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martes, 5 de enero de 2010

DESPERTAR-- CRONICAS VAMPIRICAS--CAPITULO 6

26 de septiembre
Querido diario:
Lamento que haya pasado tanto tiempo, y en realidad no puedo
explicar por qué no he escrito: excepto que hay muchísimas cosas de las
que me da miedo hablar, incluso a ti.
Primero sucedió algo totalmente espantoso. El día que Bonnie, Meredith
y yo estuvimos en el cementerio, atacaron a un anciano alli y casi lo
matan. La policía todavía no ha encontrado a la persona que lo hizo, y la
gente cree que el anciano estaba loco, porque cuando despertó empezó a
delirar sobre «ojos en la oscuridad» y robles y cosas. Pero recuerdo lo que
nos sucedió a nosotras esa noche y me hago preguntas. Me asusta.
Todo el mundo estuvo aterrorizado durante un tiempo, y todos los niños
tuvieron que permanecer dentro de casa después de oscurecer o salir en
grupos. Pero han pasado casi tres semanas ya sin más ataques, de modo
que toda la conmoción va apagándose gradualmente. Tía Judith no puede
entender el ataque. El padre de Tyler Smallwood incluso sugirió que el
anciano podría habérselo hecho él mismo; aunque me gustaría ver cómo
alguien se muerde a sí mismo en la garganta.
Pero con lo que he estado ocupada sobre todo es con el Plan B. Por el
momento va bien. He recibido varias cartas y un ramo de rosas rojas de
«Jean-Claude» (el tío de Meredith es florista), y todo el mundo parece
haber olvidado que me sentí interesada en algún momento por Stefan. Así
que mi posición social está segura. Ni siquiera Caroline ha causado
problemas.
De hecho, no sé qué hace Caroline estos días, y no me importa. Ya
nunca la veo a la hora del almuerzo ni después de clases; parece haberse
distanciado por completo de su antiguo grupo.
Sólo hay una cosa que me importa en estos momentos, Stefan.
Ni siquiera Bonnie y Meredith se dan cuenta de lo vital que es para mí, y
me da miedo decírselo; me temo que pensarían que estoy loca. En la
escuela muestro una máscara de calma y autocontrol, pero
interiormente..., bueno, sencillamente, cada día empeora.
Tía Judith ha empezado a preocuparse por mí. Dice que no como
suficiente estos días, y tiene razón. Parezco incapaz de concentrarme en
mis clases, ni en nada divertido, como lo de la Casa Encantada para
recaudar fondos. No puedo concentrarme en nada que no sea él. Y ni
siquiera comprendo el motivo.
No me ha dirigido la palabra desde aquella tarde horrible. Pero te
contaré algo extraño. La semana pasada, durante la clase de historia alcé
los ojos un momento y le pesqué mirándome. Estábamos sentados a unos
cuantos asientos de distancia, y él estaba totalmente vuelto de lado en su
pupitre, mirando. Por un momento me sentí casi asustada y mi corazón
empezó a latir con fuerza, y simplemente nos quedamos mirándonos
fijamente el uno al otro..., y luego él desvió la mirada. Pero desde
entonces ha sucedido otras dos veces, y cada vez noté sus ojos puestos
en mí antes de verlos. Es literalmente cierto. Sé que no es mi imaginación.
No se parece a ningún chico que haya conocido.
Parece tan aislado, tan solo... Aunque sea elección propia. Ha causado
un gran impacto en el equipo de rugby, pero no anda por ahí con ninguno
de los chicos, excepto tal vez con Matt. Matt es el único con el que habla.
Tampoco sale con ninguna chica, que yo sepa, de modo que quizá el
rumor de que es un agente de estupefacientes está funcionando. Pero es
más probable que esté evitando a otras personas que no que ellas le
eviten a él. Desaparece entre clases y tras los entrenamientos, y ni una
sola vez le he visto en la cantina. Jamás ha invitado a nadie a su
habitación en la casa de huéspedes. Nunca visita la cafetería después de
las clases.
