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para todos aquellos fanaticos de las historias de ficcion y los vampiros en este blog publicare los libros de la exitosa saga que a arrasado por EEUU cronicas vampiricas (de la serie vampires diarie)...


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martes, 19 de enero de 2010

CONFLICTO-- CRONICAS VAMPIRICAS-- CAPITULO 6

Stefan estaba sentado en la sala de estar de los Gilbert,
asintiendo educadamente a cualquier cosa que dijera tía
Judith. La mujer se sentía incómoda teniéndole allí; no hacía
falta saber leer la mente para darse cuenta de ello. Pero lo
intentaba y, por tanto, Stefan también lo intentaba. Quería
que Elena fuera feliz.
Elena. Incluso cuando no la miraba, era consciente de ella
más que de cualquier otra cosa en la habitación. Su presencia
llena de vida golpeaba sobre su piel igual que la luz del sol
sobre unos párpados cerrados. Cuando finalmente se
permitió volverse de cara a ella, significó una dulce impresión
para todos sus sentidos.
La amaba tanto…Ya nunca la veía como si fuera Katherine;
casi había olvidado lo mucho que se parecía a la joven
muerta. En cualquier caso, existían muchas diferencias. Elena
tenía el mismo pelo dorado y la misma tez cremosa, las
mismas facciones delicadas que Katherine, pero ahí finalizaba
el parecido. Sus ojos, que parecían de color violeta a la luz de
la chimenea justo en aquel momento, pero que normalmente
eran de un azul tan oscuro como el lapisázuli, no eran ni
tímidos ni infantiles como habían sido los de Katherine. Por
el contrario, eran ventanas a su alma, que brillaba como una
llama impaciente tras ellos. Elena era Elena, y su imagen
había reemplazado al tierno fantasma de Katherine en su
corazón.
Pero la propia fuerza de la joven convertía el amor de ambos
en peligroso. Él no había sido capaz de resistirse a ella la
semana anterior, cuando le había ofrecido su sangre. De
acuerdo, podría haber muerto sin ella, pero había sido
demasiado pronto para la seguridad de la propia Elena. Por
centésima vez, sus ojos recorrieron el rostro de Elena,
buscando las reveladoras señales del cambio. ¿Estaba un poco
más pálida aquella piel cremosa? ¿Era su expresión
ligeramente más distante? Tendrían que tener más cuidado a
partir de ahora. Él tendría que tener más cuidado. Asegurar
de tomar alimento a menudo, de satisfacerse con animales,
para así no verse tentado. No permitir jamás que la necesidad
fuera demasiado fuerte. Ahora que lo pensaba, estaba
hambriento en esos momentos. El dolor seco, el ardor, se
extendía por su mandíbula superior, murmurando a través de
sus venas y capilares. Debería estar fuera, en los bosques –
con los sentidos alerta para captar el más leve chasquido de
ramitas secas, los músculos preparados para la persecución–,
no aquí junto a una chimenea contemplando la tracería de
pálidas venas azules en la garganta de Elena.
La delgada garganta giró cuando Elena le miró.
–¿Quieres ir a esa fiesta esta noche? Podemos coger el coche
de tía Judith–dijo ella.
–Pero debería quedarte a cenar primero –dijo en seguida tía
Judith.
–Podemos coger algo por el camino.
Elena se refería a que podían coger algo para ella, se dijo
Stefan. Él por su parte, podía masticar y tragar comida
corriente si tenía que hacerlo, aunque no le servía de nada, y
hacía mucho tiempo que había perdido todo sabor para él.
No, sus… apetitos… eran más particulares en la actualidad,
pensó. Y si iban a aquella fiesta, significaría que pasarían
horas antes de que pudiera alimentarse. Pero dedicó un
asentimiento de cabeza a Elena.
–Si tú quieres ir–dijo.
Ella quería ir; estaba empeñada en ello. Él se había dado
cuenta desde el principio.
–De acuerdo, entonces. Será mejor que me cambie.
La siguió hasta el pie de las escaleras.
–Ponte algo con cuello alto. Un suéter– le dijo con una voz
suficientemente baja para que nadie más le oyera.
Ella echó una ojeada a través de la entrada, a la vacía sala de
estar, y dijo.
–No pasa nada. Casi han cicatrizado ya. ¿Ves?
Tiró hacía debajo de su cuello de encaje, torciendo la cabeza a
un lado. Stefan contempló fijamente, hipnotizado, las dos
marcas redondas sobre la tersa piel. Eran de un color burdeos
muy claro y translúcido, igual que vino muy aguado. Apretó
los dientes y obligó a los ojos a dirigirse hacia abajo. Mirarlas
mucho más tiempo le volvería loco.
