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lunes, 18 de enero de 2010

CONFLICTO-- CRONICAS VAMPIRICAS-- CAPITULO 2

Un crepúsculo anormal flotaba sobre el abandonado
cementerio. La nieve empañaba los ojos de Elena, y el viento
entumecía su cuerpo como si hubiera penetrado en una
corriente de agua helada. Sin embargo, obstinadamente, no
giró hacia el cementerio moderno y la carretera que había
más allá. Por lo que podía juzgar, el puente Wickery estaba
justo frente a ella. Se encaminó hacia allí.
La policía había encontrado el coche abandonado de Stefan
junto a la carretera de üld Creek, y eso significaba que él lo
había abandonado en algún lugar entre Drowning Creek y el
bosque. Elena dio un traspié en el camino cubierto de maleza
que cruzaba el cementerio, pero siguió avanzando, la cabeza
gacha, los brazos abrazando el fino suéter contra el cuerpo.
Había conocido aquel cementerio toda su vida, y podia
orientarse a ciegas por él.
Cuando por fin cruzó el puente, sus escalofríos se habían
vuelto dolorosos. Ya no nevaba con tanta fuerza, pero el
viento era aún peor. Le atravesaba las ropas como si fueran de
papel de seda y la dejaba sin aliento.
«Stefan», pensó, y penetró en la carretera de üld Creek,
avanzando penosamente en dirección norte. No creía lo que
Damon había dicho. Si Stefan estuviera muerto, ella lo sabría.
Estaba vivo, en alguna parte, y tenía que encontrarle. Podía
estar en cualquier parte en aquella blancura arremolinada;
podía estar herido, congelándose. Intuyó vagamente que
había dejado de mostrarse racional, pues todos sus
pensamientos se habían reducido a una sola idea. Stefan.
Encontrar a Stefan.
Cada vez resultaba más difícil mantenerse en la carretera. A
su derecha había robles, a la izquierda, las rápidas aguas de
Drowning Creek. Se tambaleó y aminoró el paso. El viento ya
no parecía tan terrible, pero lo cierto era que se sentía muy
cansada. Necesitaba sentarse y descansar, sólo un minuto.
Mientras se dejaba caer junto a la carretera, comprendió de
improviso lo estúpida que había sido al salir en busca de
Stefan. Stefan vendría a ella. Todo lo que tenía que hacer era
sentarse allí y esperar. Probablemente él ya estaba en camino.
Cerró los ojos y apoyó la cabeza en las rodillas dobladas
hacia arriba. Sentía más calor ahora. Su mente vagó y vio a
Stefan, le vio someírle; los brazos del muchacho a su
alrededor eran fuertes y firmes, y se relajó contra él, contenta
de poder liberarse del miedo y la tensión. Estaba en casa.
Estaba en ellugar al que pertenecía. Stefan no permitiría que
nada le hiciera daño.
Pero entonces, en lugar de abrazarla, Stefan la zarandeaba.
Destrozaba la hermosa serenidad de su descanso. Vio su
rostro, pálido y apremiante, sus ojos verdes oscurecidos por el
dolor. Intentó decirle que se estuviera quieto, pero él no
quería escuchar. «Elena, levanta», decía, y ella sintió la
persuasiva fuerza de aquellos ojos verdes deseando que lo
hiciera. «Elena, levántate ahora...»
-¡Elena, levántate! -La voz era aguda, fina y asustada-
¡Vamos, Elena! ¡Levántate! ¡No podemos cargar contigo'
Guiñando los ojos, Elena consiguió enfocar un rostro. Era
menudo y tenía forma de corazón, con una tez blanca, casi
translúcida, enmarcada por masas de suaves rizos rojos. Unos
ojos marrones muy abiertos, con copos de nieve atrapados en
las pestañas, estaban clavados con preocupación en los suyos.
-Bonnie -dijo despacio-. ¿Qué haces aquí?
-Ayudarme a buscarte -dijo una segunda voz, más baja, al
otro lado de Elena. Ésta volvió ligeramente la cabeza y se
encontró con unas cejas elegantemente enarcadas y una tez
aceitunada. Los ojos os:uros de Meredith, por lo general tan
irónicos, parecían preocupados también.
