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para todos aquellos fanaticos de las historias de ficcion y los vampiros en este blog publicare los libros de la exitosa saga que a arrasado por EEUU cronicas vampiricas (de la serie vampires diarie)...


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martes, 19 de enero de 2010

CONFLICTO-- CRONICAS VAMPIRICAS-- CAPITULO 7

-La próxima vez –dijo Stefan con voz queda- no me iré.
Elena sabía que lo decía en serio y la aterró. Pero en aquel
momento sus emociones se deslizaban silenciosamente en
punto muerto y no quería discutir.
-Estaba allí –dijo-.Dentro de una casa corriente llena de gente
corriente, como si tuviera todo el derecho a estar allí. No
habría creído que se atreviera.
-¿Por qué no? –dijo Stefan con tono conciso y amargo-. Yo
estaba allí en una casa corriente llena de gente corriente,
como si tuviera todo el derecho a estar allí.
-No lo decía en el sentido en que sonó. Es sólo que la única
otra vez que le he visto en público fue en la Casa Encantada,
cuando llevaba una máscara y un disfraz, y estaba oscuro.
Antes de eso siempre fue en algún lugar desierto como el
gimnasio aquella noche que me quedé sóla, o el cementerio…
Supo en cuanto dijo aquella última parte que había sido un
error, pues aún no había contado a Stefan que había ido en
busca de Damon tres días atrás. Sentado en el asiento del
conductor, el muchacho se quedo rígido.
-¿O el cementerio?
-Sí… Me refiero a aquel día en que a Bonnie, a Meredith y a
mí nos persiguieron. Estoy asumiendo que debió de ser
Damon quien nos persiguió. Y el lugar estaba desierto aparte
de nosotras tres.
¿Por qué le mentía? Porque, le respondió una vocecita en su
cabeza con tono sombrío, de lo contrario él podría saltar.
Saber lo que Damon le había dicho, lo que había prometido
que la esperaba, podía ser todo lo que se necesitaba para que
Stefan perdiera el control. “No puedo contárselo nunca –
comprendió con un nauseabundo sobresalto-. No lo de esa
vez ni nada que Damon haga en el futuro. Si pelea contra
Damon, morirá”. “Entonces jamás lo sabrá –se prometió-. No
importa lo que tenga que hacer. Impediré que peleen entre sí
por mí. Sin importar cómo. Por un momento, la aprensión la
dejó helada. Quinientos años atrás, Katherine había intentado
impedir que pelearan, y sólo había conseguido obligarles a
enfrentarse en un combate a muerte. Pero ella no cometería el
mismo error. ¿Quién que no fuera una criatura estúpida se
mataría con la esperanza de que los dos rivales por su mano
se convirtieran en amigos?
Había sido el peor error de todo aquel desdichado asunto.
Debido a ellos, la rivalidad entre Stefan y Damon se había
convertido en un odio implacable. Y, lo que aún era peor,
Stefan había vivido con la culpa de todo ello desde entonces;
se culpaba a sí mismo por la estupidez y la debilidad de
Katherine. Intentando desesperadamente buscar otro tema,
dijo:
-¿Crees que alguien le invitó a entrar?
-Evidentemente, puesto que estaba dentro.
-Entonces, es cierto lo que se dice sobre… la gente como
vosotros. Se os tiene que invitar a entrar. Pero Damon entró
en el gimnasio sin una invitación.
-Eso es porque el gimnasio no es una morada para seres
vivos. Ése es el único criterio. No importa si es una casa, una
tienda de campaña o un apartamento encima de una tienda.
Si seres vivos comen y duermen allí, tienen que invitarnos a
entrar.
-Pero yo no te invité a mi casa
-Sí, lo hiciste. Aquella primera noche, cuando te llevé en el
coche a casa, empujaste la puerta y me hiciste una seña con la
cabeza. No tiene que ser una invitación verbal. Si la intención
está ahí, es suficiente. Y la persona que te invita no tiene
porqué ser alguien que viva realmente en la casa. Cualquier
humano sirve.
Elena pensaba.
-¿Qué pasa con una casa flotante?