–No era eso a lo que refería –dijo él con brusquedad.
El brillante velo de los cabellos de Elena volvió a caer sobre
las marcas, ocultándolas.
–Ah.
–¡Entrad!
Mientras lo hacían, pasando al interior de la habitación, las
conversaciones se detuvieron. Elena miró los rostros vueltos
hacia ellos, los ojos curiosos y furtivos y las expresiones
cautelosas. No era la clase de miradas que estaba
acostumbrada a recibir cuando efectuaba una entrada.
Fue otro estudiante quien les había abierto la puerta; a Alaric
Saltzman no se le veía por ninguna parte. Pero Caroline sí
estaba, sentada en un taburete alto que permitía que sus
piernas lucieran al máximo. La muchacha dedicó a Elena una
mirada burlona y luego hizo algún comentario a un muchacho
que tenía al lado. Éste rió.
Elena pudo sentir cómo su sonrisa se tornaba dolorosa, a la
vez que el rubor ascendía hacía su rostro. Entonces, una voz
familiar llegó hasta ella.
– ¡Elena, Stefan! Venid aquí.
Agradecida, descubrió a Bonnie sentada con Meredith y Ed
Goff en un confidente en la esquina. Stefan y ella se instalaron
en una enorme otomana colocada frente a ellos, y la joven oyó
cómo las conversaciones volvían a reanudarse por toda la
habitación.
Por tácito acuerdo, nadie mencionó la violenta atmósfera
creada por la llegada de Elena y Stefan. Elena estaba decidida
a fingir que todo era como de costumbre. Y Bonnie y
Meredith la respaldaban.
–Tienes un aspecto espléndido –dijo Bonnie en tono
afectuoso–. Me encanta ese suéter rojo.

–Realmente estás guapa. ¿Verdad que sí, Ed? –comentó
Meredith, y Ed, con una expresión vagamente sobresaltada,
estuvo de acuerdo.
–Así que también invitaron a tu clase– dijo Elena a
Meredith–. Pensé que a lo mejor sólo era para los de séptima
hora.
–No sé si invitado es la palabra –respondió ella con frialdad–.
Considerando que la participación es la mitad de nuestra
nota…
– ¿Crees que lo dijo en serio? No podía decirlo en serio –
intervino Ed.
–A mi me sonó enserio –dijo Elena, encogiéndose de
hombros–. ¿Dónde está Ray? –preguntó Bonnie.
– ¿Ray? Ah, Ray. No lo sé, por ahí, en alguna parte, supongo.
Hay una barbaridad de gente aquí.
Era cierto. La sala de estar de los Ramsey estaba atestada y,
por lo que Elena podía ver, la multitud se desparramaba por
el interior del comedor, el salón de la entrada y,
probablemente, también la cocina. Los codos no dejaban de
rozar los cabellos de Elena mientras la gente circulaba por
detrás de ella.
–¿Qué quería de ti Saltzman después de la clase? –
preguntaba en aquel momento Stefan.
–Alaric – le corrigió Bonnie en tono remilgado–. Quiere que
le llamemos Alaric. Ah, simplemente quería mostrar ser
amable. Se sentía fatal por haberme hecho revivir una
experiencia tan angustiosa. No sabía exactamente cómo había
muerto el señor Tanner, y no se había dado cuenta de que yo
fuera tan sensible. Desde luego, él es increíblemente sensible
también, de modo que lo entiende perfectamente. Es acuario.
–Con una luna acompañaba de frases para ligar –dijo
Meredith por lo bajo–. Bonnie, no crees esa basura, ¿Verdad?
Es un profesor; no debería probar eso con los alumnos.
– ¡No estaba probando nada! Dijo exactamente lo mismo a
Tyler y a Sue Carson. Dijo que debíamos formar un grupo de
apoyo entre nosotros o escribir una redacción sobre esa noche
para sacar nuestros sentimientos fuera. Dijo que los
adolescentes son todos muy impresionables y no quería que la
tragedia tuviera un impacto duradero en nuestras vidas.
–Dios mío –dijo Ed, y Stefan convirtió una carcajada en una
tos. De todos modos, no le parecía divertido, y su pregunta a
Bonnie no había sido simple curiosidad ociosa. Elena se dio
cuenta; lo percibía emanando de él. Stefan sentía respecto a
Alaric Saltzman lo mismo que la mayoría de las personas de
aquella habitación sentían respecto a Stefan: cautela y recelo.