Así pues, ¿cómo voy a pescarle en algún lugar donde no pueda huir de
mí? Éste es el auténtico problema que tiene el Plan B. Bonnie dice: «¿Por
qué no quedarte atrapada con él en medio de una tormenta eléctrica, de
modo que tengáis que acurrucaros juntos para mantener el calor
corporal?». Y Meredith sugirió que mi coche se estropeara frente a la casa
de huéspedes. Pero ninguna de esas ideas es práctica, y me estoy
volviendo loca intentando pensar en algo mejor.
Cada día es peor para mí. Me siento como si fuera un reloj o algo
parecido, con la cuerda a punto de saltar de tanto darle vueltas. Si no
encuentro algo que poder hacer pronto, voy a...
Iba a decir «morir».
La solución se le ocurrió de un modo más bien repentino y sencillo.
Sentía lástima por Matt; sabía que se había sentido dolido por el rumor
sobre Jean-Claude, pues apenas había hablado con ella desde que se supo
la historia. Por lo general se limitaba a saludarla con un veloz movimiento
de cabeza cuando se cruzaba en su camino. Y cuando tropezó con él un
día en un pasillo vacio frente al aula de Escritura Creativa, el muchacho
desvió la mirada.
—Matt... —empezó.
Quiso decirle que no era cierto, que nunca habría empezado a salir con
otro chico sin decírselo a él primero. Quiso decirle que nunca había sido su
intención herirle, y que se sentía fatal en aquellos momentos. Pero no
sabía cómo empezar, así que finalmente se limitó a soltar: «¡Lo siento!», y
se giró para entrar en el aula.
—Elena —dijo él, y ella dio media vuelta.
Ahora sí la miraba, con los ojos entreteniéndose en sus labios, sus
cabellos. Luego meneó la cabeza como para indicar que le había gastado
una buena jugarreta.
—¿Existe de verdad ese tipo francés? —inquirió finalmente.
—No —respondió ella al momento y sin vacilación—. Lo inventé —añadió
con sencillez— para demostrar a todo el mundo que no estaba disgustada
por... —Se interrumpió.
—Por lo de Stefan. Comprendo. —Matt asintió, mostrándose a la vez
más sombrío y algo más comprensivo—. Pero no creo que te evite porque
tenga algo personal contra ti. Es así con todo el mundo...
—Excepto contigo.
—No. Me habla a veces, pero no sobre nada personal. Nunca dice nada
sobre su familia o lo que hace fuera del instituto. Es como... como si
hubiera un muro a su alrededor que no puedo atravesar. No creo que
jamás deje que nadie atraviese ese muro. Lo que es una condenada
idiotez, porque creo que en realidad se siente desdichado.
Elena reflexionó sobre ello, fascinada por una visión de Stefan que no
había considerado antes. Él siempre parecía tan controlado, tan calmado e
imperturbable... Pero, por otra parte, sabía que ella también causaba esa
impresión a otras personas. ¿Sería posible que en el fondo él se sintiera
tan confuso e infeliz como ella?
Fue entonces cuando tuvo la idea, y era ridiculamente simple. Nada de
ardides complicados, nada de tormentas eléctricas o coches que se
averian.
—Matt —dijo despacio—, ¿no crees que sería una buena cosa si alguien
consiguiera franquear ese muro? ¿Una buena cosa para Stefan, me
refiero? ¿No crees que sería lo mejor que podría sucederle?
Alzó los ojos para mirarle intensamente, deseando que comprendiera.
El la miró fijamente un instante, luego cerró los ojos brevemente y
sacudió la cabeza con incredulidad.
—Elena —dijo—, eres increíble. Haces bailar a la gente a tu son y no
creo que te des cuenta siquiera de que lo haces. Y ahora vas a pedirme
que haga algo para ayudarte a tenderle una emboscada a Stefan, y yo soy
tan imbécil que podría incluso aceptar hacerlo.
—No eres un imbécil, eres un caballero. Y sí, quiero pedirte un favor,
pero sólo si consideras que es correcto. No quiero hacerle daño a Stefan, y
no quiero hacerte daño a ti.