-Sucede lo mismo. Aunque el agua corriente puede ser una
barrera en sí misma. Para algunos de nosotros es casi
imposible cruzar
Elena tuvo una repentina visión de ella con Meredith y
Bonnie corriendo en dirección al puente de Wickery. Porque
de algún modo ella había sabido que si alcanzaban el otro
lado del río estarían a salvo de lo que fuera que las estaba
persiguiendo.
-Así que ése es el motivo –musitó.
Pero todavía no se explicaba cómo lo había sabido. Era como
si la información hubiese sido colocada en su mente por
alguna fuente externa. Entonces reparó en algo más.
-Tú me llevaste a través del puente. Tú puedes cruzar agua
corriente.
-Eso se debe a que soy débil –lo dijo en tono categórico y sin
la menor emoción-. Es irónico, pero cuanto más fuerte son
tus poderes, más afectado te ves por ciertas limitaciones.
Cuanto más perteneces a la oscuridad, más te atan las normas
de la oscuridad
-¿Qué otras normas hay? –preguntó Elena.
La muchacha empezaba a ver los destellos de un plan. O al
menos la esperanza de un plan. Stefan la miró.
-Sí –dijo; creo que es hora de que lo sepas. Cuanto más
conozcas sobre Damon, más posibilidades tendrás de
protegerte.
¿De protegerse? Tal vez Stefan supiera más de los que ella
pensaba. Pero mientras él hacia girar el coche por una calle
lateral y aparcaba, se limitó a decir:
-De acuerdo. ¿Debería hacer acopio de ajos?
Él lanzó una carcajada.
-Sólo si quieres ser impopular., Hay ciertas plantas, no
obstante, que podrían servirte. Como la verbena. Es una
hierba que se supone que te protege de embrujos, y puede
mantener tu mente clara incluso aunque alguien esté
utilizando Poderes contra ti. La gente acostumbraba a llevarla
alrededor del cuello. A Bonnie le encantaría; era sagrada para
los druidas.
-Verbena –dijo Elena, paladeando la desconocida palabra-.
¿Qué más?
-La luz potente o la luz directa del sol puede resultar muy
dolorosas. Habrás advertido que el clima ha cambiado.
-Lo he notado –dijo Elena tras un instante-. ¿Quieres decir
que es cosa de Damon?
-Es probable. Hace falta un poder enorme pata controlar los
elementos, pero moverse a la luz del día le facilita el poder.
Mientras lo mantenga nublado, ni siquiera necesita
protegerse los ojos.
-Y tampoco tú –indico Elena-. ¡Qué hay de… bueno, cruces y
cosas así?
-No sirven –respondió él-. Excepto si la persona que la
empuña cree realmente que es una protección; entonces
puede reforzar enormemente su voluntad para resistir.
-Esto… ¿Las balas de plata?
Stefan volvió a lanzar una corta carcajada
-Eso es para hombres lobo. Por lo que he oído, no les gusta la
plata bajo ninguna forma. Una estaca de madera atravesando
el corazón sigue siendo el método aprobado para los de mi
clase. Existen otros modos que son más o menos efectivos, de
todos modos: la incineración, la decapitación, clavarnos
clavos en las sientes. O, lo mejor de todo…
-¡Stefan! –La sonrisa amarga y solitaria de su rostro la
consternó-. ¿Qué hay sobre lo de convertirse en animales? –
inquirió-. Antes dijiste que con poder suficiente podías
hacerlo. Si Damon puede ser cualquier animal que quiera,
¿cómo podemos reconocerlo?
-No cualquier animal que quiera. Está limitado a un animal o,
como máximo, a dos. Incluso con sus Poderes no creo que
pudiera mantener más que eso.
-Así que seguimos estando atentos a la presencia de un
cuervo.
-Eso es. También puedes ser capaz de saber si él anda por ahí
observando a animales corrientes. Por lo general no
reaccionan muy bien a nuestra presencia; perciben que somos
cazadores.
-Yangtzé no dejaba de ladrar al cuervo. Era como si supiese
que había algo raro en él –recordó Elena-. Ah… Stefan –
añadió en un tono diferente al ocurrírsele una nueva idea-,
¿Qué hay de los espejos? No recuerdo haberte visto nunca
reflejado en uno.