–Realmente resultó extraño que actuara en nuestra clase
como si lo de la fiesta fuera una idea espontánea –dijo ella,
respondiendo inconscientemente a las palabras no
pronunciadas por Stefan– cuando evidentemente había sido
planeada.
–Lo que es aún más extraño es la idea de que el instituto
contrate a un profesor sin contarle cómo murió el profesor
anterior –comentó Stefan–.Todo el mundo habla sobre ello;
tiene que haber salido en los periódicos.
–Pero no todos los detalles –replicó Bonnie con firmeza–. De
hecho, hay cosas que la policía todavía no ha comunicado
porque creen que podría ayudarles a coger al asesino. Por
ejemplo… –bajó la voz– ¿Sabéis qué dijo Mary? El doctor
Feinberg estuvo hablando con el tipo que hizo la autopsia, el
forense. Y dijo que no quedaba nada de sangre en el cuerpo.
Ni una gota.
Elena sintió como si un viento helado la atravesara, como si
volviera a estar de pie en el cementerio. No fue capaz de decir
nada, pero Ed preguntó:
–¿ A dónde fue a parar?
– Bien, pues por todo el suelo, supongo –repuso Bonnie con
tranquilidad–.Por todo el altar y todo eso. Eso es lo que la
policía está investigando ahora. Pero es insólito que a un
cadáver no le quede nada de sangre; por lo general, un poco
queda en la parte inferior del cuerpo. Lividez post mórtem, lo
llaman. Tiene el aspecto de grandes contusiones moradas.
¿Qué sucede?
–Tu increíble sensibilidad me ha dado ganas de vomitar –dijo
Meredith con voz ahogada–. ¿Es mucho pedir que hablemos
de cualquier otra cosa?
–No fuiste tú la que estaba cubierta de sangre –empezó a
decir Bonnie, pero Stefan la interrumpió.
–¿Han llegado a alguna conclusión los investigadores a partir
de lo que han averiguado? ¿Están más cerca de encontrar al
asesino?
–No lo sé –dijo Bonnie, y entonces su rostro se iluminó–. Por
cierto Elena, tú dijiste que sabías…
–Calla, Bonnie –dijo Elena, desesperada.
Si realmente había algún lugar donde no debía discutir
aquello era en una habitación atestada, rodeados de gente que
odiaba a Stefan. Los ojos de Bonnie se abrieron de par en par,
y luego asintió, tranquilizándose. Elena no consiguió
relajarse, no obstante. Stefan no había matado al señor
Tanner, y sin embargo las mismas pruebas que conducirían a
Damon podían fácilmente conducir a él. Y conducirían a
Damon podían fácilmente conducir a él. Y conducirían a él,
porque nadie excepto ella y Stefan conocía la existencia de
Damon. Él estaba ahí fuera, en alguna parte, en la oscuridad.
Aguardando a su siguiente víctima. Quizá esperando a
Stefan… o a ella misma.
–Tengo calor –declaró bruscamente–. Creo que iré a ver qué
clase de refrigerio nos ha preparado Alaric.
Stefan quiso levantarse, pero Elena le indicó con un gesto que
siguiera sentado. A él no le servirían de nada las patatas fritas
y el ponche. Y quería estar sola durante unos cuantos
minutos, moverse en lugar de estar sentada, para calmarse.
Estar con Meredith y Bonnie le había proporcionado una falsa
sensación de seguridad. Al dejarlas, volvió a verse enfrentada
a miradas de soslayo y espaldas que se giraban
repentinamente. En esta ocasión eso la enojó. Atravesó la
habitación con deliberada insolencia, reteniendo cada mirada
que captaba accidentalmente. “Puesto que ya tengo mala
fama –pensó–,también puedo mostrarme insolente”.
Estaba hambrienta. En el comedor de los Ramsey alguien
había dispuesto una gran variedad de cosas para picar que
parecían sorprendentemente buenas. Elena tomó un plato de
papel y depositó unas cuantas varitas de zanahoria en él, sin
prestar la menor atención a la gente que rodeaba a la
descolorida mesa de roble. No iba a hablar con ninguno de
ellos, a menos que ellos hablaran primero. Dedicó toda su
atención a la comida, inclinándose por delante de la gente
para seleccionar cuñas de queso y galletitas saladas,
alargando el brazo ante ellos para arrancar uvas, mirando
ostentosamente a un lado y a otro de toda la selección para
ver si había algo que había pasado por alto.
Había conseguido captar la atención de todo el mundo, algo
que supo sin alzar los ojos. Mordió con delicadeza el extremo
de un bastoncito de pan, sosteniéndolo ente los dientes como
un lápiz, y se alejó de la mesa.