—¿No quieres?
—Claro que no. Ya sé cómo debe de sonar eso, pero es cierto. Sólo
quiero... —Volvió a interrumpirse; ¿cómo podía explicar lo que quería
cuando ni siquiera lo comprendía ella misma?
—Sólo quieres que todo el mundo y todo giren alrededor de Elena
Gilbert —repuso él con amargura—. Únicamente quieres todo lo que no
tienes.
Horrorizada, retrocedió y le miró. Sintió un nudo en la garganta y sus
ojos se llenaron de lágrimas ardientes.
—No lo hagas —dijo él—. Elena, no pongas esa expresión. Lo siento. —
Suspiró—. De acuerdo, ¿qué es lo que se supone que debo hacer? ¿Atarlo
de pies y manos y arrojarlo ante tu puerta?
—No —respondió ella, intentando aún obligar a las lágrimas a regresar a
su lugar de origen—. Sólo quería que consiguieras que acudiera al baile de
inicio de curso de la semana próxima.
Matt mostró una expresión curiosa.
—Sólo quieres que esté en el baile.
Elena asintió.
—De acuerdo. Estoy seguro de que estará allí. Y, Elena... a mí no me
apetece llevar a nadie más que a ti.
—De acuerdo —respondió ella tras unos instantes—. Y, bueno, gracias.
La expresión de Matt seguía siendo peculiar.
—No me des las gracias, Elena. No es nada... en realidad.
La muchacha seguía intentando comprender aquella expresión cuando
él dio media vuelta y se alejó por el pasillo.
—Quédate quieta —dijo Meredith, dando al cabello de Elena un tirón
reprobatorio.
—Sigo pensando —comentó Bonnie desde el banco situado al pie de la
ventana— que los dos fueron maravillosos.
—¿Quiénes? —murmuró Elena distraídamente.
—Como si no lo supieras —dijo Bonnie—. Esos dos chicos tuyos que
consiguieron un milagro de última hora en el partido de ayer. Cuando
Stefan atrapó ese último pase, pensé que iba a desmayarme. O a vomitar.
—Vamos, por favor —intervino Meredith.
—Y Matt... Ese chico es simplemente poesía en movimiento...
—Y ninguno de ellos es mío —declaró Elena, categórica.
Bajo los dedos expertos de Meredith, sus cabellos se estaban
convirtiendo en una obra de arte, una suave masa de oro ensortijado. Y el
vestido era perfecto; el pálido tono violeta resaltaba el color de sus ojos.
Pero incluso para sus adentros se veía con un aspecto pálido y férreo, no
suavemente sonrojado por la emoción, sino blanco y decidido, como un
soldado jovencísimo al que envían a primera línea del frente.
De pie en el campo de rugby, el día anterior, cuando anunciaron su
nombre como Reina de la Fiesta de Inicio de Curso, sólo había tenido una
idea en la cabeza. Él no podría negarse a bailar con ella. Si es que
aparecía en el baile, no podía rechazar a la Reina del Baile. Y de pie ante el
espejo en aquellos momentos, volvió a repetírselo a sí misma.
—Esta noche tendrás a todo aquel que desees —decía Bonnie en tono
tranquilizador—. Y, escucha, cuando te deshagas de Matt, ¿puedo
llevármelo y consolarlo?
—¿Qué pensará Raymond? —inquirió Meredith con un resoplido.
—Bueno, tú puedes consolarlo a él. Pero, realmente, Elena, me gusta
Matt. Y una vez que te centres en Stefan, tu grupito de tres va a resultar
un poco abarrotado. Así que...
—Como quieras. Matt merece un poco de consideración.
«Desde luego, no la está obteniendo de mí», pensó Elena, que todavía
no podía creer lo que le estaba haciendo. Pero precisamente en aquellos
momentos no podía permitirse cuestionarse a sí misma; necesitaba toda
su energía y concentración.
—Ya está. —Meredith colocó el último pasador en el cabello de Elena—.
