, en los
que apenas podía soportar no tocarte. En los que me sentía tan tentado
por tu blanca garganta, esa pequeña garganta blanca con las venas de un
azul tenue bajo la piel...
Sus ojos estaban fijos en su cuello de un modo que le recordó los ojos
de Damon, y sintió que los latidos de su corazón se intensificaban.
—Momentos en los que pensé en asirte y tomarte por la fuerza allí
mismo en la escuela.
—No hay necesidad de tomarme por la fuerza —dijo Elena, que sentía
los latidos del corazón por todo su cuerpo en aquellos momentos; en las
muñecas y en la parte interior de los codos... y en la garganta—. He
tomado una decisión, Stefan —dijo en voz baja, reteniendo su mirada—.
Quiero hacerlo.
Él tragó saliva con dificultad.
—No sabes lo que pides.
—Creo que sí. Me contaste cómo fue con Katherine, Stefan. Quiero que
sea así con nosotros. No me refiero a que quiera que me cambies. Pero
podemos compartir un poco sin que eso suceda, ¿verdad? Sé —añadió con
más dulzura aún— lo mucho que amabas a Katherine. Pero ella se ha ido y
yo estoy aquí. Y te quiero, Stefan. Deseo estar contigo.
—¡No sabes de lo que hablas! —Estaba de pie, rígido, con el rostro
enfurecido y la mirada angustiada—. Si me dejo ir una vez, ¿qué va a
impedirme cambiarte o matarte? La pasión es más fuerte de lo que
puedes imaginar. ¿No comprendes aún lo que soy, lo que puedo hacer?
Ella permaneció allí quieta y le contempló en silencio, con la barbilla
ligeramente alzada. Aquello pareció enfurecerle.
—¿No has visto suficiente aún? ¿O acaso debo mostrarte más? ¿Es que
no eres capaz de imaginar lo que podría hacerte?
Fue a grandes zancadas hacia la apagada chimenea y agarró un largo
tronco de madera, más grueso que las dos muñecas de Elena juntas. Con
un movimiento, lo partió en dos como si fuera una cerilla.
—Tus frágiles huesos —declaró.
En el otro lado de la habitación había una almohada procedente de la
cama; la levantó y, asestándole una cuchillada con las uñas, dejó la funda
de seda hecha jirones.
—Tu suave piel.
Luego fue hacia Elena con una rapidez sobrenatural; estaba allí y le
sujetaba los hombros antes de que ella supiera lo que pasaba. La miró
fijamente a la cara por un momento, luego, con un siseo salvaje que le
puso de punta los pelos del cogote, echó los labios hacia atrás.
Era el mismo gruñido que la muchacha había visto en el tejado, aquellos
dientes blancos al descubierto, los colmillos afilados y de una longitud
increíble. Eran los colmillos de un depredador, de un cazador.
—Tu blanco cuello —dijo con una voz distorsionada.
Elena permaneció paralizada otro instante, contemplando como
obligada aquel semblante escalofriante, y entonces algo en las
profundidades de su inconsciente tomó el control. Alzó los brazos por el
interior del restrictivo círculo de los suyos y le cogió el rostro entre las
manos. Sintió sus mejillas frías contra las palmas de sus manos. Le sujetó así, con suavidad, con mucha suavidad, como si le reconviniera por la
fuerza con que la agarraba por los hombros desnudos. Y vio cómo la
confusión aparecía lentamente en la cara del muchacho, a medida que
éste comprendía que ella no hacía aquello para oponerse o apartarle.
Elena aguardó hasta que la confusión alcanzó los ojos de Stefan,
haciendo añicos su mirada, convirtiéndose casi en una expresión
suplicante. Ella sabía que su propio rostro no mostraba temor, que era
afectuoso y a la vez intenso, con los labios ligeramente separados. Ambos
respiraban rápidamente ya, juntos, al mismo ritmo. Elena lo percibió
cuando él empezó a estremecerse, temblando como lo había hecho
cuando los recuerdos de Katherine habían ido más allá de lo que podía
soportar. Entonces, con mucha ternura y parsimonia, atrajo aquella boca
contorsionada en un gruñido hacia la suya.