-Ponte en pie, Elena, a menos que quieras convertirte en a
auténtica princesa de hielo.
La nieve la cubría por completo como un abrigo de piel
blanca. Con movimientos rígidos, Elena se puso en pie,
recostándose pesadamente en las otras dos muchachas, y
éstas la condujeron de vuelta al coche de Meredith.
Debería haber hecho más calor en el interior del coche, pero
las terminaciones nerviosas de Elena empezaban a volver a la
vida, provocando que se estremeciera, indicándole lo helada
que realmente estaba. “El invierno es una estación
implacable”, pensó mientras Meredith conducía.
-¿Qué sucede, Elena? -inquirió Bonnie desde el asiento
trasero-. ¿Qué hacías, huyendo del instituto de ese modo? ¿Y
cómo fuiste capaz de venir a este lugar? .
Elena vaciló, luego negó con la cabeza. Nada deseaba más
contárselo todo a Bonnie y a Meredith. Contarles toda la
aterradadora historia sobre Stefan y Damon y lo que le había
ocurrido realmente la noche anterior al señor Tanner... y lo
sucedido después. Pero no podía. Incluso aunque ellas
pudieran creerla, no tenía derecho a contar aquel secreto.
-Todo el mundo ha salido en tu busca -dijo Meredith-.
Todo el instituto está trastornado, y tu tía estaba casi
frenética.
-Lo siento -respondió Elena en tono apagado, intentando
detener sus violentos escalofríos.
Giraron en la calle Maple y pararon ante su casa.
Tía Judith aguardaba dentro con mantas calientes.
-Sabía que si te encontraban, estarías medio congelada -dijo
con un tono de voz resueltamente jovial mientras alargaba los
brazos hacia Elena-. ¡Nevar el día después de Halloween! Casi
no puedo creerlo. ¿Dónde la encontrasteis, chicas?
-En la carretera de Old Creek, pasado el puente -respondió
Meredith.
El delgado rostro de tía Judith perdió su color.
-¿Cerca del cementerio? ¿Dónde tuvieron lugar los ataques?
Elena, ¿cómo. pudiste? .. -Su voz se apagó al mirar a la
muchacha- No diremos nada más al respecto en estos
momentos -dijo, intentando recuperar su actitud jovial-.
Vamos a quitarte esas ropas húmedas.
-Tengo que volver a salir una vez que esté seca -declaró Elena.
Su cerebro volvía a funcionar, y una cosa estaba clara: no
había visto en realidad a Stefan allí fuera; había sido un
sueño. Stefan seguia desaparecido.
-No tienes que hacer nada de eso -replicó Robert, el
prometido de tía Judith. Elena apenas había reparado en él,
de pie a un lado hasta ese momento. Pero su tono no admitía
discusión. -La policía está buscando a Stefan; vas a dejar que
hagan su trabajo -finalizó.
-La policía piensa que mató al señor Tanner. Pero no lo
hizo. ¿Sabéis eso, no es cierto?
Mientras tía Judith le quitaba el empapado suéter, Elena
paseó la mirada de un rostro a otro en busca de ayuda, pero
todos tenían la rnísma expresión.
-Seguro que sabéis que no lo hizo -repitió, casi con de
sesperación. Hubo un silencio.
-Elena -dijo Meredith finalmente-, nadie quiere pénsar que lo
hiciera. Pero..., bueno, no pinta muy bien el hecho de que
huyera de ese modo.
-No huyó. ¡No lo hizo! ¡Él no...!
-Elena, cálmate -intervino tía Judith-. No te excites. Creo que
debes de estar enferma. Hacía mucho frío ahí fuera, sólo
dormiste unas pocas horas anoche... -Posó una mano sobre la
mejilla de su sobrina.
De repente, todo aquello fue demasiado para Elena. Nadie
creía, ni siquiera sus amigos y su familia. En aquel momento
se sintió rodeada de enemigos.
-No estoy enferma—gritó, apartándose–. Y no estoy loca,
tampoco…, penséis lo que penséis. Stefan no huyó y no mató
al señor Tanner, y no me importa si ninguno de vosotros me
cree…
Calló, atragantándose.