Ahora, miradnos: la Reina del Baile de Inicio de Curso y su corte..., o parte
de ella al menos. Nos estamos guapísimas.
—¿Es ése el «nos» mayestático? —preguntó Elena en tono burlón, pero
era cierto.
Estaban guapísimas. El vestido de Meredith era de un majestuoso raso
color burdeos, muy ceñido a la cintura y que se desplegaba en forma de
pliegues desde las caderas. Llevaba la oscura melena suelta sobre la
espalda. Y Bonnie, cuando se levantó y fue a reunirse con sus amigas
frente al espejo, era como una resplandeciente muñequita en tafetán rosa
y lentejuelas negras.
En cuanto a ella misma... Elena escudriñó su imagen con ojo experto y
volvió a pensar: «El vestido está bien». La única otra frase que le vino a la
mente fue violetas escarchadas. Su abuela había tenido un tarro de ellas,
flores auténticas sumergidas en azúcar cristalizado y congeladas.
Bajaron la escalera juntas, como habían hecho para cada baile desde
séptimo curso; sólo que antes Caroline siempre las había acompañado.
Elena reparó con vaga sorpresa en que ni siquiera sabía con quién iba a ir
Caroline esa noche.
Tía Judith y Robert —que pronto sería tío Robert— estaban en la sala de
estar con Margaret, que tenía puesto su pijama.
—Chicas, estáis preciosas —dijo tía Judith, agitada y nerviosa como si
ella misma fuera al baile.
Besó a Elena y Margaret alzó los brazos para abrazarla.
—Estás muy bonita —dijo con la sencillez de sus cuatro años.
También Robert contemplaba a Elena. Pestañeó, abrió la boca y volvió a
cerrarla.
—¿Qué sucede, Bob?
—Ah —miró a tía Judith con aspecto turbado—. Bueno, en realidad se
me acaba de ocurrir que Elena es una forma del nombre Helen. Pero ella lo
escribe Elena, y por algún motivo pensé en otra Elena, en Elena de Troya.
—Hermosa y predestinada a morir —dijo Bonnie alegremente.
—Bueno, sí —repuso Robert, que no parecía nada alegre.
Elena no dijo nada.
Sonó el timbre de la puerta. Matt estaba en la entrada, con su
acostumbrada chaqueta deportiva azul. Con él iban Ed Goff, el
acompañante de Meredith, y Raymond Hernández, el de Bonnie. Elena
buscó a Stefan.
—Probablemente ya esté allí —dijo Matt, interpretando su veloz mirada
—. Escucha, Elena —Pero lo que fuera que estaba a punto de decir quedó
interrumpido en medio de la charla de las otras parejas. Bonnie y
Raymond fueron con ellos en el coche de Matt, y no dejaron de
intercambiar agudezas durante todo el trayecto hasta el instituto.
La música salía al exterior por las puertas abiertas del auditorio. En
cuanto abandonó el coche, una curiosa certeza embargó a Elena. Algo iba
a suceder, comprendió, contemplando la masa cuadrada del edificio del
instituto. La tranquila primera velocidad de las últimas semanas estaba a
punto de pasar a la marcha directa.
Estoy lista, se dijo. Y esperó que fuera cierto.
Dentro, todo era un caleidoscopio de color y actividad. Matt y ella se
vieron asediados en cuanto entraron, y a ambos les cayó una lluvia de
cumplidos. El vestido de Elena... su cabello... sus flores. Matt era una
leyenda en potencia: otro Joe Montana, una apuesta segura para una beca
deportiva.
En el vertiginoso remolino que debería haberlo sido todo para ella, Elena
no dejaba de buscar una cabeza morena.
Tyler Smallwood respiraba pesadamente sobre ella, oliendo a ponche y a
chicle de menta, mientras su acompañante lucía una expresión asesina.
Elena hizo caso omiso de él con la esperanza de que la dejara en paz.