Por un momento, él no respondió. Luego dijo:
-Según las leyendas, los espejos reflejan el alma de la persona
que se mira en ellos. Por eso la gente primitiva siente miedo
de los espejos: teme que su alma quede atrapada y se la
roben. Se supone que los de mi especie notienen reflejo…
porque no tenemos alma.
Lentamente, alzó la mano hacía el retrovisor y lo ladeó hacia
abajo, ajustándolo de modo que Elena pudiese mirar en él. La
muchacha vio los ojos de Stefan en el plateado cristal,
perdidos, angustiados e infinitamentetristes. No podía hacer
otra cosa más que aferrarse a él, y Elena lo hizo.
-Te quiero –murmuró.
Era el único consuelo que ella podía darle. Era todo lo que
tenían.
Los brazos del muchacho la rodearon con fuerza; su rostro
estaba enterrado en sus cabellos.
-Tú eres el espejo –le susurró él como respuesta.
Fue agradable sentir que se relajaba, que al tensión fluía fuera
de su cuerpo a medida que la calidez y el consuelo fluían a su
interior. También ella se sintió reconfortada, con una
sensación de paz imbuyéndola, rodeándola. Era una
sensación tan buena que olvidó preguntarle qué quería decir
hasta que estuvieron en la puerta principal, despidiéndose.
-¿Yo soy el espejo? –dijo ella entonces, alzando los ojos hacia
él.
-Tú me has robado el alma –respondió él-. Cierra con llave
detrás de ti y no vuelvas a abrirla otra vez esta noche.
Luego se marchó.
-Elena, gracias al cielo –dijo tía Judith y, cuando Elena la
miró sorprendida, añadió-: Bonnie llamó desde la fiesta. Dijo
que te habías ido inesperadamente, y al ver que no regresabas
a casa me preocupé.
-Stefan y yo fuimos a dar una vuelta. –A Elena no le gustó la
expresión del rostro de su tía cuando lo dijo-: ¿Hay algún
problema?
-No, no. Es sólo…
Tía Judith no parecía saber cómo finalizar la frese.
-Elena, me pregunto si no sería una buena idea no… no ver
tanto a Stefan.
Elena se quedó muy quieta.
-¿Tú también?
-No es que crea en los chismorreos –le aseguró ella-. Pero,
por tu propio bien, podría ser mejor distanciarte un poco de
él, para…
-¿Plantarle? ¿Abandonarle porque la gente está esparciendo
rumores sobre él? ¿Mantenerme apartada del alud de barro
por si acaso me mancha?
La cólera fue una liberación bien recibida, y las palabras se
amontonaron en la garganta de Elena, intentando salir todas
a la vez.
-No, realmente no creo que sea una buena idea, tía Judith. Y
si fuera de Robert de quien estuviéramos hablando, tú
tampoco lo creerías. ¡O a lo mejor sí!
-Elena, no permitiré que me hables en ese tono…
-¡De todos modos, ya he terminado! –chilló Elena, y giró a
ciegas hacia la escalera.
Consiguió contener las lágrimas hasta que estuvo en su
propia habitación con la puerta cerrada con llave. Luego se
arrojó sobre la cama y sollozó. Se levantó con esfuerzo un
poco más tarde para telefonear a Bonnie. Bonnie se mostró
vehemente y voluble. ¿A qué diablos se refería Elena con eso
de que si había sucedido algo inusual después de que ella y
Stefan se marcharan? ¡Lo inusual había sido que ellos se
fueran! No, aquel chico nuevo llamado Damon no había dicho
nada sobre Stefan después; se había limitado a andar por allí
un rato y luego desapareció. No, Bonnie no había visto si se
había marchado con alguien. ¿Por qué? ¿Estaba celosa Elena?
Sí, claro que eso lo había dicho en broma. Pero realmente era
guapísimo, ¿verdad? Casi más divino que Stefan, eso
asumiendo que a una le gustaran el cabello y los ojos oscuros.