Tía Judith empezó a hacer toda clase de aspavientos a su
alrededor, haciéndola subir a toda prisa la escalera, y ella se
dejó llevar. Pero se negó a acostarse cuando su tía sugirió que
debía de estar cansada. En lugar de ello, una vez que hubo
entrado en calor, se sentó en el sofá de la salita junto a la
chimenea, envuelta en mantas. El teléfono no dejó de sonar
en toda la tarde, y oyó a tía Judith hablando con amigas, tanto
como vecinas, con el instituto, asegurando a todo el mundo
que Elena estaba perfectamente. La… la tragedia de la noche
anterior la había alterado un poco, eso era todo, y parecía
tener algo de fiebre. Pero estaría como nueva después de un
poco de descanso.
Meredith y Bonnie se sentaron a hacerle compañía.
-¿Quieres hablar?—preguntó Meredith en voz baja.
Elena negó con la cabeza, mirando fijamente al fuego. Todos
estaban contra ella. Y tía Judith se equivocaba: no estaba
perfectamente. No estaría perfectamente hasta que localizara
a Stefan.
Matt pasó por allí, con la nieve espolvoreando sus cabellos
rubios y la parka azul oscuro. Cuando entró en la habitación,
Elena alzó la mirada para contemplarle esperanzada. El día
anterior, Matt había ayudado a salvar a Stefan, cuando el
resto del instituto había querido lincharle. Pero hoy él
devolvió a su esperanzada mirada una de sobrio pesar, y la
inquietud que aparecía en sus ojos azules era sólo por ella. La
decepción fue insoportable.
–¿Qué haces aquí?—inquirió Elena–. ¿Mantener tu promesa
de “cuidar de mí”?
Hubo un destello de dolor en los ojos del joven; pero la voz de
Matt sonó ecuánime.
-Ésa es una parte, quizá. Pero intentaría cuidar de ti de todos
modos, sin importar lo que prometí. He estado preocupado
por ti. Escucha, Elena…
Ella no estaba de humor para escuchar a nadie
-Bueno, pues estoy muy bien, gracias. Pregunta a cualquiera
aquí. Así que ya puedes dejar de preocuparte. Además, no veo
por qué deberías mantener una promesa hecha a un asesino.
Sobresaltado, Matt miró a Meredith y a Bonnie. Luego meneó
la cabeza en un gesto de impotencia.
-No estás siendo justa.
Elena no estaba de humor para ser justa, tampoco.
-Ya te lo dije, ya puedes dejar de preocuparte por mí, y por
mis cosas, Estoy perfectamente, gracias.
La implicación era evidente. Matt giró hacia la puerta justo
cuando tía Judith aparecía con sándwiches.
-Lo siento, tengo que irme—farfulló él, dirigiéndose a toda
prisa hacia la puerta y marchando sin volver la cabeza.
Meredith, Bonnie, tía Judith y Robert intentaron mantener
una conversación mientras comían una cena temprana junto
a la chimenea.
Elena fue incapaz de comer y no quiso hablar. La única
persona que no se sentía abatida era la hermana pequeña de
Elena, Margaret. Con un optimismo propio de una criatura de
cuatro años, se acurrucó contra Elena y le ofreció algunos de
sus dulces de Halloween. Elena abrazó con fuerza a su
hermana, presionando el rostro en los cabellos de un rubio
blanco de Margaret durante un momento. Si Stefan hubiera
podido llamarla o hacerle llegar un mensaje, ya lo habría
hecho a aquellas horas. Nada en el mundo se lo habría
impedido, a menos que estuviera malherido o atrapado en
alguna parte, o… No quería permitirse pensar en aquel último
“o”. Stefan estaba vivo; tenía que estar vivo. Damon era un
mentiroso.
Pero Stefan estaba en un aprieto, y ella debía encontrarle de
algún modo. Aquello la tuvo preocupada toda la velada,
mientras intentaba desesperadamente pensar algún plan.
Una cosa estaba clara: Tenía que arreglárselas sola. No podía
confiar en nadie.
Oscureció.
Elena se removió en el sofá y forzó un bostezo.
-Estoy cansada—dijo con voz queda–.Quizá sí estoy enferma,
después de todo. Creo que iré a acostarme.