El señor Tanner pasó ante ellos con un empapado vaso de papel y
aspecto de estar siendo estrangulado por el cuello de su camisa. Sue
Carson, la otra princesa de último curso de la fiesta, se acercó veloz y empezó a alabar su vestido. Bonnie estaba ya en la pista de baile,
brillando bajo las luces. Pero Elena no vio a Stefan por ninguna parte.
Otra vaharada más de chicle de menta y vomitaría. Dio un codazo a
Matt y huyeron a la mesa de los refrescos, donde el entrenador Lyman se
lanzó a hacer un estudio crítico del partido. Parejas y grupos se acercaban
a ellos, se quedaban unos pocos minutos y luego se retiraban para dejar
sitio a los que aguardaban tanda. «Igual que si realmente fuéramos de la
realeza», pensó Elena entusiasmada. Miró de soslayo para ver si Matt
compartía su regocijo, pero él tenía la mirada fija a su izquierda.
Ella siguió su mirada. Y allí, medio oculta tras un grupo de jugadores de
rugby, estaba la cabeza oscura que había estado buscando. Inconfundible,
incluso bajo aquella tenue luz. Un estremecimiento la recorrió, más de
dolor que de otra cosa.
—¿Ahora qué? —preguntó Matt con expresión dura—. ¿Lo ato de pies y
manos?
—No; voy a pedirle que baile conmigo, eso es todo. Aguardaré hasta
que nosotros hayamos bailado primero, si quieres.
Él negó con la cabeza, y ella marchó en dirección a Stefan por entre la
multitud.
Pieza a pieza, Elena fue registrando información sobre él mientras se
aproximaba. Su americana negra tenía un corte sutilmente distinto del de
las que llevaban los otros muchachos, más elegante, y llevaba un suéter
de cachemir blanco debajo de ella. Se mantenía muy quieto, un poco
apartado de los grupos que lo rodeaban. Y, aunque sólo podía verle de
perfil, reparó en que no llevaba puestas las gafas de sol.
Se las quitaba para jugar al rugby, desde luego, pero ella nunca le había
visto de cerca sin ellas. Aquello la hizo sentir mareada y emocionada,
como si aquél fuera un baile de disfraces y hubiese llegado el momento de
quitarse las máscaras. Se concentró en su hombro, en la línea de la
mandíbula, y entonces él empezó a volverse hacia ella.
En ese instante, Elena se dio cuenta de que era hermosa. No era sólo el
vestido o el modo en que llevaba peinados los cabellos. Era hermosa en sí
misma: esbelta, imperial, un objeto hecho de seda y fuego interior. Vio que
los labios de él se abrían ligeramente, de forma refleja, y entonces alzó la
vista para mirarle a los ojos.
—Hola.
¿Era ésa su propia voz, tan sosegada y segura de sí misma? Él tenía los
ojos verdes. Verdes como hojas de roble en verano.
—¿Lo pasas bien? —preguntó.
«Lo hago ahora». Él no lo dijo, pero ella supo que era lo que pensaba; lo
veía en el modo en que la miraba fijamente. Jamás había estado tan
segura de su poder. Excepto que en realidad no tenía el aspecto de estarlo
pasando bien; parecía acongojado, lleno de dolor, como si no pudiera
soportar ni un minuto más aquello.
La banda empezaba a tocar un baile lento. Él seguía contemplándola
fijamente, empapándose de ella. Aquellos ojos verdes oscureciéndose,
volviéndose negros de deseo... Tuvo la repentina sensación de que podría
acercarla a él bruscamente y besarla con fuerza, sin decir ni una palabra
en ningún momento.
—¿Te gustaría bailar? —preguntó en voz baja.
«Estoy jugando con fuego, con algo que no comprendo», pensó de
repente. Y en ese momento se dio cuenta de que estaba asustada. Su
corazón empezó a latir violentamente. Era como si aquellos ojos verdes
hablaran a alguna parte de ella que estaba enterrada muy por debajo de
la superficie y aquella parte le gritara «peligro». Algún instinto más
antiguo que la civilización le decía que corriera, que huyera.