–¿Te importa si doy un mordisco?
La impresión le hizo abrir los ojos de par en par y le heló la
respiración. Su mente se ofuscó, negándose a reconocer lo
que sucedía y dejándola impotente, vulnerable, ante ello. Pero
si bien el pensamiento racional había desaparecido, sus
sentidos siguieron registrando sin piedad: ojos oscuros
dominando su campo visual, una vaharada de alguna clase de
colonia en los orificios nasales, dos dedos largos ladeándole la
barbilla hacia arriba. Damon se inclinó al frente y, con
pulcritud y precisión, mordió el otro extremo del bastoncito.
En ese momento, los labios de ambos estuvieron sólo a
centímetros de distancias. Él se inclinaba ya para un segundo
mordisco antes de que los sentidos de la joven revivieran lo
suficiente para lanzarla hacia atrás a la vez que su mano
agarraba el pedazo de pan crujiente y lo arrojaba lejos. Él lo
atrapó al vuelo, en una virtuosa exhibición de reflejos. Sus
ojos seguían fijos en los de ella. Elena consiguió respirar por
fin y abrió la boca, no estaba segura de para qué. Para chillar,
probablemente.
Para advertir a toda aquella gente que huyera en la noche. El
corazón le latía igual que un martillo pilón, su visión se tornó
borrosa.
–Tranquila, tranquila.
Le quitó de la mano el plato y luego de algún modo se hizo
con su muñeca. La sostenía levemente, del modo en que Mary
había tomado el pulso de Stefan. Mientras ella seguía
mirándole fijamente y jadeando, él acarició la muñeca con el
pulgar, como si la consolara.
–Tranquila. Todo va bien.
“¿Qué haces aquí?”, pensó ella. La escena a su alrededor le
parecía espectralmente luminosa y antinatural. Era como una
de aquellas pesadillas en las que todo es corriente, igual que
en la vida real; y entonces de improviso sucede algo grotesco.
Él los iba a matar a todos.
–¿Elena, te encuentras bien? –Sue Carson le hablaba,
sujetándole el hombro.
–Creo que se ha atragantado con algo –dijo Damon, soltando
la muñeca de Elena–. Pero se encuentra bien ahora. ¿Por qué
no nos presentas?
Él los iba a matar a todos…
–Elena; éste es Damon, um…
Sue extendió una mano pidiendo disculpas, y Damon finalizó
por ella
–Smith. –Alzó un vaso de papel en dirección a Elena–. La
vita.
–¿Qué haces aquí? –murmuró ella
–Es un estudiante universitario –informó Sue cuando resultó
evidente que Damon no iba a responder–. De… la universidad
de Virginia, ¿Verdad? ¿William y Mary?
–Entro otros lugares–dijo Damon, mirando todavía a Elena;
no había mirado a Sue ni una sola vez–. Me gusta viajar.
El mundo había vuelto violentamente a su lugar alrededor de
Elena, pero era un mundo espeluznante. Había personas a
cada lado, contemplando aquel intercambio de palabras con
fascinación, impidiéndole hablar con libertad. Pero también
la mantenía a salvo. Por el motivo que fuera, Damon llevaba a
cabo un juego, fingiendo ser uno de ellos. Y mientras tenía
lugar la mascarada, no le haría anda a ella delante de una
multitud… eso esperaba.
Un juego. Pero él inventaba las reglas. Estaba allí de pie en el
comedor de los Ramsey jugando con ella.
–Ha venido aquí sólo por unos pocos días –seguía diciendo
amablemente Sue–. Visita a unos amigos, ¿O dijiste
parientes?
–Sí– dijo Damon.
–Tienes suerte de poder tomarte días libres siempre que
quieras– repuso Elena.
No sabía que se estaba apoderando de ella, para hacerla
intentar desenmascararle.
–La suerte tiene muy poco que ver con ello –dijo Damon–.
¿Te gusta bailar?
–¿Cuál es tu especialidad?.

Él le sonrió
–Folclore americano. ¿Sabía, por ejemplo, que un lunar en el
cuello significa que serás acaudalada? ¿Te importa si lo
comprueb2o?
–A mí sí me importa
La voz surgió de detrás de Elena. Era clara, fría y calmada.
Elena había oído a Stefan hablar con aquel tono sólo una vez:
cuando había encontrado a Tyler intentando agredirla
sexualmente en el cementerio. Los dedos de Damon se
quedaron quietos sobre su garganta y, liberada de su hechizo,
la muchacha retrocedió.