Meredith la miraba de un modo penetrante.
-Estaba pensando, señorita Gilbert—dijo, volviendo la cabeza
hacia tía Judith-, que tal vez Bonnie y yo deberíamos
quedarnos a dormir. Para hacerle compañía a Elena.
-Qué buena idea—respondió tía Judith, complacida–.
Siempre y cuando a vuestros padres no les importe, me
encantaría que os quedaseis.
-Hay un largo trayecto hasta Herron, creo que yo también me
quedaré—dijo Robert-. Puedo tumbarme aquí en el sofá.
Tía Judith objetó que había gran cantidad de habitaciones de
invitados arriba, pero Robert se mostró categórico. El sofá le
serviría perfectamente, declaró.
Tras mirar una vez desde el sofá al vestíbulo, donde la puerta
de la calle quedaba totalmente a la vista, Elena se quedó
sentada muy rígida. Lo habían planeado entre ellos, o al
menos estaban todos en ello ahora. Se estaban asegurando de
que no abandonara la casa.
Cuando emergió del cuarto de baño un poco más tarde,
envuelta en su kimono de seda roja, encontró a Meredith y a
Bonnie sentadas en su cama.
-Bien, hola, Rosencrantz y Guildenstern—saludó con
amargura.
Bonnie, que había tenido un aspecto deprimido, se mostró
ahora alarmada. Dirigió una mirada dubitativa a Meredith.
-Sabe quiénes somos. Se refiere a que piensa que somos
espías de su tía—tradujo Meredith–. Elena, deberías darte
cuenta de que no lo somos. ¿Es que no puedes confiar nada
en nosotras?
-No lo sé. ¿Puedo?
-Sí, porque somos tus amigas.
Antes de que Elena pudiera moverse, Meredith saltó de la
cama y cerró la puerta. Luego se volvió para mirar a Elena.
-Ahora, por una vez en tu vida, escúchame, pequeña idiota. Es
cierto que no sabemos qué pensar sobre Stefan. Pero no te
das cuenta de que eso es por culpa tuya. Desde el momento en
que empezasteis a estar juntos, nos has estado dejando fuera.
Han sucedido cosas de las que no nos has hablado. Al menos
no nos has contado toda la historia. Pero a pesar de eso, pese
a todo, nosotras seguimos confiando en ti. Todavía nos
importas. Todavía te respaldamos, Elena, y queremos ayudar.
Y si no puedes ver eso, entonces es que realmente estás ciega.
Lentamente, Elena pasó la mirada del rostro oscuro y
apasionado de Meredith a la cara pálida de Bonnie. Ésta
asintió.
-Es cierto—dijo, pestañeando con fuerza como si quisiera
contener las lágrimas-. Incluso aunque no te gustemos, a
nosotras todavía nos gustas tú.
Elena sintió que sus propios ojos se llenaban de lágrimas y
que su expresión severa se desmoronaba. Entonces Bonnie
abandonó la cama, y todas se abrazaron, y Elena descubrió
que no podía contener las lágrimas que corrían por su rostro.
-Lo lamento si no he hablado con vosotras—dijo-. Sé que no
comprendéis, y ni siquiera puedo explicar por qué no puedo
contároslo todo. Simplemente, no puedo. Pero hay una cosa
que puedo deciros. —Dio un paso atrás, secándose las
mejillas, y las miró muy seria–. No importa lo concluyentes
que parezcan las pruebas contra Stefan, él no mató al señor
Tanner. Sé que no lo hizo, porque sé quién lo hizo. Y es la
misma persona que atacó a Vickie y al anciano de debajo del
puente. Y…-se detuvo y meditó un momento—y, ¡ah. Bonnie!,
creo que también mató a Yangtezé.
-¿Yangtezé? –Los ojos de Bonnie se abrieron sorprendidos-.
Pero ¿por qué querría matar a un perro?
-No lo sé, pero él estaba allí esa noche, en tu casa. Y estaba…
enfadado. Lo siento, Bonnie.
Bonnie meneó la cabeza, aturdida, y Meredith dijo:
-¿Por qué no le cuentas a la policía?
La risa de Elena resultó ligeramente histérica.