Desde luego, si a una le gustaban el cabello más claro y los
ojos color avellana…
Elena dedujo inmediatamente que los ojos de Alaric Saltzan
eran color avellana. Finalmente colgó el teléfono, y sólo
entonces recordó la nota que había encontrado en su bolso.
Debería haber preguntado a Bonnie si alguien se había
acercado a su bolso mientras ella estaba en el comedor. Pero,
de todos modos, Bonnie y Meredith también habían estado en
el comedor parte del tiempo. Alguien podría haberlo hecho
entonces. La misma visión del papel violeta le provocó un
regusto metálico en el fondo de la boca, y apenas soportó
contemplarlo. Pero ahora que estaba a solas tenía que
desdoblarlo y leerlo otra vez, esperando que, de algún modo,
esta vez las palabras fueran diferentes, que antes se hubiera
equivocado. Pero no eran diferentes. Las nítidas y bien
trazadas mayúsculas destacaban sobre el pálido fondo como
si tuvieran tres metros de altura.
“Quiero tocarle. Más que a cualquier chico que haya conocido
nunca. Y sé que él también lo quiere, pero se contiene”.
Sus palabras. De su diario. El que le habían robado. Al día
siguiente, Meredith y Bonnie llamaron al timbre.
-Stefan me llamó anoche –indicó Meredith-. Dijo que quería
asegurarse de que no irías andando sola al instituto. Él no irá
al instituto hoy, de modo que me dijo si Bonnie y yo
podíamos pasarnos e ir contigo.
-Escoltarte –dijo Bonnie, que evidentemente estaba de buen
humor. Hacerte de acompañantes. Creo que es terriblemente
encantador por su parte mostrarse tan protector.
-Probablemente sea acuario también –observó Meredith-.
Vamos, Elena, antes de que la mate para que deje de hablar
de Alaric.
Elena anduvo en silencio, preguntándose qué estaría
haciendo Stefan que le impedía ir al instituto. Se sentía
vulnerable y desprotegida ese día, como si tuviera la piel
vuelta del revés. Era uno de esos días en los que era capaz de
echarse a llorar en cualquier momento.
En el tablero de los comunicados había clavado con una
chincheta otro pedazo de papel violeta. Debería haberlo
sabido. En realidad lo había sabido en algún lugar muy dentro
de ella. El ladrón no estaba satisfecho con hacer saber que sus
palabras íntimas se habían leído: le mostraba que podían
hacerse públicas. Arrancó la nota del tablero y la arrugó, pero
no antes de alcanzar a ver las palabras. Con una ojeada
quedaron grabadas en su cerebro.
“Me da la impresión de que alguien le ha herido terriblemente
en el pasado y que no lo ha superado. Pero también pienso
que hay algo a lo que teme, algún secreto que no desea que yo
descubra”.
-Elena, ¿qué es eso? ¿Qué sucede? ¡Elena, regresa aquí!
Bonnie y Meredith la siguieron al servicio de las chicas más
próximo, donde ella se inclinó sobre la papelera cortando la
notas en pedazos microscópicos, mientras respiraba igual que
si hubiera hecho una carrera. Se miraron la una a la otra y
luego se volvieron para inspeccionar los compartimientos del
lavabo.
-Muy bien –anunció Meredith en voz alta- privilegio de las
alumnas mayores. ¡Tú!- -Golpeó con los nudillos la única
puerta cerrada-. Sal.
Se escuchó ruido de ropa, luego una novata de aspecto
perplejo hizo su aparición.
-Pero si ni siquiera…
-Fuera. Sal fuera –ordenó Bonnie-. Y tú –le dijo a la
muchacha que se estaba lavando las manos-, quédate fuera y
asegúrate de que nadie entra.
-Pero ¿por qué? ¿Qué vais…?
-Muévete, jovencita. Si alguien cruza esa puerta, te haremos
responsable a ti.
Cuando la puerta volvió a cerrarse, se volvieron hacia Elena.
-Muy bien, esto es un atraco –dijo Meredith-. Vamos, Elena,
suelta.
Elena rompió el último fragmento diminuto, atrapada entre la
risa y las lágrimas. Quería contárselo todo, pero no podía. Se
conformó con contarles lo del diario.