Él intentó oponerse. Pero la delicadeza de la muchacha era más fuerte
que toda su energía inhumana. Elena cerró los ojos y pensó sólo en Stefan,
no en las cosas espantosas que había averiguado esa noche, sino en
Stefan, que había acariciado sus cabellos con la misma suavidad que si
temiera que ella fuera a quebrarse en sus brazos. Pensó en eso y besó la
boca de depredador que la había amenazado hacía unos pocos minutos.
Notó el cambio, la transformación en su boca mientras él cedía,
respondiendo impotente a ella, devolviendo sus dulces besos con idéntica
suavidad. Sintió cómo el escalofrío recorría el cuerpo de Stefan a medida
que la fuerte presión de las manos del joven sobre sus hombros se
relajaba también, convirtiéndose en un abrazo. Y supo que había vencido.
—Nunca me harás daño —murmuró Elena.
Fue como si alejaran a besos todo el miedo, la desolación y la soledad
de su interior. Elena sintió que la pasión corría por su interior como un
trallazo, y percibió el mismo sentimiento en Stefan. Pero infundiendo todo
lo demás había una ternura casi aterradora en su intensidad. No había
necesidad de precipitación ni brusquedad, se dijo Elena mientras Stefan la
guiaba con delicadeza para que se sentara.
Gradualmente, los besos se tornaron más apremiantes, y Elena sintió
cómo el trallazo recorría todo su cuerpo, cargándolo, haciendo que su
corazón latiera desbocado y su respiración se entrecortara. Hizo que se
sintiera extrañamente dúctil y mareada, que cerrara los ojos y dejara que
su cabeza cayera hacia atrás sin fuerzas.
«Es hora, Stefan», pensó. Y, con suma delicadeza, atrajo de nuevo la
boca del muchacho hacia abajo, en esta ocasión hacia su garganta. Sintió
cómo sus labios rozaban su piel, sintió su aliento cálido y frío a la vez. Y
luego, un pinchazo agudo.
Pero el dolor desapareció casi al instante, reemplazado por una
sensación de placer que la hizo estremecer. Un gran torrente de dulzura la
inundó, fluyendo a través de ella hacia Stefan.
Finalmente se encontró mirándole a la cara, a una cara que por fin ya no
tenía barreras contra ella, ni muros. Y la mirada que vio allí la hizo sentir
débil.
—¿Confías en mí? —murmuró él.
Y cuando ella se limitó a asentir, él le sostuvo la mirada y alargó la
mano en busca de algo junto a la cama. Era la daga. Elena la contempló
sin temor y luego volvió a fijar los ojos en el rostro de Stefan.
Él no desvió la mirada ni un momento de ella mientras desenvainaba el
arma y efectuaba un pequeño corte en la base de su garganta. Elena lo
contempló boquiabierta, contempló la sangre brillante como bayas de
acebo, pero cuando él la instó a acercarse no intentó resistirse.
Después, Stefan se limitó a abrazarla durante un buen rato, mientras los
grillos del exterior interpretaban su música. Finalmente, se movió.
—Ojalá te pudieras quedar aquí —susurró—. Ojalá pudieras quedarte
para siempre. Pero no puedes.
—Lo sé —respondió ella, con voz igualmente queda.
Los ojos de ambos volvieron a encontrarse en silenciosa comunión.
Había tanto que decir, tantas razones para estar juntos...
—Mañana —dijo ella; luego, recostándose en su hombro, susurró—, pase
lo que pase, Stefan, estaré a tu lado. Dime que lo crees.
Su voz sonó baja, amortiguada por los cabellos de la muchacha.
—Ah, Elena, lo creo. Pase lo que pase, estaremos juntos.
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