-No puedo. No es algo de lo que ellos puedan ocuparse. Y ésa
es otra cosa que no puedo explicar. Decís que todavía confiáis
en mí; bueno, pues simplemente tendréis que confiar en mí
respecto a eso.
Meredith y Bonnie se miraron entre sí, luego al cubrecama,
donde los nerviosos dedos de Elena tiraban de un hilo del
bordado. Finalmente, Meredith dijo:
-De acuerdo. ¿Qué podemos hacer para ayudar?
-No lo sé. Nada, a menos que…- Elena se detuvo y miró a
Bonnie-. A menos que –dijo con un tono de voz distinto—tú
puedas ayudarme a encontrar a Stefan.
Los ojos castaños de Bonnie se mostraron genuinamente
perplejos.
–¿Yo? Pero ¿qué puedo hacer yo?
Entonces, al oír cómo Meredith inhalaba con fuerza, añadió:
-Ah. ¡Ah!–Tú sabías dónde estaba yo aquel día fui al
cementerio—dijo Elena –. Y tú incluso predijiste la llegada de
Stefan al instituto.
–Pensaba que no creías en toda esa cosa psíquica—indicó
Bonnie con voz débil.
–He aprendido una o dos cosas desde entonces. De todos
modos, estoy dispuesta creer realmente cualquier cosa si
ayuda a Stefan. Si existe la menos posibilidad de que vaya
ayudar.
Bonnie se iba encorvando, como si intentara que su ya
menuda figura se volviera lo más pequeña posible.
–Elena, no lo comprendes –respondió, desconsolada–. No he
recibido preparación; no es algo que yo pueda controlar. Y…
no es un juego, ya no. Cuanto más usas esos poderes, más te
usan ellos a ti. Al final pueden acabar usándote todo el
tiempo, tanto si quieres como si no. Es peligroso.
Elena se levantó y fue hasta el tocador de cerezo, mirándolo
sin verlo. Finalmente, se dio la vuelta.
–Tienes razón; no es un juego. Y creo que puede ser peligroso.
Pero tampoco es un juego para Stefan. Bonnie, creo que está
ahí fuera, en alguna parte, muy malherido. Y no hay nadie
para ayudarle; nadie le busca siquiera, excepto sus enemigos.
Podría estar muriendo en estos momentos. Puede… puede
incluso que esté… –Se le hizo un nudo en la garganta.
Inclinó la cabeza sobre el tocador y se obligó a aspirar
profundamente, intentando tranquilizarse. Cuando alzó los
ojos, vio que Meredith miraba a Bonnie.
Bonnie irguió los hombros, sentándose todo lo tiesa que
pudo. Su barbilla se alzó y su boca mostró una expresión
decidida. Y en sus ojos castaños, normalmente dulces, brilló
una lucecita sombría al encontrarse con los ojos de Elena.
–Necesitamos una vela—fue todo lo que dijo.
La cerilla raspó y lanzó chispas en la oscuridad, y a
continuación la llama de la vela ardió fuerte y luminosa,
proporcionando un resplandor dorado al pálido rostro de
Bonnie cuando ésta se inclinó sobre ella.
–Voy a necesitar que las dos me ayudéis a concentrarme—dijo
–. Mirad al interior de la llama y pensad en Stefan.
Visualizadle mentalmente. No importa lo que suceda, seguid
mirando la llama. Y hagáis lo que hagáis, no digáis nada.
Elena asintió, y en seguida el único sonido en la habitación
fueron unas respiraciones quedas. La llama parpadeó y
danzó, arrojando figuras luminosas sobre las tres muchachas
sentadas con las piernas cruzadas alrededor de ella. Bonnie,
con los ojos cerrados, respiraba profunda y lentamente, como
alguien que empieza a dormirse poco a poco.
“Stefan”, pensó Elena, contemplando la llama a la vez que
intentaba poner toda su voluntad en el pensamiento. Le
recreó mentalmente, usando todos sus sentidos, evocándolo
para que acudiera a ella. La aspereza de su suéter de lana bajo
su mejilla, el olor de su chaqueta de cuero, la fuerza de sus
brazos a su alrededor. “Ah, Stefan…”.