Se mostraron tan furiosas y tan indignadas como ella.
-Tuvo que ser alguien de la fiesta –dijo Meredith por fin, una
vez que hubieron expresado su opinión sobre el carácter, la
catadura moral del ladrón y el probable destino de éste en el
otro mundo-. Pero cualquiera de los que estaban allí podría
haberlo hecho. No recuerdo que nadie en particular se
acercara a tu bolso, pero aquella habitación estaba llena de
gente de un extremo al otro, y podría haber sucedido sin que
lo advirtiera.
-Pero ¿por qué querría nadie hacer esto? –Intervino Bonnie-.
A menos… Elena, la noche que encontraste a Stefan
mencionaste algunas cosas. Dijiste que creías saber quién era
el asesino.
-No creo que lo sé, lo sé. Pero si os preguntáis si esto podría
tener relación, no estoy segura. Supongo que podría tenerla.
La misma persona podría haberlo hecho.
Bonnie estaba horrorizada.
-¡Pero eso significa que el asesino es un alumno de este
instituto! –Elena negó con la cabeza, y siguió-; las únicas
personas de la fiesta que no eran alumnos fueron aquel chico
nuevo y Alaric –Su expresión cambió-. ¡Alaric no mató al
señor Tanner! Ni siquiera estaba en Fell’s Church entonces.
-Lo sé. Alaric no lo hizo. –Había ido demasiado lejos para
detenerse en aquel punto; Bonnie y Meredith sabían
demasiadas cosas ya-. Damon lo hizo.
-¿Ese chico es el asesino? ¿El chico que me besó?
-Bonnie, tranquilízate. –Como siempre, la histeria de otras
personas hacía que Elena sintiera más dominio de sí misma-.
Sí, él es el asesino, y las tres tenemos que estar en guardia
contra él. Por eso os lo cuento. Nunca, nunca le invitéis a
entrar en vuestra casa.
Calló, contemplando los rostros de sus amigas. La miraban
fijamente, y por un momento tuvo la desagradable impresión
de que no la creían, de que iban a poner en duda su cordura.
Pero todo lo que Meredith preguntó, con una voz uniforme y
objetiva, fue:
-¿Estás segura de ello?
-Sí; estoy segura. Es el asesino y quien echó a Stefan al pozo, y
podría ir tras una de nosotras a continuación. Y no sé si existe
algún modo de detenerle.
-Bien, pues –siguió Meredith, enarcando las cejas-, no me
extraña que Stefan y tú tuvieseis tanta prisa por abandonar la
fiesta.
Caroline le dedicó a Elena una maliciosa sonrisita de
suficiencia cuando ésta entró en el comedor. Pero Elena casi
ni lo advirtió. Una cosa sí advirtió en seguida, no obstante:
Vickie Bennett estaba allí. Vickie no había ido al instituto
desde la noche en que Matt, Bonnie y Meredith la habían
encontrado vagando por la carretera, delirando sobre la
niebla y ojos y algo terrible en el cementerio. Los médicos que
la examinaron a continuación dijeron que no le pasaba nada
especial físicamente, pero todavía no había regresado al
Robert E. Lee, y la gente murmuraba sobre psicólogos y los
tratamientos con fármacos que éstos probaban.
De todos modos, no parecía loca, se dijo Elena. Tenía un
aspecto pálido y apagado y como si estuviera encogida dentro
de sus ropas. Y cuando Elena pasó por su lado y ella alzó la
vista, sus ojos eran como los de un cervatillo asustado.
Resultó extraño sentarse a una mesa medio vacía con sólo
Bonnie y Meredith por compañía. Por lo general la gente se
agolpaba para conseguir asientos alrededor de las tres.
-No acabamos de charlar esta mañana –dijo Meredith-. Coge
algo de comer, y luego ya pensaremos qué hacer sobre esas
notas.
-No tengo hambre –respondió Elena con tono cansino-. ¿Y
qué podemos hacer? Si es Damon, no hay modo de que
podamos detenerle. Confiad en mí, no es asunto para la
policía. Por eso no les he dicho que es el asesino. No hay
ninguna prueba, y además, ellos nunca… Bonnie, no estás
escuchando.