–Pero ¿Importas tú? –dijo.
Los dos se miraron mutuamente bajo el tenue parpadeo de la
luz amarilla del candelabro de latón. Elena fue consciente de
las diversas capas de sus propios pensamientos, como un
milhojas helado. “Todo el mundo está mirando atónito; esto
debe de ser mejor que las películas… No había reparado en
que Stefan es más alto… Ahí están Bonnie y Meredith
preguntándose qué está pasando… Stefan está enojado pero
todavía está débil, dolorido aún… Si enfrenta Damon ahora,
perderá…”
Y ante todas aquellas personas. Sus pensamientos se
detuvieron en seco con un traqueteo cuando todo encajó a la
perfección. Por eso estaba Damon allí, para hacer que Stefan
le atacara, al parecer sin provocación. Pasara lo que pasara
después de eso, él ganaba. Si Stefan lo echaba, sería
simplemente una prueba más de la “tendencia de Stefan a la
violencia”. Una prueba más para los que acusaban a Stefan. Y
si Stefan perdía la pelea… “Significaría su vida”, se dijo Elena.
“Ah, Stefan, él es mucho más fuerte ahora; por favor, no lo
hagas. No le hagas el juego. Lo que quiere es matarte; sólo
busca una oportunidad”.
Obligó a sus extremidades a moverse, aunque estaban rígidas
y torpes como las de una marioneta.
–Stefan –dijo tomando su mano fría en las de ella–, vamos a
casa.
Pudo sentir la tensión en el cuerpo del muchacho, como una
corriente eléctrica circulando bajo su piel. En aquel momento
estaba totalmente concentrado en Damon, y la luz de sus ojos
era como fuego reflejándose en la hoja de una daga. No le
reconocía en aquel estado de ánimo, no le conocía. Le
asustaba.
–Stefan –dijo, llamándole como si estuviera perdida en la
niebla y no pudiera encontrarle–. Stefan, por favor.
Y lenta, lentamente, sintió que él respondía. Sintió que Stefan
respiraba y notó cómo su cuerpo dejaba de estar alerta,
pasado a otro nivel de energía más bajo. La mortífera
concentración de su mente se vio distraída y la miró, y la vio.
–De acuerdo –dijo una voz baja, mirándola a los ojos–.
Vamos.
Elena mantuvo las manos sobre él mientras daban la vuelta,
una sujetando su mano, la otra rodeando su brazo. Mediante
pura fuerza de voluntad, consiguió no mirar por encima del
hombro mientras se alejaban, pero la piel de su espalda
hormigueó y se erizó como si esperara una puñalada. En su
lugar, oyó la voz queda e irónica de Damon:
–¿Y has oído decir que besar a una pelirroja cura los herpes
labiales?
Y a continuación la escandalosa carcajada complacida de
Bonnie. En su camino hacia la puerta, finalmente tropezaron
con su anfitrión.
–¿Os vais tan pronto? –dijo Alaric–. Pero si no he tenido
siquiera una oportunidad de hablar con vosotros aún.
Parecia a la vez ansioso y lleno de reproche, como un perro
que sabe perfectamente que no van a sacarlo a pasear pero
menea la cola de todos modos. Elena sintio que la
preocupación, florecia en su estomago por él y por todas las
otras personas que habia en la casa. Stefan y ella los estaban
dejando en manos de Damon. Tendría simplemente que
esperar a que su anterior evaluacion fuera correcta y el
quisiera proseguir con la mascarada. De momento ya tenia
suficiente que hacer sacando a Stefan de alli antes de que este
cambiara de idea.
- No me siento muy bien - dijo mientras recogia su bolso del
lugar donde descansaba sobre la otomana- lo siento.
Aumento la presion en el brazo de Stefan. En aquellos
momentos hacía falta muy poco para conseguir que este diera
la vuelta y marchara hacia el comedor.
- lo siento- dijo Alaric - adios.
Ya estaban en el umbral cuando ella vio el pedazo de papel
violeta metido en el bolsillo lateral de su bolso. lo saco de un
tiron y lo desdoblo casi automaticamente, con la mente
puesta en otras cosas.
Habia algo escrito en él, con letra clara, energica y
desconocida. Solo tres lineas. las leyo y sintio que el mundo se
tambaleaba. Aquello era demasiado; ya no podia verselas con
nada mas.
- ¿Qué es? - pregunto Stefan.
- Nada
Introdujo de nuevo el papel en el bolsillo lateral, empujandolo
con los dedos.
- No es nada, Stefan. salgamos.
Salieron a una lluvia torrencial.

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