Las pestañas de Bonnie aletearon, y su respiración se aceleró,
como un durmiente que tiene una pesadilla. Elena mantuvo
con decisión la mirada fija en la llama, pero cuando Bonnie
rompió el silencio, un escalofrío ascendió por su espalda.
Al principio fue sólo un gemido, el sonido de alguien que
siente dolor. Luego, cuando Bonnie echó la cabeza atrás
bruscamente, la respiración, surgiendo en cortos estallidos, se
convirtió en palabras.
—Sola… —dijo, y calló, y Elena clavó las uñas en las manos—.
Sola…en la oscuridad —siguió Bonnie, y su voz era distante y
torturada.
Hubo otro silencio, y luego la muchacha empezó a hablar
rápidamente.
—Está oscuro y hace frío. Y estoy sola. Hay algo detrás de
mí.., irregular y duro. Rocas. Antes hacían daño; pero no
ahora. Estoy entumecida ahora por el frío. Tanto frio…—
Bonnie se retorció, como si intentara alejarse de algo, y luego
rió, una carcajada espantosa que era casi un sollozo—. Es…
curioso. Jamás pensé que desearía tanto ver el sol. Pero
siempre está oscuro aquí. Y frío. El agua hasta el cuello, como
hielo. Esto es curioso, también. Agua por todas partes… y yo
muriéndome de sed. Tan sedienta… duele…
Elena sintió que algo le oprimía el corazón. Bonnie estaba
dentro de los pensamientos de Stefan, ¿Y quién sabía lo que
podría descubrir allí?
“Stefan, dinos donde estás —pensó con desesperación —.
Mira a tu alrededor. Dime lo que ves.”
—Sedienta. Necesito… ¿vida? —La voz de Bonnie sonó
dubitativa, como si no estuviera segura de cómo traducir
algún concepto—. Soy débil. Él dijo que siempre seré débil. Él
es fuerte… un asesino. Pero eso es lo que yo soy, también.
Maté a Katherine; quizá merezco morir. ¿Por qué no
rendirse…?
—¡No! —chilló Elena sin poder contenerse.
En aquel momento, lo olvidó todo excepto el dolor de Stefan.
—Stefan…
—¡Elena! —exclamó abruptamente Meredith al mismo
tiempo.
Pero la cabeza de Bonnie cayó al frente, el flujo de palabras
interrumpido. Horrorizada, Elena advirtió lo que había
hecho.
—Bonnie, ¿estás bien? ¿Puedes volver a encontrarle? No fue
mi intención…
La cabeza de Bonnie se alzó. Tenía los ojos abiertos ahora,
pero no miraban ni a la vela ni a Elena. Miraban directo al
frente, sin expresión. Cuando habló, su voz estaba
distorsionada, y a Elena se le paró el corazón; no era la voz de
Bonnie, pero era una voz que Elena reconoció. La había oído
surgiendo de los labios de su amiga en otra ocasión, en el
cementerio.
—Elena —dijo la voz—, no vayas al puente. Es la Muerte,
Elena. Tu muerte te aguarda allí —entonces la cabeza de
Bonnie se desplomó al frente.
Elena la agarró por los hombros y la zarandeó.
—¡Bonnie! —casi chilló—. ¡Bonnie!
—Qué…ah, no. Suelta.
La voz de Bonnie era débil y temblorosa, pero era la suya.
Todavía doblada sobre sí misma, se llevó una mano a la
frente.
—Bonnie, ¿Te encuentras bien?
—Eso creo…, sí. Pero fue tan extraño… —Su tono se volvió
más grave y alzó los ojos, parpadeando—. ¿Qué fue eso,
Elena, de ser un asesino?
—¿Recuerdas eso?
—Lo recuerdo todo. No puedo describirlo; fue horrible. Pero
¿qué significaba eso?
—Nada —respondió Elena—. Tiene alucinaciones, eso es todo.
— ¿Tiene? — interrumpió Meredith—. Entonces, ¿realmente
crees que ella conectó con Stefan?
Elena asintió, con los ojos doloridos y ardientes mientras
desviaba la mirada.
—Sí; creo que Stefan. Tenía que serlo. Y creo que ella incluso
nos dijo dónde está. Bajo el puente Wickery, en el agua.

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