-Lo siento -dijo ésta, que miraba más allá de la oreja izquierda
de Elena-,pero algo raro está sucediendo ahí atrás.
Elena volvió la cabeza Vickie Bennett estaba de pie en la parte
delantera del comedor, pero ya no parecía encogida y
apagada. Paseaba la mirada por la habitación de un modo
astuto y evaluativo, sonriendo.
-Bueno, no parece normal, pero yo no diría que se esté
portando de un modo raro, exactamente –dijo Meredith, pero
luego añadió-: Esperad un minuto.
Vickie se estaba desabrochando la rebeca. Pero lo raro era el
modo en que lo hacía, con deliberados movimientos veloces
de los dedos, sin dejar de mirar en ningún momento a su
alrededor con aquella sonrisa reservada. Cuando el último
botón quedó desabrochado, se quitó el suéter con delicadeza
entre índice y pulgar y lo deslizó hacia abajo, primero por un
brazo y luego por el otro. Dejó caer la prenda al suelo.
-Raro es la palabra –confirmó Meredith.
Alumnos que cruzaban frente a Vickie con bandejas llenas le
echaban ojeadas curiosas y luego miraban por encima del
hombro una vez que habían pasado. Pero no dejaron de andar
hasta que ella se quitó los zapatos. Lo hizo con elegancia,
atrapando el tacón de un zapato de salón con la punta del otro
y empujándolo fuera del pie. Luego se quitó el segundo zapato
con una ligera patadita.
-No puede seguir adelante –murmuró Bonnie, mientras los
dedos de Vickie iban hacia los botones en forma de perlas de
su blusa blanca de seda. Las cabezas se volvían hacia ella; la
gente se daba golpecitos entre sí y gesticulaba. Alrededor de
Vickie se había reunido un pequeño grupo que permanecía
bastante retirado para no interferir en el campo visual de los
demás.
La blusa de seda blanca se desprendió con una ondulación,
aleteando como un fantasma herido hasta el suelo. Vickie
llevaba un sujetador de encaje color hueso debajo. Ya no se
oía el menor sonido en el comedor aparte del siseo de los
susurros. Nadie comía. El grupo que rodeaba a Vickie había
aumentado de tamaño. Vickie sonrió recatadamente y
empezó a soltar los cierres de su cintura. La falda plisada cayó
al suelo. Pasó por encima de ella y la empujo a un lado con el
pie. Alguien se puso en pie en el fondo del comedor y
canturreó:
-¡Quítatelo! ¡!Quítatelo!
Otras veces se le unieron.
-¿Es que nadie va a detenerla? –resoplo Bonnie.
Elena se puso en pie. La última vez que se había acercado a
Vickie, la otra muchacha había chillado y le había pegado.
Pero en aquel momento, cuando ella se acercó, Vickie le
dedicó la sonrisa de una conspiradora. Sus labios se
movieron, pero Elena no consiguió descifrar qué decía en
medio de los cánticos.
-Vamos, Vickie. Marchémonos –dijo.
Los cabellos color castaño claro de la muchacha se agitaron
hacía atrás y ella tiró el tirante del sujetador.
Elena se inclinó para recoger la rebeca y colocarla sobre los
delgados hombros de la muchacha. Al hacerlo, al tocar a
Vickie, aquellos ojos entrecerrados se abrieron de par en par,
otra vez como los de un cervatillo asustado. Vickie miró a su
alrededor con ojos desorbitados, como si acabara de
despertarla de un sueño. Bajó los ojos para mirarse y su
expresión se convirtió en una incredulidad. Envolviéndose
aún más en la rebeca, retrocedió, tiritando. El comedor volvía
a estar en silencio.
-Todo está bien –dijo Elena con tono tranquilizador-. Vamos.

Al sonido de su voz, Vickie dio un brinco como si la hubiesen
tocado con cable eléctrico, luego miró fijamente a Elena y
entonces entró en acción como un estallido.
-¡Tú eres uno de ellos! ¡Te vi! ¡Eres malvada!
Se dio la vuelta y huyó descalza del comedor, dejando a Elena
atónita.

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