No se movió. La misma fuerza que la aterraba la mantenía allí. Aquello
estaba fuera de control, se dijo de improviso. Lo que sucedía allí, fuera lo
que fuera, escapaba a su comprensión, no era nada normal ni cuerdo. Pero
ya no se podía parar, e incluso aterrorizada disfrutaba con ello. Era el
momento más intenso que había experimentado con un muchacho, pero
no estaba sucediendo nada en absoluto; él se limitaba a contemplarla,
como hipnotizado, y ella le devolvía la mirada, mientras la energía brillaba
entre ellos como un rayo calorífico. Vio que sus ojos se oscurecían,
derrotados, y sintió el salvaje salto de su propio corazón cuando él le
tendió lentamente una mano.
Y entonces todo se hizo añicos.
—Vaya, Elena, qué encantadora estás —dijo una voz, y la visión de
Elena quedó deslumbrada por reflejos dorados.
Era Caroline, los cabellos castaño rojizos intensos y lustrosos y la piel
luciendo un bronceado perfecto. Llevaba un vestido confeccionado
totalmente en lame dorado que mostraba una increíblemente osada
extensión de aquella piel perfecta. Deslizó un brazo desnudo alrededor del
de Stefan y le sonrió con indolencia. Resultaban deslumbrantes juntos,
como una pareja de modelos internacionales que va a divertirse a un baile
de escuela secundaria, mucho más glamurosos y sofisticados que
cualquier otra persona en la sala.
—Y ese vestidito es tan mono... —prosiguió Caroline, mientras la mente
de Elena seguía funcionando en automático.
Aquel brazo informalmente posesivo unido al de Stefan se lo decía todo:
dónde había estado Caroline a la hora del almuerzo aquellas últimas
semanas, qué había estado tramando durante todo aquel tiempo.
—Le dije a Stefan que sencillamente teníamos que pasarnos por aquí un
momento, pero no vamos a quedarnos mucho tiempo. Así que no te
importará que me lo quede para los bailes, ¿verdad?
Elena estaba extrañamente tranquila ahora, su mente era un vacío
zumbante. Respondió que no, que desde luego no le importaba, y
contempló cómo Caroline se alejaba, una sinfonía en castaño rojizo y oro.
Stefan se marchó con ella.
Había un círculo de rostros alrededor de Elena; les dio la espalda y se
topó con Matt.
—Sabías que venía con ella.
—Sabía que ella quería que lo hiciera. Le ha estado siguiendo por todas
partes a la hora del almuerzo y después de clase, e imponiéndole más o
menos su presencia. Pero...
—Ya veo.
Sumida aún en aquella curiosa calma artificial, escudriñó la multitud y
vio a Bonnie que iba hacia ella, y a Meredith abandonando su mesa. Lo
habían visto, entonces. Probablemente todo el mundo lo había visto. Sin
una palabra a Matt, fue hacia ellas, encaminándose instintivamente hacia
el baño de las chicas.
Estaba abarrotado de cuerpos femeninos, y Meredith y Bonnie
mantuvieron sus comentarios alegres y superficiales mientras la miraban
con preocupación.
—¿Viste ese vestido? —dijo Bonnie, oprimiendo los dedos de Elena a
escondidas—. La parte delantera debe de estar sujeta con cola de
contacto. Y ¿qué se pondrá para el siguiente baile? ¿Celofán?
—Film transparente de envolver —repuso Meredith, y añadió en voz baja
—: ¿Estás bien?
—Sí.
Elena pudo ver en el espejo que sus ojos estaban demasiado brillantes y
que había una mancha de color ardiendo en cada mejilla. Se arregló los
cabellos y se apartó.
La habitación se vació dejándolas a solas. Bonnie jugueteaba
nerviosamente con el lazo de lentejuelas de su cintura.
—Quizá no sea tan mala cosa después de todo —dijo con calma—. Me
refiero a que no has pensado en otra cosa que no fuera él durante
semanas. Casi un mes. Y así tal vez sea para bien, y tú puedas dedicarte a
otras cosas ahora, en lugar de..., bueno, perseguirle.
«¿También tú, Bruto?», pensó Elena.
—Muchas gracias por tu apoyo —dijo en voz alta.
—Vamos, Elena, no seas así —intervino Meredith—. No intenta herirte,
sólo piensa que...
—Y supongo que tú también lo piensas. Bueno, eso es estupendo.
Sencillamente saldré y me buscaré otras cosas a las que dedicarme. Como
otras mejores amigas.
Las dejó a ambas contemplándola atónitas mientras se alejaba.
Fuera, se arrojó al remolino de color y música. Se mostró más radiante
de lo que había estado nunca en ningún baile. Bailó con todo el mundo,
riendo en una voz demasiado alta, coqueteando con todos los chicos que
se cruzaban en su camino.
La llamaron para que subiera y la coronaran, y permaneció de pie sobre
el escenario, contemplando a las figuras multicolores del suelo. Alguien le
entregó unas flores; alguien colocó una diadema en su cabeza. Sonaron
aplausos. Todo transcurrió como en un sueño.
Coqueteó con Tyler porque era quien estaba más cerca cuando
descendió del escenario. Luego recordó lo que él y Dick le habían hecho a
Stefan y extrajo una de las rosas del ramo y se la dio. Matt observaba
desde la barrera, con los labios apretados. La olvidada acompañante de
Tyler estaba casi hecha un mar de lágrimas.
Elena olió alcohol mezclado con menta en el aliento de Tyler, y vio que
el muchacho tenía el rostro colorado. Sus amigos la rodeaban, una pandilla
que chillaba y reía a carcajadas, y vio que Dick vertía algo de una bolsa de
papel marrón en su vaso de ponche.
Nunca antes había estado con aquel grupo, y éste la recibió con una
calurosa acogida, admirándola, los muchachos disputándose su atención.
Los chistes volaban de un lado a otro, y Elena reía incluso cuando no
tenían sentido. El brazo de Tyler le rodeó la cintura, y ella se limitó a reír
aún más. Con el rabillo del ojo vio que Matt meneaba la cabeza y se
alejaba. Las chicas empezaban a mostrarse estridentes, los muchachos
alborotadores. Tyler le besuqueaba el cuello.
—Tengo una idea —anunció éste al grupo, abrazando a Elena con más
fuerza contra él—. Vayamos a algún lugar más divertido.
Alguien chilló:
—¿Adonde, Tyler? ¿A casa de tu padre?
Tyler sonreía de oreja a oreja, una sonrisa borracha y temeraria.
—No, me refiero a alguna parte donde podamos dejar nuestra marca.
Como el cementerio.
Las chicas lanzaron grititos, los chicos se dieron codazos entre sí y
fingidos puñetazos.
La acompañante de Tyler seguía allí de pie, fuera del círculo.
—Tyler, eso es una locura —dijo con voz aguda y débil—. Ya sabes lo que
le sucedió a aquel viejo. No iré allí.
—Estupendo, entonces quédate aquí. —Tyler sacó unas llaves del
bolsillo y las agitó frente al resto de la pandilla—. ¿Quién no tiene miedo?
—preguntó.
—Eh, yo estoy dispuesto a ir —dijo Dick, y se escuchó un coro de
aprobación.
—Yo, también —dijo Elena con voz clara y desafiante.
Dedicó una sonrisa a Tyler, y éste prácticamente la cogió en volandas.
Y acto seguido ella y Tyler conducían ya a un ruidoso y alborotador
grupo a la zona de aparcamiento, donde todos se amontonaron en coches.
Y luego Tyler bajó la capota de su descapotable y ella se introdujo en el coche, con Dick y una chica llamada Vickie Bennett apretujándose en el
asiento trasero.
—¡Elena! —gritó alguien, muy lejos, desde la entrada iluminada de la
escuela.
—Conduce —le dijo a Tyler quitándose la diadema, y el motor se puso en
marcha.
Arrancaron dejando las marcas de los neumáticos en el suelo del
aparcamiento, y el frío viento nocturno azotó el rostro de Elena.

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